Opinión

Recuerdo de Alberto Casañal y su fiera zurrupia

Javier Barreiro, escritor.
photo_camera Javier Barreiro, escritor.

Hoy muy olvidado, Alberto Casañal (1874-1943) fue el más popular y, seguramente, el mejor de los escritores del costumbrismo aragonés. Puede decirse que su conocimiento se disipó en los años sesenta del pasado siglo, cuando España convirtió su sociedad, preponderantemente rural en definitivamente urbana. Sin embargo, hasta entonces muchos aragoneses conocían sus versos y obras como “Epistolario baturro”, “Cuentos de calzón corto”, “Baturradas” o “Romances de ciego” pasaban de mano y eran leídas en otras regiones españolas. De hecho, la facilidad y gracia versificadoras de Casañal despuntaron muy tempranamente y, a los doce años, ya publicaba versos en la revista infantil barcelonesa, “El camarada”.

Casañal no fue aragonés de nacencia sino que vino al mundo en San Roque (Cádiz) donde su padre, Dionisio, topógrafo y autor de un famoso plano de la capital aragonesa, se casó y estuvo asentado temporalmente. Con Alberto de corta edad, la familia se instaló definitivamente en Zaragoza. Estudió en el colegio de San Felipe, se licenció en Ciencias Químicas en 1910 y desempeñó la cátedra de Matemáticas Superiores en la Escuela Industrial de la capital del Ebro. Además de sus muchas colaboraciones periodísticas, presidió el Ateneo literario.

Los zaragozanos se identificaban con él y su obra. Ya en 1923, fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad. Muy querido por las gentes, recibió la Medalla de Oro de Zaragoza y en 1931 le fue regalada una casa sufragada por suscripción pública, “la casa del poeta”, sita en la esquina del Paseo de Ruiseñores con la calle Santiago Guallar, que subsistió hasta 2004, en que fue ignominiosamente derribada, al principio de la cuesta que hoy da acceso a una residencia de ancianos.

Fue autor de gran agudeza, sentido humorístico y poseyó un magnífico oído para captar los matices de la lengua popular, de lo que dan fe tanto sus comedias como sus romances y diálogos. Aunque, en ocasiones, se le tildara de chocarrero, fue un hombre culto, de fina sensibilidad y muy apreciado por quienes lo trataron. Su primer éxito fue la zarzuela “Los tenderos” y la más representada, “La tronada”. Las piezas satíricas que escribió, muchas veces en colaboración con Juan José Lorente, para estrenarse el día de los Inocentes o en otras festividades señaladas, son también de notable interés histórico y costumbrista, aunque irrelevantes literariamente. En ellas los protagonistas eran personajes y acontecimientos de la vida cotidiana zaragozana, tratados con una libertad que hoy no se toleraría y están reclamando un estudio que ilumine sus curiosas alusiones.

Sin duda, lo más popular de su producción fueron los romances y uno de ellos, “La fiera zurrupia”, estrenada en el zaragozano Teatro Principal en 1909, pasó al acervo común. Gente de extracción muy popular lo sabía de memoria y, siempre que se recitaba, los oyentes prorrumpían en carcajadas. Es ilustrativo lo que cuenta en sus memorias, “Mis siete vidas”, José María García Escudero, hombre polifacético pero sobre todo conocido por su labor y talante aperturista, como director general de Cinematografía durante el franquismo:

“La incorporación de profesores y alumnos aragoneses (a la Escuela de Periodismo) produjo la aportación de una singularísima pieza poética, muy popular en Aragón, cuyo recitado no faltó ya de ninguna excursión o celebración (…) se titulaba ‘La fiera zurrupia’ (…) después de cometer innumerables fechorías, perecía, lo mismo que sus cuatro zurrupios pequeños, tal como puntualmente narraba el delicioso romance”.

Me imagino al jocoso escritor volviendo del trabajo a su casa por el entonces bellísimo Paseo de Ruiseñores, profuso de árboles, villas y chalés modernistas o racionalistas, y me pregunto a quién de sus convivientes regalarían hoy los zaragozanos una mansión para habitar con su familia. La autopregunta no parece que tenga fácil respuesta y queda flotando en el aire que, como escribió Coleridge, es el medio de mutua comprensión de los espíritus.