Opinión

Volver a empezar

Después de más de cuatro meses de infructuosas negociaciones, después del paréntesis más largo e incierto de la política española de los últimos años, ha ocurrido lo que muchos vaticinaban ya desde el primer momento: es inevitable una repetición de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. Es decir, hay que engrasar de nuevo la maquinaria electoral, hay que olvidar el pasado y hay que buscar nuevos caminos. En definitiva, hay que volver a empezar, parafraseando el título de la oscarizada película de José Luis Garci.

Después de más de cuatro meses de infructuosas negociaciones, después del paréntesis más largo e incierto de la política española de los últimos años, ha ocurrido lo que muchos vaticinaban ya desde el primer momento: es inevitable una repetición de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. Es decir, hay que engrasar de nuevo la maquinaria electoral, hay que olvidar el pasado y hay que buscar nuevos caminos. En definitiva, hay que volver a empezar, parafraseando el título de la oscarizada película de José Luis Garci.

Ante esta inédita situación, son muchas las voces discordantes de los ciudadanos. La mayoría no entienden por qué nuestros representantes políticos son tan reacios a ceder un poco en sus posiciones y  a acercar las posturas de consenso, dejando de lado los personalismos y esas líneas rojas que no van a ninguna parte. Porque es una pena que la mayoría de los líderes se preocupen más de su propia imagen ante el partido que del bien de los españoles. Se les dio un voto de confianza en las últimas elecciones y no han sido capaces de utilizarlo para acercar posturas. Todos quieren gobernar, todos quieren estar en el candelero, todos buscan el protagonismo a costa de otros principios y de otras ideas. Es verdad que algunos lo han intentado, pero han chocado de lleno con las posturas radicales de otros o con la pasividad del que espera pacientemente el desgaste del adversario para clavarle la estocada en los próximos comicios.

En este momento, cuando faltan casi dos meses para las nuevas elecciones del 26 de junio, son muchas las preguntas que nos invitan a una sosegada reflexión: ¿Es el 26 de junio, en pleno inicio de las vacaciones de verano, la fecha adecuada para esta cita tan importante? ¿Cuál va a ser el porcentaje de abstención, no sólo por lo inadecuado de la fecha sino sobre todo por el desencanto de muchos de los potenciales votantes? ¿Van a cambiar la orientación del voto los ciudadanos convocados a las urnas? ¿Qué ocurrirá si los resultados son similares a los del pasado mes de diciembre?

Los líderes políticos lo saben. Y tendrán que esgrimir nuevos y convincentes argumentos para convencer al votante durante una campaña que se presume insulsa, repetitiva y poco estimulante. Saben que no lo han hecho bien. Saben que están perdiendo la confianza de los ciudadanos. Saben que no se les va a conceder una tercera oportunidad. Que esta será la última y tendrán que acercar posturas sí o sí. ¿Es que no recuerdan el difícil consenso para elaborar la Constitución en 1978? ¿No se dan cuenta de que su liderazgo está cada día más deteriorado por diversos motivos? El paro sigue sin descender, la corrupción continúa su dinámica imparable, se advierten grietas en el seno de algunos partidos, el problema de Cataluña sigue en pie y, al parecer, el País Vasco quiere iniciar los mismos derroteros secesionistas. ¿Hay quien dé más?

Los más optimistas – esos que siempre ven la botella medio llena – quizás esperen algún cambio sustancial en el programa de los partidos más importantes, tal vez piensen que algún líder político deje el relevo a otro, o que la situación de país mejore de cara a la estación veraniega, impulsada por el turismo y por el empleo ocasional. Pero hay que ser muy crédulo para no darse cuenta de que pocos políticos están por la labor de abandonar la poltrona, renunciar a algunas líneas rojas o flexibilizar sus posturas cerradas y, a veces, radicales. Porque está claro que el tiempo de diálogo está prácticamente agotado, que casi nos encontramos en un callejón sin salida, que el ciudadano está saturado de buenos propósitos y de promesas vanas. Da la impresión de que, después de ese primer domingo veraniego, con vacaciones escolares, fiestas por doquier y reclamos futbolísticos, todo va a seguir como antes. De todos modos, habrá que dar un voto de confianza a los que ya en este mes de mayo se pongan a trabajar para que no se vuelvan a vivir situaciones similares a las de hace pocos meses.

Nadie quería volver a empezar. Pero está claro que el silencio y la inhibición de unos y la intransigencia de otros han llevado al país a una situación inédita y casi rocambolesca. ¿Aprenderán el próximo verano de los propios errores? Esperemos que sí. Lo contrario sería algo quijotesco, ahora que estamos recordando a nuestro gran escritor Miguel de Cervantes.