La lucha por salvar Montoro de Mezquita del olvido

Cualquier turista que consiga acceder hasta Montoro de Mezquita, sacará la cámara para retratar tal soledad en pleno corazón del Maestrazgo.
Carmen ha volcado todos sus esfuerzos en las pasarelas del Estrecho de Valloré, una ruta fluvial por el río Guadalope
photo_camera Carmen ha volcado todos sus esfuerzos en las pasarelas del Estrecho de Valloré, una ruta fluvial por el río Guadalope

Cualquier turista que consiga acceder hasta Montoro de Mezquita, un municipio histórico de la provincia de Teruel, después de circular con su vehículo por varios kilómetros de pista llena de baches y de un único carril, sacará -perplejo ante lo que ven sus ojos- la cámara de fotos para retratar tal soledad en pleno corazón del Maestrazgo. Allí, le bastará con levantar la vista del suelo unos segundos para descubrir que los años han pasado factura a este municipio: no hay ningún comercio abierto, ni tampoco consulta médica.

La despoblación que durante años acecha a la provincia es la causante de que Montoro de Mezquita haya perdido la mayoría de sus vecinos, y basta con entrar a la única plaza del pueblo para darse cuenta de que el bullicio de hace unas décadas ha desaparecido completamente, aunque esto no ha sido siempre así. En 1910 la población llegó a ser de 386 habitantes. En 1960 el número de residentes se redujo a más de la mitad; solo quedaban 139 personas en el pueblo. Diez años más tarde, Montoro de Mezquita perdió su Ayuntamiento y pasó a ser pedanía de Villarluengo. Ahora son siete vecinos y tres casas abiertas. El resto -las que todavía se mantienen en pie- tienen que esperar a que llegue la Semana Santa o el verano para ser habitadas por sus propietarios; ellos son los descendientes de los antiguos moradores.

“Estos pueblos son una pena y lo malo es que hay poco futuro”, dice Domingo Salesa -de 84 años- mientras está sentado en la plaza con su nieto. Él nació en el pueblo, pero a los 13 años su padre lo envió a una masía de Ejulve para cuidar de un ganado, “era para que comiera mejor, en casa mis padres no me podían mantener”. Después se marchó a Barcelona y finalmente a Zaragoza, donde vive ahora, al igual que sus cuatro hijos. No tuvo elección, irse fue la única alternativa posible: “Me he tenido que ganar la vida por el mundo, aquí se pasaba hambre. No había futuro para mí”. Domingo no pudo quedarse, pero sí pasar sus vacaciones en Montoro de Mezquita: “Vengo siempre que puedo. A mis hijos también les gusta la tranquilidad que hay aquí, tres de ellos tienen casa en Montoro”.

Montoro de Mezquita, municipio histórico de la provincia de Teruel

Un caso similar es el de Javier Salesa, que cuenta: “Mi padre con nueve años se quedó huérfano y lo llevaron a un centro para niños desamparados en Zaragoza. Mi abuela tuvo que irse también. Esta zona era muy pobre, si faltaba el que trabajaba, los demás no tenían nada que hacer”. La casa familiar de Montoro fue para su tío abuelo, y de él pasó a Javier y su hermano. Fueron ellos, junto a su padre, quienes la rehabilitaron para poder pasar allí sus vacaciones.

Consuelo Salesa, de 89 años, es la única de los siete vecinos que lleva viviendo en Montoro toda la vida. Se crió en una masía a dos kilómetros del pueblo junto a sus tres hermanos. Dos emigraron a Cataluña y el tercero -soltero- se quedó al cuidado de sus padres. Consuelo, viuda desde hace once años, se casó en Montoro y tuvo una hija: “Cuando ella tenía 12 años cerraron la escuela y la dejamos interna en un colegio de Teruel para que pudiera continuar con sus estudios. Más adelante, mi marido -que era cartero rural- se hizo cartero urbano para poder recogerla y que pudiera dormir en casa. Primero la llevaba a Caspe, después a Alcañiz”.

Consuelo, desde que se casó, ha estado viviendo en la casa que su marido heredó de sus padres, una casa humilde, todas lo son. Ni aún ahora que ya no está su marido se plantea abandonarla: “Me iré con mi hija cuando ya no pueda estar sola. Aquí me encuentro mejor, me gusta mucho el pueblo. A mi marido también le gustaba”. Con casi 90 años, sigue yendo al huerto y todavía mantiene a sus conejos y sus gallinas. Si algo le entristece es recordar la etapa de su juventud: “Cuando me casé había diez matrimonios jóvenes como yo. También teníamos dos escuelas -una para niños y otra para niñas- y maestro. Poco a poco todo se ha ido acabando porque este pueblo siempre ha sido humilde; el campo daba muy poco y la gente joven se ha tenido que buscar la vida”, dice con profunda tristeza. Justo después, Consuelo se tapa la boca con la mano y gira su cabeza hacia otro lado. Lo cierto es que todo habría acabado en Montoro de Mezquita si Carmen Olague no hubiese ido a vivir allí en 1993. Ahora Consuelo sería la única vecina.

