Opinión

La izquierda y la perversión del lenguaje

En un tiempo no muy lejano que me gustaría no recordar tuvimos que sufrir a un malhadado presidente del gobierno que pronunció una frase macabra: “las palabras están al servicio de la política”. Las palabras no están al servicio de nadie; son instrumentos de comunicación y entre gentes decentes sirven para comunicar verdades. Significan lo que significan y no lo que el hablante quiere que signifiquen. Otra cosa es que un determinado hablante no quiera comunicar verdades sino mentiras, algo que es frecuente especialmente en un campo muy importante para los ciudadanos, mal que les pese: en la política. Es en la política dónde la tergiversación del significado de las palabras llega a sus cotas mas altas. Lo hace con un propósito claro, desprestigiar al adversario atribuyéndole cualidades negativas y/o arrogarse de paso todas las cualidades benéficas a uno mismo.

Creo que hay dos palabras que se llevan la palma por lo prostituido que está su significado: progresista y ultra. Muchos se atribuyen a si mismo el carácter de progresista: “yo soy progresista”, “formaremos un gobierno de progreso”, “pondremos en práctica políticas de progreso”. Estas expresiones suelen provenir de gentes pertenecientes a partidos de izquierda y son tanto mas frecuentes cuanto mas a la izquierda se sitúa el hablante. Todos sabemos qué es el progreso: un cambio que nos conduce a una situación mejor. ¿Quién puede oponerse a esto? Salvo los masoquistas, nadie. Por lo tanto, definirse como progresista no significa nada si no va acompañado de cuáles son los cambios que se quiere introducir para mejorar una determinada situación. Y aquí viene la gran falacia. ¿Cómo puede describirse a si mismo un comunista como un progresista? ¿Desde cuándo el comunismo ha traído mejoras a los lugares dónde se ha implantado? Los ejemplos de lo contrario son memorables. Compárese el bienestar de la República Federal de Alemania con el de la antigua República Democrática (¡manda narices, qué cara hay que tener para llamar así a una dictadura!) de Alemania, el de Corea del Sur con el de Corea del Norte o el de los cubanos que viven en Miami con el de los que malviven en la isla. Esto sin contar con la estela de muerte que ha dejado a su paso allá dónde se ha impuesto o se ha tratado de imponer.

La voz latina “ultra”, que quiere decir “más” y cuyo significado como prefijo en el diccionario de la RAE es “en grado extremo”, se utiliza frecuentemente para endosársela a un partido, VOX, como por ejemplo hizo en varias ocasiones hace unos días otro poco feliz presidente en funciones del gobierno español en un debate televisivo. ¿En qué se basa el “doctor” (esta es otra buena “perversión”) Sánchez para situar a VOX en el extremo del rango político? Pues en la burda mentira, en la que por otro lado este señor vive permanentemente instalado. La pregunta pertinente para demostrar cómo la izquierda usa de forma torticera el prefijo ultra es simplemente ¿qué significa ser “ultra” en política? Allá va mi respuesta, que espero que les parezca razonable. Ultra es todo aquel que va en contra de la forma de gobierno que nos hemos dado (la democracia) y que no respeta la ley para cambiarla. Yendo un poco más allá con esta definición podríamos también calificar de ultra al que simula estar de acuerdo con las normas de cambio pero que en el fondo, o claramente en la superficie, no cree en la democracia. Pues bien, VOX no solamente cree en la ley y en la democracia sino que ha sido el principal partido, y casi el único, en defenderla cuando ambas han sufrido el ataque mas virulento desde la Transición, el golpe de estado en Cataluña. VOX respeta la ley y defiende el proceso de la Transición, que aún imperfecto, nos ha permitido un grado de desarrollo y de bienestar comparables al de los países avanzados de Europa. ¿Qué hay partes de la Constitución que no nos gustan? Pues claro, y por eso pretendemos cambiarlas, obviamente a mejor. Y obviamente siguiendo las normas y leyes que regulan esos cambios.

¿Quién es “ultra” en España? Claramente toda la retahíla de partidos catalanes cuyos dirigentes están en la cárcel por dar un golpe de estado. Bildu también es ultra porque son los mismos que hace nada estaban utilizando el asesinato, la extorsión, la amenaza o el secuestro para imponer un estado racial y totalitario en el norte de España. Yo también calificaría de ultras a los recogenueces del árbol que agitaba Bildu, compañeros inseparables y necesarios que persiguen los mismos fines. Y por supuesto que también considero ultra a todos los simpatizantes o declarados comunistas, por mucho que se embosquen en partidos de nombres amables diseñados para la ocasión.

¿Y con quién cuenta el “doctor” Sánchez para volver a la presidencia del gobierno? Pues con ultras, con mas ultras y con solamente ultras. Se podrá argumentar que su máxima fuerza radica en los votos del PSOE y a este argumento no le faltará razón. Pero si observas la trayectoria histórica de este partido (amenazas de muerte al presidente del gobierno, golpe de estado en el 34, asesinatos y torturas en las chekas entre el 36 y 39, utilización del terrorismo de estado ya en democracia, acoso organizado, y obviamente ilegal, a las sedes del PP tras el 11M) y el enorme desparpajo en la utilización de la mentira de su secretario general, te puedes llegar a plantear si no se podría incluir a los que ahora llevan las riendas del PSOE en el grupo de los ultras. Esa pregunta se la pueden contestar ustedes a si mismos. Yo tengo clara mi respuesta.