Opinión

La extensión de las pandemias también es herencia y urbanismo

Mucho más de lo que reconoce cualquier poder público, pero se percibe en la difusión de memes, la extensión o almacenamiento de virus en plural siempre ha tenido cariz urbanístico. Les va el hacinamiento, la vida baja que se dice en japonés.

La apertura de avenidas por Haussmann en París, el Plan Cerdà de Barcelona, la extensión de Zaragoza hacia el sur y cubrimiento del Huerva tienen dicho origen higienista.

La mayor parte de quienes la presente lean no viven en una casa con murete de piedra heredada, parte de muralla. Ni en una casa tradicional o masada con corrales para animales, un gran zaguán de caserío con cuadra y falsa con tejado que deje respirar para que se oreen embutidos o no se pudran patatas ni grano.

Como dijo Le Corbusier en representación, y aplicaron urbanistas como Yarza cuando vislumbró el Futuro ACTUR, aislado el hombre se sentiría desarmado y una choza sería suficiente. La vida en grupo, eso sí, crea una tensión sobre el territorio. Lo hemos tensionado ocupándolo y vivimos… como nos dejan y muy poco como decidimos…

También advirtió el suizo francófono, contra los que hoy pasan lista para que los urbanos no vuelvan a sus lugares de origen, que cualquier unidad administrativa nunca coincide en su totalidad con una unidad geográfica o regional. Lo advirtió como obstáculo, como arbitrario, como ajeno a la fraternidad.

Todo esto, pensaréis, que tendrá que ver con lo que estamos viviendo en cuanto a reglamentos con rango de ley en cascada de alarma. Pues bastante.

Como que algunos de nuestros pisos, incluso de fábrica humilde y de protección oficial, sí reciban luz y sol se lo deben a la denuncia del urbanista y a sus diseños y los de la Bauhaus judía. La denuncia consistía en la constatación de que aprovechándose por especulación toda una manzana, como en los ensanches que conocemos, un 75% de las viviendas no recibirían luz por mera orientación norte y por colisión con las de enfrente de los pisos bajos.

Sabido es que el presente bicho, y la legionela y tantos otros, obedecen a pies juntillas a las narraciones de brotes de tifus y cólera de Camus o Thomas Mann, con lo que nos parece que ha llovido. Los virus se agarran a la sombras y a la falta de ventilación de residencias y hospitales. Por ello, las utopías urbanísticas no realizadas no solo es que sigan vigentes sino es que están pendientes.

Y no todo el mundo puede ni va a utilizar el comodín vuelta al pueblo, para lo que hay que tener algo de grasa en la lomera si nadie está interesado en comprar tu piso urbano.

Zaragoza e incluso Monzón o Híjar presentan ciertos desarrollos urbanísticos arbolados donde cumplir las distancias es posible, de terraza no siempre saturada, en que corre el cierzo y los propietarios de los pisos, sin ser conscientes, han cedido ese parque o jardín suficiente a la ciudad pero para su uso hoy liberador. En ese hipotético caso de no poderse mover, que por fin hemos vivido. Producto de normas y gestión pública.

Que la realidad política de la Alta Zaragoza impida a los vecinos de Artieda o Salvatierra ir a Jaca o Pamplona por obra y gracia del creador de las provincias, Javier de Burgos, cuando su situación debería ser la de no aplicación del estado de alarma es otro ejemplo evidente de que la gestión de pandemias tienen más de urbanismo, política y artificio. Quizá no tanto como la fijación de fronteras en Asia o África a plomada, dejando a tribus yoruba en dos religiones y cuatro estados, pero casi.

La motivación de cualquier medida es defectuosa, incompleta e interpretable y, como bien se sabe en Aragón, se está penalizando la restauración, la formación y las ferias y manifestaciones culturales, los pequeños brotes de cultura urbana, que tanto ha costado que existan desde dentro, hacer un festival es siempre más fácil, en Jaca o Calatayud. Al tratarlos simplemente como asentamientos urbanos con una franja de población.

Sin tener presente la heroicidad que supone mantener una academia de inglés o pub para un número de usuarios limitado y acostumbrado a verse, en que la alternativa de prestación on line no se vislumbra por falta de componente humanidad.

Sin advertir que la población de Benasque o Albarracín empadronada es una ficción sin ninguna relación con su ocupación determinados días al año, que sus emprendedores apuestan porque fueran los mayores posibles.

Esta crisis no nos ha cogido con la Universidad de experiencia de Laponia extendida en todos los hogares y gratuita. No hemos tenido perras para educación ni sanidad antes.

Como decía el autor francés Giraudoux, hoy no estoy hablando del cielo pues para ese espacio no dispongo de método. Lo que sí es posible defender es que la condición humana sin distinción posea el uso, que no la propiedad imprescriptible por ley, de la Tierra. A ejercerse en términos lo menos desiguales posibles.

Y que cualquier “patria”, concepto utilizado por Pablo Iglesias en acepción de coger en renuncio, hacia lo que debe dirigirse es hacia nuestra vida cotidiana y a que sus ciudadanos participen en el destino y méritos de sus Estados. No es lo que estamos viendo sino desafección.

La toma de decisiones en Zaragoza ciudad, Aragón o España no puede verse limitada a una oligarquía ni sanitaria ni política ni cultural una vez domado el potro. O el reconocimiento del esfuerzo ciudadano, al que apelan tirios y troyanos, quedará amortizado a corto plazo para las víctimas sociales de la pandemia. Que son las urbanísticas durante el confinamiento. No es difícil asociarlo.