Opinión

Regreso a la rutina

Después de un efímero verano en el que hemos sufrido, una vez más, las consecuencias del cambio climático, después de este paréntesis que ronda en algunos casos los dos meses, septiembre llama a nuestra puerta y nos recuerda que hay que dejar de lado el verbo procrastinar –tan poco usado como difícil de pronunciar- y afrontar de nuevo eso que muchos denominan “bendita rutina”. Una rutina que puede convertirse en algo gratificante si se busca desde el primer momento una motivación, un pequeño reto,… y se deja de lado la apatía, el escepticismo y el recuerdo nostálgico del pasado.

Tanto en el ámbito personal como en el familiar, social y político, la vuelta de vacaciones supone un termómetro para medir si hemos recargado suficientemente las pilas o volvemos sin ninguna disponibilidad para afrontar el inicio del otoño. Porque, ¿quién no ha dejado asuntos pendientes para resolver después del verano? ¿Quién no se encuentra cuando regresa con averías, facturas impagadas o notificaciones inesperadas? Lo que suele ocurrir en estos casos es que, como los malos estudiantes, pospone hasta el último momento ese repaso de las asignaturas pendientes o ese desempolvar un libro que ha viajado inútilmente a la playa o a la montaña.

Este año, el caso más flagrante de procrastinación es, sin lugar a dudas, la paralización de un segundo intento de sesión de investidura y, como consecuencia, el nombramiento de un nuevo presidente del gobierno. Ha llegado septiembre y estamos prácticamente como a finales de julio: sin acuerdo, sin diálogo sosegado y con ausencia total de un consenso para llegar a esa mayoría relativa que convertiría a Pedro Sánchez en el nuevo inquilino de la Moncloa. Y, lo peor de todo, es que el calendario se acelera y quedan muy pocas semanas para ese 23 de septiembre que marcaría, si no se llega a un acuerdo, el inicio de una nueva etapa que culminaría el 10 de noviembre con una convocatoria a las urnas para todos los españoles. Está claro que casi nadie quiere estas nuevas elecciones, pero los líderes políticos no están por la labor de ceder en sus pretensiones y se encasillan tozudamente en posturas irreconciliables.

Volviendo al tema de la rutina, sería conveniente que los políticos no imitaran a los estudiantes mediocres o a los trabajadores que sufren el llamado síndrome postvacacional. La rutina se puede interpretar en sentido positivo, lo que supone ir al grano desde el primer momento, cambiar rápidamente de mentalidad y dejar atrás esa indolencia que se multiplica en verano. Como decía un profesor de secundaria, para eso están los fines de semana, los momentos de ocio que nos brinda cada día y la motivación de reencontrarse con amistades casi olvidadas o con nuevos compañeros de trabajo. ¿Serán capaces de lograrlo después de unas merecidas vacaciones? ¿Adoptarán actitudes más dialogantes y posturas más flexibles? Eso es lo que espera de ellos la ciudadanía. En caso contrario, suspenderán en septiembre lo que no aprobaron en julio y dejarán un poso de desencanto en el electorado.