Carmen Olague lleva años luchando por salvar a Montoro del olvido y ha sido la propulsora de numerosas iniciativas turísticas

Con 25 años, Carmen decidió abandonar su ciudad natal -Zaragoza- e irse a vivir a la casa que sus padres habían comprado en Montoro: “Siempre he estado enamorada de este pueblo. Mi sueño era vivir aquí desde muy pequeñita”, y lo consiguió, aunque no todo fue fácil. “Cuando llegué aquí no teníamos ni luz eléctrica, llegó en el 97. Hasta entonces, en casa solo había una bombilla que funcionaba unas horas al día gracias a una turbina que se compró de segunda mano durante la II República y que colocamos en un molino harinero”, recuerda.

Aquella chica joven que llegó sola a Montoro tiene ahora 54 años y ha formado una familia. Su marido es forestal en Ejulve y uno de sus dos hijos -Andrés- viven con ellos. También su madre y su suegra. En esta casa están cinco de los siete vecinos.

Carmen lleva años luchando por salvar a Montoro del olvido. Una de sus primeras iniciativas fue la creación de la Asociación para el Desarrollo de Montoro de Mezquita, fundada en enero de 1996. Cuenta actualmente con 210 socios. Desde la asociación han impulsado proyectos como la rehabilitación del antiguo horno de pan para convertirlo en local social de Montoro, la creación de un fondo fotográfico, la realización de cursos de restauración y la recuperación de tradiciones. “Hemos conseguido mejoras, pero creo que estamos llegando tarde para salvar el mundo rural”, manifiesta Carmen, que nunca se ha dado por vencida. “Es triste que los pueblos se mueran, y si Montoro presenta carencias es justamente porque no tiene ayuntamiento propio”.

Durante estos últimos años, Carmen ha volcado todos sus esfuerzos en las pasarelas del Estrecho de Valloré, una ruta fluvial por el río Guadalope que se abrieron al público en 2017, aunque su último gran logro es el Bosque de las Hadas y Duendes, un recorrido mágico entre senderos naturales, fruto de la creatividad de Carmen y su familia durante el confinamiento. “En el parking ha llegado a haber un centenar de coches, y sin darles demasiada publicidad. Son un atractivo turístico para el pueblo impresionante”, confiesa.

El Bosque de las Hadas y Duendes es fruto de la creatividad de Carmen y su familia durante el confinamiento

Después de todo lo vivido en Montoro de Mezquita, Carmen hace balance positivo: “Me gusta lo que el pueblo puede ofrecerme. Hay cosas que se hacen cuesta arriba, pero otras muchas que compensan”.

El último en llegar fue Carlos, de 53 años. Él vivía en Barcelona y gracias a Carmen conoció la zona; durante catorce años estuvo visitando Montoro en sus vacaciones. Desde hace tres años, el pueblo se ha convertido en su hogar.

Carmen es ejemplo de lucha y compromiso por el mundo rural. Conoce las cifras estadísticas que auguran el fin de pueblos como el suyo, pero se niega a dejarlo morir. De hecho, la situación es alarmante; la provincia de Teruel presenta una densidad de población de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, una de las más bajas de España. Esta cifra desciende considerablemente si nos centramos en municipios concretos. Un tercio de ellos en la provincia ya tienen menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado, y la situación no parece que vaya a mejorar. Según la proyección realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), hasta 2033 Aragón perderá alrededor de unos 1.000 habitantes.

Teruel será la provincia más damnificada, con cerca de 11.000 residentes menos: de 133.860 a 122.837. Esta previsión pone en evidencia que el problema de la despoblación se mantendrá en una zona donde el envejecimiento es ya un mal endémico. En 2033 el 27 por ciento de los residentes en Aragón estarán jubilados y Teruel volverá a ser la provincia que registrará un mayor porcentaje, casi el 30 por ciento de los vecinos tendrán más de 65 años.

Ante esta situación, las medidas paliativas contra el éxodo rural no parecen impedir que Teruel se parezca cada vez más a la Laponia del norte. Por el momento, y hasta que llegue la salvación, Carmen Olague y su familia seguirán luchando por mantener vivo su pueblo, como han hecho siempre, y se encargarán de que Montoro de Mezquita tenga, al menos, una casa abierta y vecinos recorriendo sus calles. Continuarán apostando por lo que siempre ha sido su casa, porque ellos son el último grito de esperanza.