Opinión

Zaragoza post-soviética o Kiev cuando sí nieva

Filomena está en Ucrania, en sus cuencas mineras. La cosa no está para describirla maridada por la gran música indie del grupo oscense “Kiev cuando nieva”. La política del extremo oriente ¿europeo? lleva varios lustros bajo cero el mes de junio.

No siempre fueron así. En la Feria de las Culturas de la plaza del Pilar de Zaragoza se agrupaban todos los residentes ex URSS agrupados en la parada de Arka y otras asociaciones a vender matrioskas pintadas de campesina eslava, vodka o arenques escritos en cirílico, botellas de la ligera pero con cuerpo al modo de las checas cerveza Baltika.

Para quienes vivimos noches con músicos rusos recién llegados en los 90 para engrosar la nómina de academias armenias de la ciudad, cantar como jóvenes compositores aragoneses o ser incluso nuestros arrendatarios de Stalingrado con los que te bebías y comías la renta mensual, a base de platos de borscht –cocido con remolacha y nata-, pilmini hechos a mano –raviolis rusos o más-, col rellena de carne cocida, muchos vinagrillos y vodka rojo o verde que salía del congelador, las organizaciones de cultura rusa fueron una continuidad.

Las noches de excesos y baile, de música y pasión tártaras, fueron con un ramillete de crías que no hacían el Erasmus sino que se ganaban el guiso de patatas con una humildad impropia de haber sido educadas en el Conservatorio central de Moscú, con cubanos, vietnamitas y africanos becados. Qué les debe parecer cómo se selecciona en los programas de voz y cocina que nos endilgan, los de simulación de meritocracia, me gustaría saberlo.

Estas niñas-mujer eran muy bellas y sensuales, es conocido, por una elegancia postural en el andar de gimnastas que aún recuerdo. Del mismo modo, se les educaba para ser eficaces y personales sentadas en el piano estirando la columna. En ocasiones ceremoniales, una única presencia todo lo llenaba. Sinceramente, me gusta generalizar, vaya pueblo…

Daba lo mismo que se tratara de ir a un recital de la armenia Ana, con una mirada de tizón negro directa tan prima de la mía navarra; que te dieras un paseo con Marina, de la Rusia oriental próxima a Japón y casada con un gran amigo mío, y la vieras pasar de puntillas por la vida; que otra compañera de ellas ucraniana, Natalia creo recordar, bella al modo de las bálticas pero con sangre en su mirada turquesa y movimientos, se hiciera con todo un pub cuando decidía ser ella misma. Un huracán de fuerza en las conversaciones de sobremesa cuando las víctimas de Chernobil, próximo a su ciudad de Jarkov, salían a reducir. Cuando hablaba subían el vodka y el ámbar, procesada su luz por su iris verde.

Me ha gustado siempre el concepto Mittleuropa, antes de leer a Magris. Quienes me conocen desde el instituto saben que mi primer viaje tenía que ser a Praga, que me enamoré de la cerveza Urquell y los textos de Hrabal –tan necesario en mi caso que personas y páginas me renueven la sequedad, por la vía del sentido del humor eslavo y gusto por la barbaridad vale-, que leía y releía al rumano Cioran y a Ivo Andric. Antes de Srebrenica y Vukovar.

Recientemente en Budapest pude por fin disfrutar de esa cultura alemana suaba, que fue también la expedida como judía ashkenazí culta, llevada Danubio abajo como la griega clásica subió por el principal nervio de Europa calor del Mediterráneo y del Ponto Euxino hasta Baviera.

Nadie que conoce bien la región imagina la pasión purista y devastadora de Hitler si él mismo no hubiera sido charnego, mezclau, provinciano… si hubiera nacido en una de las familias comerciantes de la Hansa de Hamburgo, Kiel o Bremen, llevadas a Petersburgo, de las descritas por su odiado ario Thomas Mann que por conveniencia lo pusieron allí.

Qué ha podido pasar, gasoductos aparte, para que los eslavos del este todos educados por la cultura y escritura griegas, propietarios de la mejor tierra negra del mundo y que pararon a Von Paulus por adaptación común al mismo invierno, estén negándose. Convirtiéndose los primos ucranianos o georgianos, para Putin, en el peor colaboracionista con Alemania y Turquía, como le debe parecer que es el de la cuña de tu propia madera.

Odessa, principal puerto soviético del Mar Negro en que se halla la Escalinata Potemkin, es una ciudad con clima semejante a Barcelona, como lo tiene también Sochi. La primera, hoy verdadero corazón cultural de Ucrania, aportó las principales gotas de inteligencia judía a la propia construcción rusa y del Estado de Israel. Porque Golda Meir, Dayán el del parche o Ben Gurion, como también Bronstein que no Trotsky, fueron pensamiento judío de origen polaco-ucraniano.

Un respeto por Odessa, Constanza, Cracovia, Vilna y tantas otras…

Sucede también que este lugar y país son el origen de los Rot y de la mejor música popular argentina, como de los antepasados de Woody Allen o de los novelistas neoyorquinos Auster o Roth etc. no dejan de ser sino descendientes de aquellos orientales de ojos negros, rasgados y pelo rizado a los que la más eficaz de lo que parece administración austro-húngara puso apellidos de montes, plantas y metales.

El lobby judío neoyorquino tampoco le debió gustar miaja al sajón alemán Trump, vecino de rascacielos al que le pagan la comunidad. Este que capitanea con dimensión y pensamiento universales Berni Sanders. Hijo polaco-ucraniano del no holocausto de Brooklyn.

Muchos intereses hay en la descomposición de las instituciones federalistas internacionales que mal funcionan.

Pero a mí no me hagáis elegir entre un albanés kosovar como Kadaré o una serbia de Belgrado de los ríos y santuarios que nacen en aquel país, hoy musulmán, como tampoco entre una caucasiana de la patria del primer vino, un ruso de Donbass o la alcaldesa pro-OTAN de la ciudad de Kiev, primer rus eslavo oriental de donde viene el gentilicio rusky.

El asentamiento bizantino más al norte y este en que difundir las escrituras de Cirilo y Metodio, más resistente a las penetraciones y mezclas de sangres cosacas, búlgaras y mongolas que las posteriores fundaciones de Moscú y Novgórod. Esas que dan como resultado al pueblo rubio más bello del mundo, con ojos rasgados y almendrados y pómulos altos. Capaces de vivir a caballo.

El que sea capaz de explicar cómo es posible que exista un frente de guerra en estas estepas como lo hubo dentro de la misma cuenca del Ebro, que complete la presente. Para mí que el Gazprom no todo lo explica, pues desde la vergüenza que les hacía pasar Yeltsin a los rusos en los 90 esperaban el advenimiento de San Vladimiro.

Resucita, Tolstoi, antes de que te dejen de leer los niños polacos o letones.

Quizá no nos gustaría San Juan de la Peña y Siresa integrados en un califato islámico o euskaldún con capital Iruñea ni que nuestros primos de Barcelona y Palma se volvieran más alemanes para que estos pudieran decir que aquí tienen su primera residencia.

Pero no sé, me faltan logaritmos.