Opinión

Espada de Damocles

Una vez más, de vuelta tras la oposición. Esta vez, en Teruel; en mi última visita allí para la convocatoria de turno, me quedé a las puertas de haber aprobado, una miserable décima, y así haber obtenido la ansiada plaza.

Somos una gran cantidad de personas de cierta edad las que llevamos opositando durante largos años. Con bastante mala “baba”, somos llamados Interinosaurios por algunos graciosos. Una desafortunada “definición”, bastante necia, en la que, tristemente, no se quiere ver todo lo que nos hemos dejado en carreteras, pueblos, destinos, nuestros seres queridos preocupados por nuestra estabilidad y por dónde tocará esta vez. Más que peregrinos hemos parecido viajeros interminables, siempre de aquí para allá, con el colchón a cuestas y la sartén colgando de la mochila. La maleta a reventar, de ropa, material didáctico e ilusión. ¡Siempre comenzando de cero en los lugares más insólitos! Incluso en los que Cristo perdió las sandalias ya que ciertos sitios cuesta verlos en el mapa.

Accidentes de coche yendo al trabajo, quitando nieve casi a mano con los caminos obstruidos, incomunicación invernal, inundación primaveral,…

Enésimamente cambiando de Centros, compañeros, padres, y alumnos. Hasta última hora sin saber adónde vamos ni siquiera lo que vamos a impartir. Por supuesto, la especialidad, acompañada de Primaria, con tutoría o no. Desconociendo el nivel del alumnado hasta que septiembre está encima.

Y ahí seguimos, bregando, e incluso limpiando lo que muchas veces viene de antaño en los Centros Educativos. Que hay que ver lo que se esconde en alguno de ellos, encallándose de qué maneras. Pero no pasa nada, parece ser que somos los vejestorios de turno, con el deber de ser vejados bajo muchas formas.

El derecho que tenemos es el de que vamos trabajando. Y agradecidos que estamos. Mas los años pasan, y nuestra preparación es cada vez mejor, aprendemos por, con, del alumnado y cuanto demostramos con calidad, mucho mejor. Y, tanto demostramos con nuestro buen hacer, que recibimos el reconocimiento de aquellos a los que les dedicamos nuestro trabajo, nuestra devoción, nuestra Alma: nuestros niños. Nuestros estudiantes. Que, junto con sus familias, son los que nos hacen ser visibles, los que reconocen nuestra ardua y dedicada labor y nos preguntan por qué no seguimos con ellos en el siguiente curso. Y nos dedican dibujos, poemas, frases, sonrisas en un trozo de papel que a los docentes interinos nos parecen auténticos Goyas y que guardamos en nuestra particular caja fuerte con la satisfacción del deber cumplido. Con la convicción de que no solo enseñamos asignaturas, les enseñamos a ser personas.

La Experiencia, madre de toda la Ciencia, hace al maestro. Y, además de ser un grado, es lo que valora una sociedad sana, unos padres comprometidos, los verdaderos compañeros, y, ¡cómo no!, los chavales. A los cuales se les cae el alma a los pies cuando nos ven partir hacia donde fuimos: ellos permanecen y nos despiden con lágrimas. En casos puntuales es desgarrador. Me refiero a quienes tenemos auténtica vocación por la Educación.