Genoma B, La Strada y Todas las noches de un día

Genoma B

La presentación en el Teatro de las Esquinas, el pasado día 11, de la compañía extremeña Albadulake, dentro del ciclo Mujeres a Escena, resultó todo un éxito. Los aplausos continuados, con la mayor parte del público puesto en pie, no fueron una reacción meramente emocional ante la obra imperecedera de García Lorca, sino el resultado de un análisis crítico de primera mano ante esta versión impactante de ‘La casa de Bernarda Alba’.

Bajo la dirección de los creadores de la compañía hace dos décadas, la bailaora Ángeles Vázquez y el malabarista Antonio Moreno, el drama cuenta con la interpretación de Sandra Carrasco (malabares, hula-hoops y manipulación), Noemí Martínez (baile flamenco y performance), Vivian Friedrich (rueda cyr, cuerda y danza), Ana Esteban (equilibrios, danza y voz), Irene Acereda (percusión flamenca, baile flamenco y voz) y José Carlos Torres (guitarra y voz).

La opresión, el luto, el miedo, las apariencias y la religión que envuelven esta historia, se expresan sobre las tablas a través del elemento más característico de la compañía: la expresión corporal. Un ataúd en escena es el punto de arranque para crear un mundo lleno de emociones, vivencias, sufrimientos y alegrías. El padre muerto resucita como un alma libre en forma de trovador que, con sus diferentes palos del flamenco, más los cantes de la abuela que acompañan, canaliza las emociones y conflictos que viven las hermanas desde la muerte del segundo marido de Bernarda, y hacen de esta obra una dolorosa reflexión sobre la libertad, la rebeldía y el peso de los prejuicios ajenos.

Extraordinario el arranque procesional con las hermanas embutidas en sus miriñaques en torno al ingenio mecánico e inmutable de la madre, continuando con la precisión de los malabarismos, las acrobacias, la danza de los abanicos, los bailes, las contorsiones, los equilibrios, el recurso a la magia, los juegos, el alarde de precisión con los aros, con los huevos, y sobre todo el extraordinario final, entre poético y dramático, con la soga que se desploma sobre el escenario para consumar la conclusión de la tragedia.

Todas las noches de un día

La contrastada categoría artística de Carmelo Gómez y Ana Torrent, al servicio de un texto complejo, pero bien elaborado, de Alberto Conejero, nos ha permitido disfrutar de la obra ‘Todas la noches de un día’, dirigida por Luis Luque, en el Teatro de las Esquinas durante la pasada semana.

Se trata de una historia desarrollada en varios planos, jugando con la transposición temporal y con el sentido de la realidad transmutada en recuerdos pasados y vivencias presentes. Todo gira en torno a los amores turbulentos entre una señora de alta alcurnia, Silvia, y su jardinero Samuel, mostrando al mismo tiempo los frenos que el pertenecer a distinta clase social suelen imponer al desarrollo de una pasión conjunta. La intriga exige la participación deductiva de cada espectador, mientras el protagonista declara ante la policía.

Hay en la obra también un alegato contra las posturas machistas, sobre todo en el seno de la familia, con alusiones a una relación incestuosa que ha destrozado la vida emocional de Silvia, víctima al mismo tiempo del abandono de un pretendiente inestable. El ambiente en el que se desarrolla la acción es al mismo tiempo simple y complejo, y el texto consigue ampliar el campo de visión más allá de lo que muestra el escenario, un invernadero modernista donde la belleza convive con el horror.

Hay que destacar también el contraste entre la actitud obligadamente sumisa del criado-jardinero, que Carmelo Gómez asume con su habitual maestría, frente a las oscilaciones temperamentales de ella, una dama de espíritu caótico que ya no existe en realidad, pero cuya presencia fantasmal en la memoria del hombre ha dejado una huella indeleble que la hace presente con sus reacciones emocionales condicionadas por estados de ánimo delirantes.

Una tragedia revestida de poesía con un pasado sangrante, un presente complicado y un futuro impredecible. Como señala el director, es un texto que desde su génesis nos propone un ejercicio dramático de alta densidad poética como vehículo para trazar el carácter y el destino de los personajes, tan cerca siempre y tan lejos el uno del otro.

Y el autor añade que, sin embargo, la obra habla también de la dicha de estar vivo, de la esperanza, de la necesidad de la belleza, y de la importancia de no ser arrastrados por el ruido y el tiempo.

La Strada

Citar este título es referirse a una de las películas más famosas de la historia del cine, que obtuvo el Óscar a la participación extranjera en la ya lejana fecha de 1956. Ahora se trata de una versión teatral, producida por José Velasco y dirigida por Mario Gas, que pudimos contemplar la pasada semana en el Teatro Principal.

La adaptación de Gerard Vázquez simplifica un tanto la trama, que es desarrollada por tres actores de primera línea, Mar Ulldemolins, Alfonso Lara y Alberto Iglesias. Meritorio su trabajo en muchos conceptos, aunque inevitablemente para quiénes hemos disfrutado de la película en sucesivas ocasiones, resulta un tanto complicado olvidar la presencia de Anthony Quinn, como Zampanó, y de Giulietta Masina, como Gelsomina, en los papeles protagonistas.

Si trasladar una novela al cine suele resultar difícil, realizar una adaptación teatral a cualquier película de la categoría de ‘La strada’ es aún más complicado. La obra que pudimos ver la pasada semana se estrenó en Nueva York en 2011, en la misma versión contemplada ahora, con una escenografía que recuerda el montaje de los circos ambulantes.

La interpretación se apoya también en proyecciones videográficas que muestran personajes y ambientes, y en la movilidad de un carromato que ejemplifica la vida ambulante de los artistas. Es una bella historia triste, con personajes enmarcados en la saga de los perdedores, y con la inocencia de Gelsomina como trasfondo.

La visualidad de la obra lleva emparejada también su carga de reflexión sobre el machismo imperante, tanto antes como ahora, el objetivo de la vida y la forma en que se enfoca por parte de quienes se dedican al teatro.