Opinión

Una masacre anunciada

Salvador Ramos vivía aislado del resto del mundo. Había sido acosado en la escuela durante tiempo, en parte por la perversión de los compañeros, y en parte por venir de una familia desestructurada (vivía con sus abuelos y su cama era un colchón en el suelo).

La idea de llevar a cabo una matanza rondaba en su cabeza desde hacía tiempo y, además, lo dijo públicamente en las redes sociales. Nada más cumplir la edad preceptiva para obtener un arma, lo hizo. Después lo publicó y, unas horas más tarde, lo materializó.

Este joven era una persona acomplejada, traumatizada y marcada por una infancia y adolescencia negra e infeliz. Era el hazmerreír de muchos y, al final explotó, y las leyes de su país facilitaron que pudiera ocasionar el mayor daño posible.

Este adolescente, de 18 años recién cumplidos, era vejado y humillado habitualmente por sus compañeros por ser tartamudo, por el tipo de ropa que llevaba, por ser pobre; en suma, su vida era un calvario.

Un mal día, ofuscado por la rabia y la frustración explotó y su cerebro, ya enfermo, pergeñó un plan tan burdo como eficaz: “Ojo por ojo y diente por diente”. Y sin inmutarse fue “ejecutando” a unas creaturas inocentes a las que destrozó su existencia y a unas familias a las que esta huella los va a marcar de por vida.

No existe un perfil concreto de este tipo de personas, pero sí hay indicios, sobre todo en este caso, de que el trágico suceso se iba a producir. Pero una sociedad que corre tanto como la nuestra y en la que se vierte una información cada segundo es imposible rescatar lo esencial de lo accesorio y evitar una catástrofe que, a todos repugna, pero ante la que nos sentimos impotentes.

Yo no tengo duda de que Salvador Ramos estaba gravemente enfermo, aunque algunos “expertos teóricos”; es decir, esos que solo dan conferencias y clases pero que no ven enfermos habitualmente, ya se han pronunciado por el tópico y típico diagnóstico de “psicopatía”. No creo que este sea el caso. Otros hablan de maldad, concepto filosófico y no médico y sobre el que no me voy a pronunciar.

El adolescente sufrió desde mi punto de vista un episodio psicótico, donde el cerebro emocional o límbico se apoderó del cerebro racional. La rabia contenida y el odio acumulado durante años están en la base de este crimen brutal. Psicopatológicamente el acto realizado, lo fue con mucha probabilidad, porque Salvador sufrió un trastorno en el contenido del pensamiento y ello explica parte de la acción. Con el paso de los días podremos teorizar si la etiqueta será una psicosis reactiva, un trastorno por estrés postraumático o una depresión grave con ideas psicóticas o cualquier otra enfermedad.

Alrededor del 60% de los sujetos que llevan a cabo este tipo de tiroteos tienen un historial de trastornos mentales graves. De ellos, dos tercios nunca pisaron un servicio de salud mental, y la tercera parte de los que sí recibieron ayuda “llevaron a cabo un ataque de todos modos”, así que, incluso recibir atención de salud mental no es la panacea que se cree. Son afirmaciones de Grant Duwe, director de Investigación y Evaluación del Departamento Correccional de Minnesota.

Veremos lo que, con el paso de los días y cuando la noticia deje de ser noticia, las ciencias forenses dicen. Los hechos ya se habrán tristemente olvidado, y en el camino se habrán perdido unas cuantas vidas que ciertos lobbies del poder solucionan de forma peregrina y absurda: dar armas a los profesores. ¡Inaudito!