Opinión

Delirium tremens & Rodillo ideológico

Nuestra democracia, la que debiera ser garante de derechos y libertades fundamentales, sangra profusamente fruto de la ortodoxia asfixiante del librepensamiento actual. Es víctima de sus propios dogmas y herejías dominantes. La dialéctica marxista-socialista y el neocomunismo han puesto en jaque el pulso ya bastante debilitado de España. Nuestra sociedad está a punto de caer en la tentación de la utopía, reduciendo la ética, la moral y los principios constitucionales a una comercialización teórica repartida entre facciones políticas. La imposición doctrinaria puede acabar, a golpe de Decretos, con la libertad democrática.

Estamos asistiendo ante un escenario social, económico y político donde la destrucción y la manipulación son los ejes sobre los cuales discurre la ideología social-comunista reinante. Lo vemos claramente con la pretendida reforma de la ley de educación, o ley Celaá, que provocará ,en su caso, un genocidio cultural y la amputación del castellano como lengua vehicular. Además, entre otras cosas, el adoctrinamiento a nuestros hijos en la verdad oficial, en la ideología de género y en la “moral” de Estado, se hará de espaldas a la autoridad responsable de los padres, pues es aquel quien quiere usurpar la labor educativa de estos.

Lo vemos también con la futura aprobación de la ley de la eutanasia, exprés y a domicilio, donde no haya ningún tipo de objeción de conciencia y abra incluso la posibilidad de aplicarse a cualquier patología distinta de la enfermedad terminal (v.g. crónica). Asimismo, en su redacción se plantea la posibilidad de emplearse en menores de edad. Con todo se observa que no hay límite para la aberración identitaria de la extrema izquierda, pues se pretende acabar con el dolor liquidando al paciente, convirtiendo a los facultativos que les asisten en sus propios verdugos.

En relación con la Sanidad y Salud pública en general, y en particular a la gestión de la pandemia Covid-19, mejor no emitir comentarios para no herir susceptibilidades.

Por otro lado, el anteproyecto de la ley de memoria democrática presenta una visión histórica sesgada e incluso reinventada. La vicepresidenta Carmen Calvo manifestó que los jóvenes han de saber de dónde venimos. Que han de conocer cómo hay que trabajar cada día por las libertades y los derechos, así como expandir la democracia, y eso requiere información y certeza de lo ocurrido y de lo que no puede volver a ocurrir nunca más, en relación con la represión franquista. Lo que olvida y calla el sectarismo de la señora Calvo es que la represión en España se padecía antes de 1936, precisamente con la II República, lo digo por lo de la certeza, donde el odio, la violencia, los asesinatos y la tortura vertidos en ciertos colectivos (clerofobia) gozaban de la impunidad libertina y arbitraria del régimen establecido. Si hablamos de víctimas, hablemos con criterio.

A nivel económico, informes redactados por expertos de la OCDE declaran que España en el 2021 será el país con mayor caída, digamos que entrará en barrena, y que la tasa de desempleo alcanzará cotas vertiginosas. Y a nivel comunicación el “Ministerio de la verdad”, controlado por Pablo Iglesias, augura un totalitarismo manipulador diseñado para amordazar a quienes disientan de su pútrida ideología (la comunista) censurando y maquillando la información que en cada momento le convenga al pueblo, a ese al que él renunció pertenecer desde que ocupó su escaño como diputado y que ahora lo calienta desde su posición gubernamental.

El gobierno de la nación no sabe, ni ha querido, velar por los intereses de sus ciudadanos, a los hechos me remito. Duele que, ante esta dolorosa situación, los intelectuales españoles, incluidos los cristianos, no hagan vibrar más y con mayor contundencia su clamor para recuperar el recto abecé que versa sobre la dignidad humana concebida desde todos los ámbitos. El elenco gubernativo ebrio de poder, un poder más ideológico que programático, alucinado, perturbado y ávido de resentimiento, venganza y división, ha traído como consecuencias la agitación, la quiebra y la desolación.

Ni el miedo, ni la tibieza, ni la postura del avestruz frente a las dificultades y sinsabores de la vida, podrán superar la necesidad imperiosa de restablecer el orden natural de las cosas. Hace falta tener las conciencias limpias, arrojo, honor y valentía para combatir la maldad institucional, enquistada y enfermiza, que intoxica la bondad y el buen hacer de los ciudadanos. Y eso, créanme, no es restringir ni coaccionar la libertad, es colmar de bienes fecundos a la malquerida sociedad.