Un arco triunfal y efímero en la Zaragoza del desarrollo

Detalle de la fachada exterior del arco conmemorativo de la Semana de la Hispanidad en el paseo de Isabel la Católica. Al fondo, la torre de la Editorial Luis Vives, 1962. Colección Manuel Ordóñez
Detalle de la fachada exterior del arco conmemorativo de la Semana de la Hispanidad en el paseo de Isabel la Católica. Al fondo, la torre de la Editorial Luis Vives, 1962. Colección Manuel Ordóñez

Hasta la fecha, la arqueología no ha demostrado que la Zaragoza de hace dos milenios contase con un arco triunfal, ni siquiera uno modestito, al modo de los que sí exhibieron Roma y otras grandes urbes y vías del Imperio.

Los prebostes de la época debieron pensar que una capital de convento que en su mejor momento (¡anda, mira, sin haberlo deseado…!, bueno, en fin) apenas alcanzó a albergar algo más de quince mil almas iba bien servida con su puente, su foro, su teatro, su anfiteatro y su pequeño puerto fluvial amén de las inevitables termas y muralla y que con todo esto, ellos, los romanos, ya habían hecho bastante por nosotros, los rudos hispanos del valle medio del Ebro.

Hace justo sesenta años, en 1962, a la corporación municipal local, presidida en aquel entonces por don Luis Gómez Laguna, la ocasión se le pintó calva para enmendar tamaña injusticia histórica haciendo instalar uno (un arco, me refiero) en el vial central del aún reciente y cada vez más urbanizado paseo de Isabel la Católica a la altura de la Feria Nacional e Internacional de Muestras -hoy sede de la Cámara de Comercio- en conmemoración del 12 de Octubre, Día de la Hispanidad o de la Raza.

No en vano la ciudad celebraba en aquellas fechas y con diversos actos la “Semana de la Hispanidad”, hecho que de alguna manera se asimiló a la semana de Fiestas en Honor de Nuestra Señora del Pilar, tal como se muestra en el cartel anunciador de esta última, en el que la silueta de la basílica pilarista comparte protagonismo con la carroza más impactante del Rosario de Cristal, la de la Reina de la Hispanidad, en la que una gran carabela con la imagen de la Virgen en su proa y rodeada su vela por las banderas de los países latinoamericanos evoca el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Cartel anunciador de las Fiestas del Pilar y la Semana de la Hispanidad de 1962. Archivo municipal de Zaragoza
Cartel anunciador de las Fiestas del Pilar y la Semana de la Hispanidad de 1962. Archivo municipal de Zaragoza

La mencionada Semana comprendía una gran variedad de actos, todos ellos muy del gusto de los tiempos: funciones de gala y conciertos en el teatro Principal, actuaciones en diversos puntos de la ciudad de grupos de folclore hispanoamericanos venidos especialmente para la ocasión, desfiles de carrozas, ofrenda de frutos a nuestra Virgen, donación a la misma de sendos mantos por parte de los pueblos puertorriqueño y peruano, conferencias, una exposición de arte, etc.

De entre todos ellos destacó especialmente el homenaje que tuvo lugar en el patio del entonces considerado indistintamente castillo o palacio de La Aljafería “a las banderas de las provincias españolas y de los países hispanoamericanos”. En el mismo intervinieron el poeta asturiano pero con vinculaciones de infancia a Zaragoza, don José García Nieto –quien lo hizo en su condición de subdirector de la revista “Mundo Hispánico”-, doña Elsa Mercado de Sousa, embajadora de Panamá en España y el alcalde la ciudad, quien lo cerró tras imponer a las enseñas la insignia del ayuntamiento.

El alcalde de Zaragoza, don Luis Gómez Laguna, impone la insignia municipal a la bandera venezolana. Patio del castillo-palacio de la Aljafería, 10 de octubre de 1962, Gerardo Sancho Ramo, Archivo municipal de Zaragoza
El alcalde de Zaragoza, don Luis Gómez Laguna, impone la insignia municipal a la bandera venezolana. Patio del castillo-palacio de la Aljafería, 10 de octubre de 1962, Gerardo Sancho Ramo, Archivo municipal de Zaragoza

En la parte que más concierne a lo que tratamos, el arco monumental conmemorativo se inauguró el sábado 6 de octubre a las nueve de noche, según los medios de la época. Era arquitectura efímera (y de dudoso gusto, al menos para el que suscribe, como buena parte de aquélla) representativa de la gesta del Descubrimiento de América, del que se conmemoraba -pues- en aquellas fechas, su cuadringentésimo septuagésimo (470º) aniversario. ¡Menudo palabro!

