Opinión

La relación San Juan de la Peña-Leyre: ojos saltones versus aves picudas

Casi no duermo, la ciudad echa fuego por sus toldos oscuros cuando cae la tarde, días de piscina e intercambio de niños para muchos, de operación asfalto y obras en los patios de los colegios para otros. La inmigración plenamente ocupada en hostelería hasta poderse ir de vacaciones a la Navidad austral con sus familias.

Cae la tarde, el asfalto devuelve más que Nadal, y arde la tarde al sol de poniente. Tribus ocultas lejos del río, ven a la escuela de calor…
El ferragosto agota y agita las mentes. Son esas vueltas en Vespa por la Roma vacía de Nani Moretti que permiten ver el Paseo Sagasta y sus edificios modernistas sin tráfico, hacerles fotos desde la mitad de la calzada de bajada.

Tiempo de amigos volanderos, de pérdidas por asfixia, de sacar a los abuelos de las residencias para que suban al pueblo pero meter al perro, la realidad se desdibuja como el espejismo que es, por falta de cierzo. Y se piensa en esos momentos de la humanidad de la Edad Media en que la población analfabeta vivió acojonada por pestes y bestiarios del Apocalipsis pintados al fresco o en las portadas policromadas del románico. Conviviendo con sus monstruos, miedos y desventuras con recordatorio permanente, lo que nos suena que se intenta recuperar.

Hay que pensar en los monasterios como lo que fueron, como se presentan en “El nombre de la Rosa” de Umberto Eco. Nada de lugares de retiro o meditación sino auténticas bibliotecas no públicas, centros de intercambio cultural y político, sedes de juicios de fe y dadores de vida que crearon núcleos de servidores próximos. El pueblo de Santa Cruz al servicio de las Serors o Serós o las hermanas, las del monasterio femenino miembros de la Casa Aragón.

Si para conocer lo propio es conveniente echar la mirada lejos, recomiendo la revisión del ambiente cortesano y palaciego, sí, pero también monástico y vibrante, especialmente magníficas las descripciones de la seda cardenalicia del siglo X japonesa, que se hallan presentes en “Genzi Monogatari” de Shibiku Murakami, autora imprescindible de la literatura universal. Adobándolo con la de los “Diarios de las Damas de la Corte Heian”, los suyos y de otras poetisas y cortesanas que describen pícara pero orgullosamente las vidas y detalles de los suyos, la familia imperial y sus bastardos y guardianes, de la que formaban parte.

Volviendo a Leyre es una joya románica temprana en su cripta y pequeña iglesia original y de transición al gótico en su portada oeste de ampliación de la primera. Su origen inicial, por estar sito en el Camino de Santiago –ramal norte de la Canal de Berdún auténtico- es estratégico, como parada obligada entre las capitales del momento de Aragón y Navarra, Jaca y Pamplona.

El cenobio y complejo inicial se refuerza por la orden benedictina con patronazgo de la dinastía navarra y como su panteón real en este asentamiento cuyo nombre proviene del vocablo latino “legionario”.

Que el valle del Aragón fue clave para Roma, comunicando sus colonias de Galia e Hispania, se demuestra que en la cercana Artieda de Aragón, Alta Zaragoza, se haya descubierto recientemente una importante ciudad romana intermedia a nivel de Los Bañales, Uncastillo.

San Salvador de Leyre sobresale monumentalmente por el color especial de la piedra caliza de los bloques sillares o que dieron lugar a sus esculturas, rojizos, su cripta del primer románico, delicados ábsides, el panteón citado y la gloriosa “Porta Speciosa” occidental con un tímpano cuya figura esencial es el Salvador al que se dedica el nombre del monasterio rodeado de palmas, en un estilo bien disímil al de su hermano monasterio aragonés.

Por la presencia de dos aves que se pican las patas, común a una puerta de la catedral románica de Santiago, se ha concluido por expertos que fue el cantero y maestro Esteban de las Platerías el que parece autor de esta joya. Correcaminos y estrella románica del Camino a quien se le atestigua como aprendiz en San Isidoro de León.

En cuanto a su antiquísima cripta, es peculiar por su esquemática puerta de entrada y las achaparras columnas con descomunales capiteles todos distintos y decoración sobria vegetal que en cuatro naves sostuvo como cimiento la pequeña iglesia románica temprana. Estas criptas aparecen en otras iglesias próximas del románico como la de Sos, Aibar etc. de la comarca.

San Juan de la Peña en eje con Santa Cruz de la Serós, retiro de las monjas hermanas de la Casa Aragón, propone otra experiencia románica. Complejo erigido sobre la leyenda del conde carolingio Oto o San Voto, la decisión estratégica de reemplazar o complementar a Siresa con otro monasterio-panteón real es posterior a este monasterio o al de Sasau, correspondiendo al súper monarca Sancho Ramírez, que por sí solo más que duplicó el Reino de Aragón de superficie, sacándolo del Valle del Aragón a cerca de Huesca.

La lógica política del reforzamiento del Aragón Estado, lógico en aquel periodo, tenía cimientos religiosos: el monarca aragonés fue a Roma a declararse vasallo. A cambio, manteniéndose su hermano como obispo de Jaca, entraron aires europeos, específicamente franceses, por exigirse para las ceremonias religiosas seguir el rito romano evangélico (abandonándose las ceremonias de tipo arriano visigodas) a partir de la introducción de la orden benedictina.

Nace Jaca como necesaria capital a urbanizarse, se amplía San Pedro de Jaca como palacio de recepción real (se ve en que se refuerza y sube la nave lombarda) y de los monasterios básicos tipo ovetense se pasa a cenobios con claustro. En la propia catedral, San Juan de la Peña, como en San Pedro de Huesca, la catedral de Roda, Alquézar o el complejo religioso de Loarre hay testimonios.

Había que meter historia sagrada no solo en las portadas. Así, y aunque no es tan antiguo como otras manifestaciones del románico aragonés, el claustro de San Chuané –que se decía cariñosamente en Botaya, pueblo de mi abuelo- es fundamental para interpretar la escultura románica de mediados del siglo XII y como autor de los capiteles hallamos al no menos trotamundos Maestro de Agüero, célebre por su fecundidad y trabajar en las iglesias de muga navarro-aragonesas que se mencionarán en la última entrada.

Personajes casi de cómic con ojos saltones y cuerpos que se cimbrean como en la escultura india son su sello peculiar.

Sendas visitas al resto de joyas románicas jacetanas, especialmente a San Caprasio de la Serós singularmente románico lombardo, y al Museo Diocesano de Jaca completarían varios días de descubrimiento placentero de emociones artísticas únicas en el mundo (románico tan bueno y concentrado solo hay en el resto del Camino de Santiago, norte palentino, partes de Italia norte o Georgia).

Terminar recordando que San Juan de la Peña inspira los monasterios de tierra plana de Rueda y Veruela (en Zaragoza y ya góticos), del mismo modo que los abades de Leyre tuvieron bajo su patronazgo ricos complejos de valles-huerta en el Cidacos (Fitero) y margen derecha del río en Rioja, el extraordinario monasterio de Nájera o Naihara, fundación real navarra.