Opinión

Belén: el eterno presente de nuestras vidas

Tras el transcurso de más de dos mil años del nacimiento del Hijo de Dios en Belén, la historia ha ralentizado el tiempo hasta la actualidad, y lo seguirá haciendo. El Portal que vio nacer al Redentor fue un generoso y absoluto canto a la humildad. Han cambiad sin duda, desde entonces, costumbres, atuendos, el tipo de trabajos, el diseño de las ciudades, pero… ¿nosotros hemos cambiado sustancialmente nuestra forma de pensar y de actuar? Reflexionando en profundidad, probablemente concluiremos que quizá no tanto.

Esta secular tradición de exponer belenes en Adviento, realzando la Natividad del Señor o familiarmente Navidad, indica una piedad muy noble al recordar un gran misterio gozoso acontecido a la humanidad. Belenes en hogares, en iglesias, en escaparates de comercios e instituciones, en calles o en plazas de ciudades (como el belén de la plaza del Pilar en Zaragoza, o la Ruta del belén en Aragón). La creatividad de quienes conforman detalladamente el ambiente belenístico, incide en un apostolado cierto y sencillo manifestando con naturalidad el Evangelio, el eterno presente que acuña la senda de nuestra existencia.

Se le atribuye a San Francisco de Asís, el poverello d`Assisi (el pobrecillo de Asís), la representación del primer nacimiento. Regresando de Roma tras la confirmación de su “Regla” por el Papa Honorio III el día 29 de noviembre de 1223 d.C, habiendo visto previamente las reliquias de la madera del pesebre original veneradas en Santa María la Mayor, y toda vez que anteriormente ya había estado en Tierra Santa, al ir por el valle de Reatino, concretamente cerca de una cueva próxima al castillo de la localidad de Greccio (Italia), -un paraje lleno de grutas y oquedades-, sintió la necesidad de preparar un “belén” en Navidad, asentando un altar encima de un pesebre, colocando también cercanos una mula y un buey.

Este belén, evidentemente, fue viviente debido a las personas que asistieron aquella Nochebuena al oficio de la Santa Misa para celebrar el nacimiento del Señor. Uno de los frailes presentes, llegó incluso a escribir que “se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en la nueva Belén”. Por tanto, se puede afirmar que a partir de aquel acontecimiento dio comienzo esta tradición tan entrañable de montar belenes para evocar la Navidad.

Teniendo en cuenta el escenario de Belén donde no hubo lugar para alojar a María y José para dar a luz al salvador, y observando la coyuntura actual en orden a nuestro modo de pensar y actuar, ¿dónde nos situamos nosotros dentro de aquel? Quizá unos se vean reflejados en Herodes, presuntuosos, con poder económico o institucional, relegando a Dios e idolatrando a sus propios dioses, dominando cuanto les rodea. Otros en cambio, se pueden identificar con quienes honradamente trabajan en sus quehaceres diarios esforzándose dignamente por sacar adelante a sus familias, procurando asimismo el bienestar de la sociedad, agradeciendo asimismo lo que son y lo que tienen.

Los “sintecho” se podrán fijaren los pastores que duermen al raso, como ellos, pero no por cuidar rebaños sino porque la falta de solidaridad les hace vagar errantes por la vida. Posiblemente habrá quienes dirijan su mirada a los Magos de oriente, poniendo a los pies de la omnipotencia del Niño-Dios, inerme en la cuna, su sabiduría y su talento, buscando ávidamente la Verdad para huir de la soberbia intelectual.

El Hijo de Dios hecho hombre santificó todo cuanto estuvo a su alcance: la amistad, la fidelidad, el trabajo con sus treinta años ocultos en el taller de José, el servicio, el perdón, la lealtad, la compasión por los necesitados y, cómo no, la maternidad y la familia. De ahí que, en Nochebuena, las familias se reúnan para celebrar con alegría que Dios se engendró en el seno de una mujer, y que nació y creció al calor de una familia, siendo el modelo a imitar por las nuestras.

Con todo, cada Navidad puede ser para nosotros un encuentro personal con el Señor, un impulso espiritual, una íntima renovación. No dejemos que el consumo nos deslumbre con sus sugestivos destellos ocultando la nitidez de nuestro recto caminar, provocando insatisfacciones angustiosas innecesarias. Fijémonos más bien en la sagrada familia de Nazaret, donde la humildad, la sencillez y la pureza de corazón de Jesús, María y José, hicieron de la vida ordinaria un santuario de amor y un remanso de justicia y de paz.

¡Feliz Navidad!