Opinión

Verdades a medida

El forzoso retiro pandémico me ha permitido utilizar más y mejores bibliotecas, bibliotabletas y bibliordenadores. Las hemerotecas digitales, todas, marcaban un falso ritmo, de difícil credibilidad, sobre los PGE.

Busqué entre los clásicos y encontré este soneto de mi admirado D. Francisco de Quevedo que, en mi octogenaria opinión, expresa la realidad política y económica actual, donde la mentira señorea. Dice su arranque:

“Mal oficio es mentir, pero abrigado:// eso tiene de sastre la mentira, // que viste al que la dice; y aun si aspira // a puesto el mentiroso, es bien premiado.

Pues la verdad amarga, tal bocado // mi boca escupa con enojo e ira…”.

Expertos (genuinos, no de comité) definen la mitomanía como la “tendencia a mitificar o admirar exageradamente a personas o cosas”. Pero un segundo significado menos conocido la señala como la “tendencia morbosa a desfigurar la realidad, para conseguir un beneficio personal”. El mitómano puede ser, si es repetitivo, un mentiroso compulsivo. Característica humana bien representada en la literatura por personajes ficticios, que, tras la desescalada cultural a la neonormalidad, se han hecho realidad, como personas hábiles para mentir a lo grande y con excesiva frecuencia. Incluso formando subsistemas políticos, culturales y sanitarios donde la “no verdad” esta al orden del día, de la nocturnidad, de la economía, de los presupuestos y de los pactos. El engaño está servido a todas horas; el cebo, puesto; y las piezas, a punto de ser cazadas ‘democráticamente’.

No escarmentamos. “Desescalar” a estos personajes (con alguna muy contada excepción) del Gobierno ‘so-co’ sería el inicio de la precisa y anhelada restauración. No son las ideas el problema. El problema son las personas, designadas por grupúsculos (¿de expertos en qué?), que en estos momentos, con manifiesta y tenaz incompetencia, están acabando con la buena voluntad de los ciudadanos.

Los medios de comunicación y las redes llamadas sociales exhiben a diario distintos tipos de mitómanos y los múltiples motivos por los que mienten. Ya sabemos cómo se construye un plató mitómano, una falsa página, una tertulia adulterada, un concurso para que la calidad del embeleco o gazapo sea más digerible por el pueblo que nunca se equivoca. El rasgo común de todos estos mitómanos, abstracción hecha de su condición política, administrativa, cultural, científica, académica o social, no es su capacidad para gobernar (diagnosticar y remediar problemas), sino su habilidad para manipular. ¡A saber qué presupuestos nos esperan!

Nuestro inmortal caballero andante, en diálogo con Sansón Carrasco, observa que «los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa». En la desescalada hacia la neonormalidad de una sociedad en la que la mentira y la moneda falsa ya se han hecho carne de realidad diaria, el Hidalgo sería tachado de ‘fachista’. Cosas de una democracia que anda ya tan enclaustrada como los diagnosticados por coronavirus.