Opinión

Lo que yo creo

Tomo prestado el título de un libro de unos de mis teólogos de cabecera, Hans Küng. Pretendo dejar claro desde el principio que no se trata de un texto dirigido a juzgar lo que está bien y lo que está mal. Ni a pontificar sobre lo que no debería haberse hecho en el pasado y sí debería hacerse en el futuro. Así, se trata simplemente de “lo que yo creo”, sin más. Para escribirlo acudo a mi propio sedimento de lecturas vitales acumuladas a lo largo del tiempo. En concreto, al profesor de Teología en la Universidad de Tubinga, y presidente de la Fundación para la Ética Mundial Hans Küng, ya citado; al doctor ingeniero industrial y licenciado en Filosofía Salvador Pániker (con quien mantuve una muy breve, pero enriquecedora relación epistolar); al jesuita y maestro zen Enomiya-Lassalle; al matemático empírico y analista del comportamiento económico de los seres humanos Nassim Nicholas Taleb; a Viktor Frankl, catedrático de Neurología y Psiquiatría en la Universidad de Viena, quien después de sobrevivir a tres años de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial en Auschwitz, Dachau y otros campos, escribió uno de los libros más esperanzadores con los que me he topado El hombre en busca de sentido; y al doctor en Historia por la Universidad de Oxford y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Yuval Noah Harari. No son todos lo que forman el sedimento, pero es su obra la que tengo aquí, junto al ordenador por si necesito consultarla.

Todo apunta a que el Covid-19, de apodo Coronavirus, es un Cisne Negro. Según Taleb, antes del descubrimiento de Australia, en el Viejo Mundo se tenía la “certeza” de que todos los cisnes eran blancos. Así la visión de un cisne negro produjo una gran sorpresa. ¿Es grave? Sí, en el sentido que muestra la fragilidad de nuestro conocimiento: una sola observación invalida una afirmación generalizada mantenida durante mucho tiempo. Derriba todo un edificio de “certezas”. Taleb llama Cisne Negro a aquellos acontecimientos que cumplen tres requisitos. Primero, es una rareza, pues habita fuera de las expectativas normales, nada indica que ello pueda producirse. Segundo, cuando ello se produce genera un gran impacto. Tercero, una vez ello ha sucedido la naturaleza humana lleva a la construcción de relatos a posteriori que pretenden hacerlo explicable y predecible.

El Coronavirus es un Cisne Negro, se ha producido algo raro: un ciudadano chino de Wuhan se come un pangolín (eso dicen), un virus muta y pasa de animal a humano y se produce, “de repente”, una pandemia a nivel planetario. El efecto es un gran impacto: miles contagiados, miles de muertos, sanidad colapsada, cierre de fronteras, cese de actividad empresarial, recesión económica a la vista, todos confinados en nuestras casas. Y ahora se anda construyendo relatos que vuelvan este fenómeno explicable y predecible. Lanzamiento de trastos entre responsables. Se buscan culpables. Se acude la ingeniería del lenguaje para fabricar expresiones suficientemente grandilocuentes, pero vacías de contenido, que permitan surfear la mala ola y esperar a que venga otra mejor.

Pero el caso es que, aunque construyamos relatos convincentes, los Cisnes Negros existen y son impredecibles… y en palabras de Taleb dado que los Cisnes Negros son impredecibles tenemos que amoldarnos a su existencia (más que tratar ingenuamente de preverlos). En mi opinión, no creo que debamos dejar a un lado las predicciones de aquello que está nuestro alcance predecir, sino entender que hay cuestiones impredecibles. Asumir que la existencia humana no está basada en la idea de riesgo cero. Idea que por algún motivo ha sido asumida por una buena parte de los individuos de las sociedades más avanzadas, generando el pensamiento de que lo más importante es la búsqueda de la felicidad individual. La trampa viene cuando la felicidad se identifica con las sensaciones placenteras y fugaces. Harari sostiene que en esa identificación de la felicidad con sensaciones placenteras se genera el anhelo de experimentarlas cada vez en mayor cantidad, lo que lleva a buscarlas de manera consciente. Sin embargo, una vez experimentadas y desaparecidas, el simple recuerdo de ellas no nos satisfará. Necesitaremos buscar más experiencias, así en una espiral creciente, generando en los individuos estrés e insatisfacción en lugar de felicidad. En palabras de Harari, los humanos necesitan desacelerar la búsqueda de sensaciones placenteras, no acelerarla. Esto no es nuevo, ya Epicuro advirtió a su discipulado de la probabilidad de que la búsqueda desmesurada de placer les aportara más desgracia que felicidad. En la era del consumo felicidad es placer. A la vista de los resultados, parece que esto no acaba de llenarnos.

En mi opinión, la clave de todo está en lo que ha de significar el concepto “amoldarnos”. Amoldarnos es buscar la antifragilidad como individuos y como comunidad (utilizo conscientemente “comunidad” y no “sociedad”). Antifrágil (concepto acuñado por Taleb) es todo aquello que sale más beneficiado que perjudicado de sucesos aleatorios (o de ciertas crisis). Es decir, de Cisnes Negros como esta pandemia que nos está golpeando. Si no salimos de esta situación antifrágiles, como individuos y como comunidad, saldremos más frágiles de lo que entramos.

