Opinión

El forastero

Hace sesenta o setenta años, en Aragón, las personas no se movían de su ciudad o de su pueblo, prácticamente, durante toda la vida. En los años cincuenta, pongamos por caso, los hombres casi no salían más que para hacer la mili, y muchas de las mujeres, ni eso. Sobre todo, en los pueblos, que se constituían en sociedades cerradas que mantenían relación poco más allá que con los pueblos de alrededor o con la cabecera de la comarca, y esas salidas ocurrían con ocasión de ferias de ganado o fiestas locales. En esas sociedades el “forastero” era un elemento de valor. Pero, ¿qué aportaba esa figura? Pues, aportaba algo definitivo; lo diferente, otras formas de ver la vida, historias distintas a lo que era cotidiano. Hoy, sin embargo, ha perdido todo su valor. Ya no interesa lo distinto, lo diferente, lo que hoy realmente importa es lo cotidiano, lo conocido, aquellas ideas que son iguales o parecidas a las nuestras.

Y, me dirán, que por qué digo esto. Ha sido a raíz de una conferencia TED impartida por la psicóloga británica Kelly McGonigan que me abrió los ojos respecto a cómo nos relacionamos hoy y cómo adquirimos nuestra información. Esta profesora nos hablaba de que hoy, con la llegada de la tecnología en la información, televisión, radio digital, ordenadores, juegos electrónicos y, sobre todo, los smartphones, la comunicación ha pasado de ser mediante conversaciones a ser a través de mensajes, de blogs, de redes sociales, de postureo… No es infrecuente encontrar todo un autobús lleno de personas consultando o escribiendo en su móvil, como tampoco es infrecuente encontrar a parejas de enamorados cenando, o grupos de amigos en una terraza, o unos cuantos jóvenes, todos ellos, consultando o escribiendo en su Smartphone.

McGonigan nos hablaba de por qué se da este fenómeno, y la verdad es que nos pone los pelos de punta. A través de las redes sociales cada uno pone la imagen de sí mismo que desea, hasta el punto de poder usar un avatar. Incluso, podemos mentir y pasar por ser absolutamente otra persona. Pero, lo más importante de esta conducta es el “control”. Cuando estamos en una terraza con cuatro o cinco compañeros o amigas, la conversación discurre por donde las personas integrantes del grupo desean y, en ella, hay momentos interesantes para nosotros, pero muchos de ellos no lo son tanto. Además, nuestras ideas pueden ser contradichas con frecuencia.

Sin embargo, cuando tenemos un móvil en la mano nuestra comunicación discurre por donde nosotros queremos y, en ese momento, tenemos el “control”. Consultamos Facebook, contestamos cuando nos parece en Whatsapp, enviamos un mensaje de texto si nos apetece, consultamos nuestros emails y respondemos algunos, otros los dejamos para más tarde y accedemos a la información proporcionada por nuestra radio, nuestro periódico o nuestra plataforma informativa de confianza. En todas estas actividades nosotros tenemos el “control”. Nadie nos ha llevado la contraria; imágenes, películas, series, músicas, noticias, opiniones, etc. son las que se adaptan a nuestras ideas.

El resultado es que vamos camino de hacer una generación más polarizada en las ideas e intolerante que nunca. Solo nos interesan aquellas que se aproximan a nuestra forma de pensar. Creo que la solución pasa por abrir nuestras mentes y sobre todos nuestros móviles a nuevas ideas, recuperar el hábito de la conversación presencial, aunque sea con mascarillas, en definitiva, dar valor a lo nuevo, a lo distinto, a lo diferente…, dar de nuevo valor al “forastero”.