Opinión

La España despoblada

Francisco Javier Aguirre
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Es una lástima que haya hecho fortuna la desafortunada expresión “La España vacía”. No existe la España vacía, sí la despoblada, desde hace siglos, aunque ahora sea más evidente y se quiera sacar partido publicitario de ella.

Fabricada esta expresión desde la cómoda postura burguesa (de burgo: ciudad) de quien únicamente la conoce de paso, de alguien que no ha vivido ni se ha involucrado en ella, representa un auténtico insulto para quienes tratan de vitalizarla desde dentro. En el vacío no hay nada, y en la España despoblada hay gente valiosa que ha decidido voluntariamente permanecer allí o trasladarse a uno de esos territorios para desarrollar las tareas que le correspondan. Algo de eso sé personalmente.

Bien es cierto que la actitud de los políticos respecto a las zonas poco pobladas es generalmente retórica e hipócrita. Y no solo son ellos, sino algunos pseudointelectuales que durante años han hablado de los pueblos abandonados y se han cebado en la publicidad de sus investigaciones sin hacer nada por recuperar los que aún era posible incorporar a la vida. Cosa que sí han hecho algunos individuos y asociaciones rehabilitando poblados que, por causas diversas, entre ellas el desarrollismo desaforado de la segunda mitad del siglo XX, fueron víctimas del abandono.

Ciertamente, las necesidades que hoy tienen los habitantes de las tierras despobladas no son las mismas que hace dos o tres siglos. Su atención es un derecho humano reconocido por las leyes. Solo habría que poner un poco de inteligencia en quienes gestionan los asuntos públicos, y en quienes habitan en esos territorios, para procurar ciertas fórmulas de asociación más allá de las estructuras administrativas llamadas mancomunidades o comarcas. Los servicios públicos exigibles hoy para una vida digna comportan un esfuerzo económico e intelectual que la administración tiene evidente incapacidad de satisfacer.

Hace más de 30 años participé en un coloquio en TVE-Aragón, tras mis diez años de permanencia y trabajo intenso en la provincia de Teruel, defendiendo que había que estudiar fórmulas para aglutinar los núcleos habitados y conformar un territorio en el que las modernas tecnologías del transporte y del trabajo agrícola permiten disponer de servicios que no existían en los siglos XIV o XV, o incluso antes, cuando los pueblos se establecían donde había una fuente o a la vera de un río, porque el agua es un elemento fundamental para la vida. Hoy todo el mundo tiene el mismo derecho a disponer de electricidad, telemática, vías de comunicación seguras, servicios educativos, médicos, etc.

Yo obligaría a los políticos a replantearse muchas cosas y a realizar labores pedagógicas entre la población para convencer a quienes desean mantenerse en el mundo rural de que la unión hace la fuerza y de que no es posible mantener núcleos con una población inferior a las mil personas, por poner una cifra redonda. Pero está claro que ninguna fuerza política elaborará un proyecto consistente en esa línea ni se esforzará en hacer pedagogía de que los avances tecnológicos ya existentes, y los que han de llegar en el siglo XXI, imponen también un cambio de mentalidad y su consiguiente puesta en práctica.

No existe la España vacía, es una falacia nacida del oportunismo informativo y de la prepotencia de quienes lo utilizan. Existe la España poco poblada, a la que hay que dar cauce para que, manteniendo el territorio, dispongan de los elementos exigibles a cualquier ciudadano en el día de hoy y en el de mañana.