Opinión

La ola que viene, la ola que va

Parece que vamos a por la cuarta ola. Tenemos vacunada, no llega, al 10%  de la población española, por lo que es muy probable que pronto veamos aumentar los ingresos en hospitales, la presión en las UCIs y el número de fallecidos; pero eso es irrelevante, lo grave es que otro año más no podemos tener las minivacaciones de Semana Santa.

Este planteamiento no es exagerado, sino una triste y dura realidad. Parece que nos hemos acostumbrado a vivir con unas cifras huecas, aunque detrás de ellas haya mucho sufrimiento personal, dolor inmenso por perder amigos y familiares y un pesimismo profesional que está creando en los profesionales sociosanitarios un porcentaje muy elevado de lo que se llama burnout (síndrome del quemado).

Me parece que todo ello habla mucho y mal de nuestra educación cívica, de la solidaridad colectiva e individual y también de la falta de inteligencia emocional.

Unos dicen que están pagando el pato (la hostelería y las empresas turísticas); otros afirman que no habrá nueva ola, sino como mucho una leve “olita”; algunos, cansados de todo, de fiesta en fiesta y de jarana en jarana sin seguir las normas que la medicina preventiva está recomendando encarecidamente; y eso sí, todo el país en jaque viendo cómo pasa el tiempo y de las vacunaciones prometidas, nada de nada.

Primero se nos dijo a bombo y platillo que el virus estaba vencido, mentira y gorda. Después se nos ha dicho que para antes del verano tendríamos “inmunidad de rebaño” (70 % de la población con anticuerpos suficientes para tener una cierta seguridad), mentira y gorda. Se ha dicho también que se pondría ahínco en evitar traslados que rompieran la perimetración y que se iban a hacer efectivas las sanciones que se habían puesto, mentira y gorda. En fin, el pueblo español, el “españolito valiente” como dice la canción, soporta estoicamente todo lo que le echen y más.

La situación que ha creado la Covid-19 está originando unos problemas muy graves en la salud mental y ello, como venimos avisando desde la óptica sanitaria, va a ser una pan-epidemia terrible, con costes insoportables en sufrimiento personal y, también, en el ámbito económico. No hace falta nada más que ver los indicadores de absentismo laboral y de gasto social que producen los trastornos mentales, pues eso habrá que triplicarlo, y a lo mejor nos quedamos cortos.

Estamos anestesiados emocionalmente, solo así se puede entender la pasividad ciudadana, cuya fundamental preocupación es saber pormenorizadamente las infidelidades que sufrió la hija de la “más grande” y si nos “podremos escapar” estos días a vivir nuestra particular “Semana Santa”.