Su programa decorativo propone, sobre un fondo vegetal, una iconografía fácilmente legible para el zaragozano de a pie y muy acorde con el sentimiento nacional e "imperial-añorante" vigente en la época, incorporando para ello buena parte de sus iconos locales y nacionales más reconocibles, a saber:

a ambos lados de su único vano y descansando sobre groseras (por bastas, que no por maleducadas) ménsulas, sendas reproducciones de la cercana escultura de Alfonso I "El Batallador" de José Bueno (inspirada en el cuadro del villanovense don Francisco Pradilla) y de la copia del Augusto de Prima Porta que el gobierno de Benito Mussolini tuvo a bien donar a la ciudad en 1940 en virtud de su condición de fundación augústea; sobre ambas, sendos medallones con la efigie de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los Reyes Católicos, y una representación gráfica un tanto naíf de las tres carabelas colombinas; y en el coronamiento, la reproducción de la figura del insigne navegante y descubridor Cristóbal Colón flanqueada por dos grupos de veinte banderas representativas de las naciones (fundamental, si bien no exclusivamente pertenecientes al continente americano), recogidas bajo el manto identitario de la Hispanidad.

El arco en su entorno del paseo de Isabel La Católica en una foto tomada desde la torre de la Editorial Luis Vives, 1962. Postal de Ediciones Arribas
El arco en su entorno del paseo de Isabel La Católica en una foto tomada desde la torre de la Editorial Luis Vives, 1962. Postal de Ediciones Arribas

Uno, al que le van estos detalles, se extraña de que todos estos elementos ornamentales del arco estuvieran situados en la fachada del mismo que mira hacia levante y no en la otra, la que encara hacia el centro de la ciudad, presunto lugar de procedencia de la inmensa mayor parte de automovilistas y peatones visitantes de la Feria de Muestras o del cercano parque y su cabezo, amén de los que se arrimaran en tranvía con tan loables fines.

Al parecer, se trataba más de sorprender al que accediera a la ciudad desde el este, extramuros, que al morador de los barrios céntricos de la misma.

De haber sido así, se hubiera evitado también ese tan curioso como “anti-histórico” efecto que supone ver las tres carabelas "navegando" hacia el cercano Parque Grande o de Miguel Primo de Rivera, seducidas tal vez por la cercanía de las mansas aguas del Canal Imperial del insigne y orondo religioso ilustrado don Ramón de Pignatelli, o sea hacia el sureste de la ciudad, en lugar de hacerlo hacia el noroeste, lo que, sin ser del todo canónico, se hubiera ajustado más a los hechos.

Y como me figuro que alguien, ya desesperado, querrá saber a estas alturas del cuento qué fue del arco, dónde se encuentra actualmente, pues les diré que encontrarse, lo que se dice encontrarse, no se encuentra en sitio alguno pues fue desmontado pocas semanas después de su construcción. ¿El motivo? Evidente, dificultaba la todavía escasa pero progresivamente creciente circulación de vehículos a motor por el Paseo de Isabel la Católica, particularmente en los días de partido en el inaugurado un lustro antes Estadio Municipal de La Romareda.

Por cierto, aquel fin de semana el Real Zaragoza, que había comenzado de una forma dubitativa el campeonato nacional de liga, visitaba La Coruña y derrotaba al equipo local por dos goles, uno de Seminario y el otro de Marcelino, a cero, así que el ayuntamiento aprovechó el hecho para utilizar el recinto deportivo durante la tarde del viernes 12 de octubre a fin de que actuasen de cara al público los Coros y Danzas de diversas provincias españolas y algunos de los grupos de folclore hispanoamericanos llegados con ocasión de la “Semana de la Hispanidad”.

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