Miguel Ángel Berna: “Tenemos que crear un puente para comunicarnos con los jóvenes”

Miguel Ángel Berna, natural de Zaragoza. Imagen: Jaime Oriz
photo_camera Miguel Ángel Berna, natural de Zaragoza. Imagen: Jaime Oriz

El baile es un movimiento libre, descriptivo y único. Las coreografías son marcadas para cada bailarín y este lo lleva siempre a su terreno y a su personalidad. Miguel Ángel Berna, natural de Zaragoza, vive en el mundo de la jota y de la danza desde los ocho años, cuando descubrió que ese espíritu recorría sus venas. Si solo recurriendo a este arte puedes ser tú mismo, que todo sea un baile.

Pregunta.- ¿Cuál es la situación actual del mundo de la jota?
Respuesta.- La situación es la misma que hace 50 o 100 años. Realmente el problema viene de atrás. La jota que yo he bailado siempre es de escenario, no es una jota popular ni tiene un fin. Esto pertenece al mundo rural; tengo muy claro que si cantara ahora no cantaría jota. Yo empecé a bailar el año que murió Franco. Los aragoneses desconocemos el paso de la jota tradicional a la jota del escenario, y nos hemos quedado con un tópico. Tenemos que crear un puente con los jóvenes para que nos podamos comunicar con ellos. La jota es un símbolo nuestro, pero es un símbolo muerto.

P.- ¿Cómo se crea ese puente?
R.- Esto nos va a llevar bastante tiempo porque llevamos mucha desventaja. En 1945 en Europa termina todo, y en España, durante 30 años estuvimos aislados en una dictadura. Es normal que haya diferencia entre mi generación y la de los jóvenes. En otros países ha habido gente que se ha interesado por trasmitir los valores al pueblo, pero aquí no. Yo cuando me subo al escenario doy la vida, porque soy yo mismo. Cuando el puente esté creado, se tiene que tomar la decisión de pasarlo o no. Y si lo cruzas, en algún momento nos encontraremos y pondremos nuestros puntos de vista en común.

Miguel Ángel Berna, bailarín. Imagen: Jaime Oriz

P.- ¿Fue casualidad que comenzara a bailar cuando murió Franco?
R.- Había mucho miedo en esa época, como en el intento del golpe de estado de Tejero. Cuando tienes miedo, te quedas callado. Pero si te expresas con respeto y con lo que sientes no debería pasar nada. Cuanto más te haces mayor, menos sabes. Nosotros somos nuestros peores enemigos porque en el fondo no nos conocemos. Por eso, la jota es un vehículo para que te conozcas, para saber cómo funciona tu cuerpo, tus sentimientos… Y aquí también existe una relación entre la jota del siglo pasado y la sociedad actual; cuentan muchas mujeres que cuando bailaban jota cansaban hasta a quince hombres, y hoy, como se ha demostrado, la mujer gana al hombre.

P.- ¿Ha cambiado la visión del mundo de la danza a raíz de la pandemia?
R.- He visto que el ser humano tiene necesidad de bailar, de moverse, de conocer su cuerpo, de expulsar todo lo que llevamos dentro. Pero no hay prácticamente nadie que baile o cante la jota. Y esto es muy triste.

P.- ¿Los aragoneses conocemos poco de la cultura de la jota?
R.- No se conoce nada. Incluso yo, que he bailado y cantado, no conozco nada. He participado en diferentes tertulias, y nunca no hay ningún jotero… les damos igual. Hace mucho tiempo que la jota se separó del mundo de la cultura. Si yo quiero bailar o interpretar a algún artista aragonés, no lo puedo hacer con un cachirulo en la cabeza. Yo quiero hablar de sus obras, del existencialismo, pero tenemos que tener en cuenta que la jota no está viva. Es importante respetar el salto que debe haber en todos los cambios, la transición. Me duele decirlo, pero es la realidad. No damos valor a lo que tenemos, y eso es muy aragonés.

Miguel Ángel Berna, uno de los joteros más internacionales. Imagen: Jaime Oriz

P.- ¿Por qué ha dejado de consumirse la jota?
R.- Por la despoblación. La jota nació en los pueblos; hoy son los profesores de la ciudad los que van a enseñar a los pueblos. Es lógico pensar que, si cada vez hay menos personas en los pueblos, habrá menos jota. Yo veo Oregón Televisión, y salgo a la calle y sigo viendo Oregón Televisión. Hace años la gente de los pueblos estaban marginados. La finalidad de todo movimiento y de este caso, la jota, es una canción de protesta. Lo mismo ocurre ahora con los jóvenes y el rap.

P.- ¿Le tenemos miedo a los cambios de tendencias?
R.- Sí. No tomamos conciencia de lo que ocurre, pero todo es cambio. Es imposible bailar la jota de la misma manera de la que lo hacían hace 100 años. Tengo que buscar otro revulsivo, buscar otra forma de expresión. La música, la danza, la cultura sirve para conocernos a nosotros mismos.

P.- ¿La pandemia nos ha hecho impacientes?
R.- Quizá la pandemia nos ha paralizado. En un espectáculo, menos es más. Al final siempre nos quedamos con la esencia, y eso hay que buscarlo. Pero no hemos sabido cultivar nuestra relación con la juventud, que era un auténtico regalo. En España hemos pasado de estar aislados a ser uno de los países más modernos y pioneros en legalizar diferentes leyes. Pero todo tiene su transición, cuando tienes algo instaurado dentro de ti es complicado olvidarlo. Hay que ir poco a poco. Lo más importante en darse cuenta de las cosas, y luego ya iniciar un camino.

Miguel Ángel Berna lleva en el mundo de la jota desde los 8 años. Imagen: Jaime Oriz

P.- ¿Le ha dolido alguna vez la jota?
R.- En mi casa siempre me han apoyado. Pero a los 14 años dejé de cantar porque me inflaron, me presionaron mucho. Era un niño, y siempre que iba a los sitios, me hacían cantar a mí, a nadie más. Cuando pierdes el hábito es muy difícil recuperarlo. De hecho, desde entonces, no he vuelto a cantar. Mi voz se apagó en ese momento. A veces pienso en volver, pero es complicado. Todavía me sigue doliendo la jota; el viaje es muy duro. Es como el Mito de la Caverna de Platón; cuando el prisionero se escapa, ve el mundo, pero cuando vuelve a la cueva, lo acaban matando.

P.- ¿Nos importa lo que piensen los demás de nosotros?
R.- De pequeño, a veces tenía que ir vestido de baturro desde casa al bar en el que actuaba, y cuando bajaba del coche me daba mucha vergüenza y me echaba a correr para que nadie me viera por la calle. Nos importa mucho el qué dirán. Es una de las cosas peores que tenemos porque hace que no podamos hacer lo que queramos. Aunque me tachen de revolucionario, yo también tengo miedo al qué dirán.