Muchos paleontólogos nos adjudican una historia de varios millones de años, aunque hay antropólogos que la reducen a algunos cientos de miles. Pero algunos antropólogos prefieren remontar nuestro origen, no tanto a la cultura material, como a la aparición de una versátil y extraordinaria herramienta social. ¿De qué herramienta se trata?

Humanidad, cultura y mutación

Muchos paleontólogos nos adjudican una historia de varios millones de años, aunque hay antropólogos que la reducen a algunos cientos de miles. Somos parientes de los grandes simios y, en general, de los mamíferos. Con ellos compartimos nuestro instinto jerárquico y territorial, a veces en exceso. Además, sentimos tal apego por nuestras mascotas que proyectamos en ellas nuestras emociones: alegría, tristeza, lealtad, etc. Algunos antropólogos prefieren remontar nuestro origen, no tanto a la cultura material, como a la aparición de una versátil y extraordinaria herramienta social. ¿De qué herramienta se trata?

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Esa herramienta es el lenguaje. El lenguaje aumentó nuestra memoria, que se multiplicó con la escritura. El lenguaje también forjó la relación maestro-discípulo. El lenguaje y el ejemplo han sentado las bases de la humanidad, cuya mayor mutación es la cultura.

El perro que llega a viejo aprende mucho, pero lo que sabe desaparece con él. No puede comunicar su experiencia. Para ser más precisos, los perros, durante la crianza, enseñan a sus cachorros mediante el ejemplo.

Desde que el hombre domesticó al perro, los cambios producidos en posteriores generaciones de canes se deben, no tanto a la selección natural como a la elección de los ejemplares cuyas características y habilidades hemos querido reproducir. Es un hecho que se inició en la prehistoria y dura hasta hoy. Esta elección no sólo la hacemos con los animales, también con las plantas.