Las obras de los autores que referencio han sido escritas en diferentes momentos entre la última mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. En ellas reconocen con palabras diferentes pero mismos argumentos, que se ha producido fragilización a lo largo de la época que les ha tocado vivir. Coinciden en que gran parte de esa fragilización viene del abandono progresivo de los modelos ancestrales, naturales, sencillos. Somos más tecnológicos, pero más frágiles. Para Küng las crisis económicas pasadas (probablemente, también ésta) evidencian el riesgo de una economía y una tecnología carente de sentido. A su parecer, economistas, ejecutivos de banca, analistas, periodistas y políticos, han difundido una fe en la precisa y “científica” predecibilidad y gobernabilidad de la economía, que ha llevado a muchas personas a despreocuparse de los factores tradicionales (lo que Taleb llama factores ancestrales), haciendo que no contemplaran los efectos secundarios de ese abandono. Todos reconocen que nos toca vivir unos tiempos que tenemos que “amoldarnos” en adelante a convivir con la incertidumbre y la complejidad.

¿Cómo amoldarnos? Aquí, más que en cualquier otro momento, subrayo el título del artículo, lo que yo creo: es decir, mi opinión y no la de otro, aunque sea inevitable producto de la digestión de lo leído y estudiado. Pero antes de hacer mi propuesta, creo que esta situación generada por el Covid-19 es un punto de partida óptimo para pensar en comenzar un viraje vital a nivel individual. Un cambio desde abajo, desde cada uno de nosotros y no impuesto desde arriba. Los verdaderos cambios, los más sinceros, los que merecen la pena provienen de las individualidades que se suman, produciendo el efecto en que uno más uno es mucho más que dos. Porque en el momento actual nos hemos topado con una pandemia impredecible, en la que es preciso comprender la complejidad de la situación (no es lineal, sino multidimensional). Hay que evitar caer en el error de contemplarla linealmente sin tener en cuenta su multidimensionalidad. Esto está corriendo sobre ejes que no son solamente los convencionales espacio-tiempo. Trae muertos, muchos muertos. Imposibilidad de acompañar a los moribundos. Imposibilidad de afrontar las primeras horas de duelo tras la muerte de ser querido. Confinamiento. Decisiones éticas y morales dolorosas nunca antes planteadas por falta de necesidad. Aumentos de la dosis de empatía de unos por otros, como, tal vez, no se había visto nunca. Aplausos a las ocho de la tarde. Solidaridad entre propios y extraños. Piedad por nuestros congéneres. Ganas de ser útil no solo a los nuestros, sino a los “desconocidos”. Víctor Frankl escribe que necesitamos un cambio radical en nuestra actitud ante la vida. Aprender por nosotros mismos y enseñar a quienes están desesperados que “en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros”. Que la existencia reclama de nosotros continua e incesantemente valor y una conducta recta y adecuada.

Mi propuesta es que cada uno de nosotros revisemos de forma individual lo retroprogresivo. Un concepto creado por Pániker, cuyo significado es ir simultáneamente hacia lo nuevo y hacia lo antiguo, hacia la complejidad y hacia el origen. No se trata de renunciar al progreso. Se trata de sustituir el “mito canceroso” del progreso por la noción más sutil de retroprogreso. Donde no hay retroprogreso, los costes del progreso exceden a sus ventajas y la calidad de vida disminuye. La calidad de vida entendida no solo como indicadores económicos o tecnológicos. También de salud, de autorrealización, de libertad interior, de libertad política, de capacidad de vivir el presente.

Mi propuesta de lo retroprogesivo para ir tomando el control de nosotros mismos como individuos y como comunidad, no es renunciar al mundo tecnológico en el que estamos y que se adivina que cada día será más sofisticado. Más bien se trata de no abandonar eso que Taleb llama “lo ancestral” y Pániker “el origen”, lo que nos hace robustos. En concreto, apuesto por no perder todas aquellas cosas propias del ser humano despertadas con esta crisis del Coronavirus (si miramos en nuestro interior con sinceridad, podremos reconocer que muchas estaban anestesiadas en nuestro interior, muy preocupado en correr a toda velocidad para estar en el mismo sitio). Apuesto por la cooperación entre individuos capaz de crear un sustrato que abone la política en mayúsculas. Es hora de pasar de la queja a la crítica constructiva y fundamentada. Hay que tomar partido para que se oiga la voz de la comunidad. Una voz basada en lo humano (lo ancestral, el origen) ayudada, claro que sí, de todo el aparato tecnológico. Una voz que aporte respuestas y no reacciones. Una voz que no esté dirigida por el algoritmo (Harari prevé esta posibilidad) eliminando nuestro libre albedrío. Una voz que exija personas preparadas al frente los puestos de liderazgo. Una voz que denuncie el cortoplacismo interesado. Una voz que contenga más pensamiento de fondo, de calado, de observación de verdades fundamentales. Que lo global no sea una trituradora individualidades y matices.

Concluyo con una reflexión de Enomiya-Lassalle, quien opina que en cuestión de técnica se está ante algo nunca visto antes, pero si no se da un paso hacia una nueva conciencia corremos el riesgo desaparecer. Y propone pensar en lo que ha de venir una vez se haya superado la crisis actual. Esto podría ser una motivación más fuerte que el miedo ante el futuro a la hora de actuar.