Opinión

La España mendicante

Un personaje histórico del socialismo español, sarcástico, incontinente verbal, sagazmente hierático y muy polémico en el preludio de nuestra democracia, pero atemperado, calculador y crítico constitucionalista en el ocaso de su vida parlamentaria – será la edad-, vaticinó literalmente que “a España no la va a reconocer ni la madre que la parió”. Y así ha sido. Ahora, tras dilatados períodos legislativos, nuestra nación, en el tercer milenio, queda lejos de ser tan próspera como algunos apuntaron, pues más bien adolece de una herida grave en su línea de flotación. Aquel político socialista autor de la expresión entrecomillada, de sonrisa intrigante y algo despiadada, es Alfonso Guerra.

El ideario político, y programático, y proyectista, y regenerador, y libertino, y estratégico de la izquierda española no destaca por crear empleo, apoyar a las empresas, rebajar la presión fiscal, reducir el déficit y la deuda pública, apoyar la maternidad, promover la libertad educativa o por defender, entre otras cosas, la idiosincrasia, la soberanía y las fronteras de un pueblo con un bagaje acrisolado. Los adalides de la libertad monopolizada saben malgastar muy bien lo que no es suyo, así como distribuir con arbitrio el erario recaudado con el sudor de los contribuyentes.

Desde hace años en España se está repartiendo mucha miseria y, a tal efecto, creando pobreza, desolación y hambre. Lo propio de la izquierda es echar la culpa a la coyuntura europea o mundial, a los tiempos de crisis general -algunas creadas por ellos mismos-, o a la mala gestión de gobiernos anteriores. Lo suyo es que pase el tiempo mientras hacen fortuna y amasan provecho de las partidas presupuestarias que nunca les va a faltar. Son hábiles en apretar el cinturón al ciudadano pero no a sus aburguesadas señorías. La falta de escrúpulos, de ética política y de responsabilidad institucional ha hundido a España en un profundo cenagal del cual va a ser difícil salir.

Nos encontramos inmersos en una indolente dinámica política, económica y social donde la ideología, el adoctrinamiento y el sectarismo se han adueñado, subversivamente, de las conciencias y del obrar de los cargos electos, olvidándose de representar nuestros intereses y de velar por la dignidad y el bien común del pueblo. ¿Quién se ha preocupado por el sostenimiento y la financiación de las pensiones? ¿Quién por el fomento de la natalidad? ¿Quién por un sistema productivo más eficiente, más libre, más profesional y más emprendedor? ¿Quién de disminuir la tasa de desempleo? ¿Quién de los trabajadores autónomos? ¿Quién de la protección de la familia como célula fundamental de la sociedad? Desde luego que la izquierda no lo ha hecho.

El método impositivo español sigue al alza para nutrir el blasfemo estado del bienestar del que no todos pueden participar. Los gobiernos socialistas han incrementado la penuria económica paulatinamente, llegando a la cumbre de la incompetencia con el binomio social-comunista vigente, una muestra más del deterioro político de la vituperada España que con tanta resignación sangra y sufre tormentos.

El progreso sólido con el que despego nuestra democracia a finales de los años setenta y principio de los ochenta, que por cierto fue heredado de un previsor régimen orgánico del cual la transición tomó su relevo, lejos de haber sido administrado prudente y cabalmente, la tiranía librepensadora lo ha sometido a la quiebra integral.

Hoy más que nunca se premia lo absurdo y se le niega el pan al esfuerzo. Se premia la indecencia y se castiga la honradez. Se premia la incapacidad y la poltrona, y se retrocede en sensatez. La coalición inestable que nos gobierna, asintiendo la burla de las facciones independentistas -de izquierdas, no faltaba más-, ha abierto una pasmosa crisis de la que inevitablemente alguien, con dolor, tendrá que cerrar.

Desde el socialismo osado, bravucón y corrupto de Felipe González, pasando por el humillante, hostil y despilfarrador de Zapatero, hasta el actual populismo narcisista de Sánchez cuajado de mentiras, el Estado español ha ido naufragando cada vez más. Mientras esperamos el deseado cambio hacia el verdadero progreso, entre tanto fango y agónicas perplejidades, analicemos calmada y sinceramente de qué somos culpables los españoles, tanto gobernantes como gobernados, porque es indudable, que de algo, lo somos.