Opinión

Las colas del hambre

La crisis de la Covid-19 parece que ha revolucionado el planeta, quizá porque no distingue entre ricos y pobres, entre gobernadores y gobernados. El Gobierno de la nación, y el varias comunidades autónomas, entre ellas la de Aragón, a pesar de la falta de previsión y cuestionada ejecutividad, se complacen en méritos, halagos y un sinfín de panegíricos que colman un prolijo medallero de ineptitud y, por qué no, de una deducible indolencia. Medidas insuficientes, inadecuadas, lentas y una gestión huérfana de eficacia.

Con tanto logro aplaudido, las Administraciones Públicas competentes todavía no han conseguido frenar un indicador estadístico que se oculta frecuentemente tras la pandemia: la hambruna que asola a numerosas personas. Mientras sus señorías gozan de todo tipo de prebendas, como sus intocables y gruesos emolumentos incluyendo dietas y otros estipendios, y a pesar del paréntesis “laboral” acaecido durante el estado de alarma, muchos ciudadanos lo han perdido todo. ¿Y ahora qué? Promesas económicas baldías que han desembocado en guardar turno en las engrosadas colas de los comedores sociales que, por cierto, son mantenidos gracias a la Iglesia católica y a entidades privadas.

Nuestros políticos se baten constantemente en agotadores y prosaicos discursos dialécticos al mismo tiempo que el hambre hace estragos en muchos hogares, los cuales tienen que vivir de la beneficencia. Los informativos nos sorprenden con imágenes de todo tipo y condición, pero con escuetos flases que advierten sutilmente el hambre, siempre oculto por otros suculentos intereses. ERTE cobrados a destiempo, aumento del desempleo desmedido, quiebra económica y social. Pero aumentan las loas, los éxitos y los provechos del gobierno de turno, del color político de turno, de los usos sectarios de turno.

El hambre junto con el aborto son las causas de mortalidad más sangrantes de nuestra geografía universal, manifestándose actual y claramente en países desarrollados que se hacen llamar del primer mundo. Y así sucede ahora en el nuestro. Sin embargo, ha sido el coronavirus el que ha hecho sonar el despertador de los indiferentes, desplazando a un plano muy secundario el hambre que ahora actúa con un sesgo más agravado si cabe.

Acometer esta vergonzosa situación debería ser prioritario en la agenda de las instituciones públicas, empleándose a fondo en el caso que nos ocupa. Sería el mayor logro para nuestra nación, una cura de salud social, gestionando convenientemente el gasto público en vez de engordar los ya opulentos estómagos de quienes viven de espaldas a la necesidad. Mientras unos pasan hambre, el silencio de otros se duerme contemplándolos. No lo permitamos.