Evaluar, cómo evaluar y ¿el aprendizaje?

Tras la suspensión de la actividad lectiva presencial, los centros educativos han continuado desarrollando sus actividades recurriendo a otras modalidades de enseñanza y aprendizaje.
photo_camera Tras la suspensión de la actividad lectiva presencial, los centros educativos han continuado desarrollando sus actividades recurriendo a otras modalidades de enseñanza y aprendizaje.

¿Cuál es la mejor estrategia para que el alumnado culmine el curso académico? Finalizarlo intentando alcanzar un nivel de aprendizaje adecuado al contexto actual de confinamiento y a las circunstancias específicas de cada estudiante. Sobre las preguntas ¿qué contenidos evaluar?, ¿cómo evaluar? La realidad del «estado de alarma» se impone y por encima de ella el sentido común. El regreso a las aulas ocurra o no en este curso académico se realizará en un contexto poco proclive a la normalidad. Sea por causas relacionadas con la planificación o emocionales, no se podrá avanzar en la planificación prevista en el aprendizaje ni en las evaluaciones. Se requiere creatividad y ser consecuente con la finalidad de la enseñanza: pensar en cada estudiante.

La evaluación en el proceso de enseñanza-aprendizaje es, probablemente, la fase que más importancia le otorga el alumnado y sus familias; en el contexto del profesorado, cada vez más está integrada a una estrategia docente más amplia. Pero ¿cuál es realmente el valor de la evaluación, de la «nota», en la enseñanza? Si solamente se limita a ser el número que certifica si un estudiante aprobó o no una materia, aunque es clave, la visión de la evaluación sería instrumental. Estaría alejada de la dimensión pedagógica del aprendizaje. ¿La evaluación tiene más utilidad? La evaluación tiene otras funciones.

Si el centro de la educación es el alumnado la evaluación permitirá identificar las fortalezas y debilidades de cada alumno en el proceso de aprendizaje, en general, y en cada una de las materias. La reflexión que el profesorado realice del dato que le aporta la evaluación le permitirá analizar dónde efectuar cambios o reforzar acciones en su planteamiento pedagógico. Incluso, adecuar aspectos del aprendizaje a las características específicas de estudiantes que requieren un refuerzo especial.

La evaluación debería estar enfocada a motivar al estudiante. Una posibilidad es la autoevaluación de algunas actividades por parte del propio alumno. Competencia que contribuirá a identificar sus fortalezas y debilidades. Con la ayuda del profesor y de las familias, si se involucran en el proceso, el alumno podrá también visualizar cuáles acciones tendrá que realizar para mejorar su aprendizaje. ¿Consecuencias? Un mayor conocimiento, refuerzo de sus competencias y un rendimiento eficiente.

Adicionalmente la evaluación le aporta al profesorado elementos para reflexionar sobre las oportunidades y las amenazas del propio proceso de enseñanza-aprendizaje en las asignaturas. ¿La metodología docente es la adecuada? ¿Las actividades son las pertinentes? ¿El cronograma es apropiado?

Sin embargo, es deseable, como en otras cuestiones, que existan directrices generales consensuadas por parte de las autoridades respectiva y releguen a un segundo plano los intereses políticos partidistas. Los centros educativos son los que conocen la realidad de su alumnado y de las familias, las circunstancias excepcionales que algunas familias están viviendo en este contexto de confinamiento y cómo la carga emocional de las consecuencias del COVID-19 les está afectando.  Sin duda las vivencias de los niños, niñas y adolescentes es ya un aprendizaje. La educación y específicamente la evaluación, en cualquier etapa del sistema educativo, debería estar al servicio del aprendizaje y no que el aprendizaje esté condicionado a la evaluación.