Situémonos frente a la mesa, mirando el jarrón en su centro. Demos una vuelta a la mesa sin perder de vista el jarrón. Así es como la Luna mira a la Tierra, siempre de frente. Al terminar habremos completado una traslación y, lo más sorprendente, una rotación sobre nosotros mismos. Veamos esa rotación:
Demos otra vuelta a la mesa, pero esta vez mirando hacia la pared detrás del jarrón. Mientras giramos iremos viendo, una tras otra, las cuatro paredes. También veríamos las cuatro paredes si simplemente diéramos un giro completo sobre nuestros pies. Luego es cierto que hemos completado una rotación sobre nuestro eje.
Queda por explicar por qué el jarrón (la Tierra) nunca ve nuestra espalda (la cara oculta de la Luna). Se debe a que, mientras en la Tierra, durante una traslación, se suceden 365 rotaciones, para la Luna, una traslación (en torno a la Tierra) dura exactamente el mismo tiempo que una rotación sobre su eje. Por eso la otra cara de la Luna permanezca siempre oculta, como nuestra espalda para el jarrón.