Orlando y Johnny Chico

La pasada semana ha contado en los escenarios de nuestra ciudad con dos espectáculos especialmente interesantes.

El Teatro de la Estación puso en escena Orlando, de Virginia Wolf,  bajo la dirección de Vanessa Martínez. Hay montajes que merecen ser vistos más de una vez, incluso consecutivamente. El merecimiento llega a ser incluso una necesidad si se quiere profundizar hasta el extremo en los detalles del texto, las actuaciones y la dramaturgia aplicada a la obra.

Con una dinámica sorprendente, un ritmo trepidante y una concatenación precisa del transcurso temporal de la trama, los cinco actores ofrecieron un recital de buen decir, de buen hacer, de precisión espacial y de conjunción interpretativa, ofreciendo al disfrute de los espectadores todos los alicientes con que cuenta la obra.

Hay un trasfondo filosófico en la trama que alude a la eternidad, a la reencarnación, o la transmutación de la entidad humana personificada en Orlando, un ser ambiguo, tanto hombre como mujer, que desempeña su papel en la Inglaterra cortesana de los siglos XVI al XIX, viviendo todo tipo de peripecias: será amante de Isabel I, se enamorará de una princesa rusa, huirá a Constantinopla… Pero para poder completar su historia y acabar de escribir su poema ‘El Roble’ tendrá que afrontar un gran desafío: una mañana al despertar es una mujer.

Rebeca Sala, Pablo Huetos, Gustavo Galindo, Pedro Santos y Gemma Solé representan de manera excelente una de las obras maestras de Virginia Wolf, llena de espíritu cómico y crítico, donde temas como el género, la identidad, la vida, el amor, la belleza o las convenciones sociales son desmenuzados con entera libertad. Como ha dicho un experto,  “Vanessa Martínez ha concebido la propuesta con tantas capas y niveles de lectura que cada espectador puede engancharse en el suyo y disfrutar a su modo de una función que acentúa el humor del original.”

Por su parte, en el Teatro del Mercado, bajo la dirección de Eduard Costa, Victor Palmero representó el monólogo del australiano Stephen House titulado Johnny Chico, una obra de enorme impacto que al principio desorienta e incluso se hace un tacto reiterativa, pero que mediada la representación empieza a tomar vuelo y concluye de forma fastuosa, dejando a las claras la intencionalidad del autor y la excelencia del intérprete.

El tema de la transexualidad está en el candelero desde hace varias décadas y afortunadamente hoy se admite por la gente sensata la diversidad en cuanto a su expresión amorosa, bien sea a través de la homosexualidad, la heterosexualidad, la bisexualidad, abordando también el espinoso asunto de la transexualidad o cambio de género, sea mediante fórmulas quirúrgicas o sin ellas, con un mero reciclaje intelectual y emocional.

La de Johnny es la historia de un chico que no encaja en el ambiente que le rodea, ni en la realidad en la que vive, ni en el cuerpo que le soporta, pero que trata de sobrevivir y busca lo mismo que, en el fondo, buscamos todos… ser amado y aceptado.

La capacidad del intérprete para asumir diferentes papeles, para enfrentarse a las reacciones que provoca su entorno, tanto los amigos, como la familia, como los colegas convierte a la obra en un alegato a favor de la tolerancia y del respeto a la diversidad.