«Toy Story 4»: Todos somos juguetes

Una fábula es un tipo de narración literaria en el que sus protagonistas suelen ser animales a los que se les atribuyen características propias del ser humano y que tiene una intención didáctica o crítica. Esta personificación, así como la famosa moraleja, están muy presentes en la mayor parte de las películas de la factoría Disney y de su filial, Pixar, pero es en las diferentes entregas de la saga “Toy Story” donde ese tono fabulista adquiere carta de naturaleza. Las películas protagonizadas por el Sheriff Woody, el Guardián del Espacio Buzz Lightyear, Rex, Slinky, Ham o Jessie, además por supuesto de “animar” a estos juguetes inanimados, nos dejan siempre la sensación de una lección que tenemos que aprender en nuestro propósito de ser mejores personas. Así en “Toy Story” (1995) el mensaje que se desprendía era el de superar el temor a lo nuevo no caer en los celos y la envidia, en “Toy Story 2” (1999) concienciarse de la pertenencia a una colectividad o no dejar que los juguetes se echen a perder en una estantería y en “Toy Story 3” (2010) resignarse ante el inevitable paso del tiempo o permitir el relevo de las personas en nuestro afecto y cariño. Y por supuesto, como un mantra que impregna todas ellas, el culto a la amistad y la lealtad,

En “Toy Story 4” acompañamos a Woody y al resto de juguetes en su denodado esfuerzo porque Bonnie, la  niña a la que su anterior dueño Andy les entregó, sea feliz, y supere los problemas de adaptación al colegio. En esta situación cobra especial importancia la figura de Forky, un juguete hecho por ella empleando un viejo tenedor de plástico rescatado de la basura. Su obsesión por arrojarse en cualquier papelera traerá de cabeza a Woody y los demás juguetes, y nos permitirá conocer nuevos personajes, como Gaby Gaby, una muñeca cuyo mecanismo de voz está averiado de fábrica y que coge polvo en una tienda de antigüedades, o ese “robaescenas” que es Duque Boom, un motorista acrobático, y recuperar a viejos conocidos como la pastorcita Bo-Peep y sus ovejitas.

Con una escena inicial en la estela de las que acostumbramos a ver en las películas de James Bond, y que funciona perfectamente como prólogo, el film dirigido por Josh Cooley, sigue una estructura narrativa ya conocida por otros títulos de la saga. Ademá toma elementos argumentales que también han sido utilizados en otras entregas de las aventuras de Woody y compañía, o por lo menos que nos recuerdan mucho a momentos ya vividos en las anteriores películas (juguete perdido o en apuros al que hay que rescatar y devolver a su dueño). Lo realmente increíble de este “Toy Story 4” es que, usando personajes con una mochila existencial y afectiva a sus espaldas reconocible fácilmente, y “tirando” de esos elementos, ya frecuentados por el universo Pixar, el espectador no tenga la sensación de “déjà vu” sino que disfruta como si fuera una historia nueva, sorprendente y emocionante hasta el final. En este sentido el gran mérito de sus responsables es haberles dado la vuelta a esos viejos conocidos (historia, personajes, situaciones, etc.), como si se tratase de un calcetín, para tener un producto diferente, una vuelta de tuerca a la célebre paradoja de Lapedusa: “Cambiar todo para que nada cambie”.

La decisión de Disney/Pixar de darles los bártulos de la dirección a Josh Cooley, en lo que constituye su debut en la dirección de largometrajes, parece, desde este punto de vista acertada. Cooely, que colaboró en el guión de “Del revés” (2015), y fue miembro del departamento artístico de “Los Increíbles” (2004), “Cars” (2006), “Ratatouille” (2007) o “Up” (2009), conoce a la perfección la “casa” y sus mecanismos de rodaje, y ha conseguido que no se eche de menos en la dirección a John Lasseter, director de las dos primeras películas de la saga. Ha “fabricado” un cóctel a partir de esos elementos reconocibles ya comentados a los que ha añadido detalles novedosos.

Entre estos últimos destacan el mayor protagonismo que cobra Woody, en detrimento de un personaje como Buzz, pero sobretodo del resto de juguetes, cuyo papel aquí a veces es más bien testimonial. En el origen de esta cuestión está otra de las interesantes aportaciones de “Toy Story 4”: El retorno de la pastorcita Bo-Peep es un paso más en el empoderamiento femenino que poco a poco va cogiendo forma en nuestra sociedad, porque su vuelta a la saga es en términos reivindicativos. Ya no es aquella dulce muñeca de porcelana que cuidaba de sus ovejas con un aire bucólico, sino que para su reaparición ha elegido un look y un comportamiento más propios de Lara Croft o de la Rey del episodio VII de Star Wars, “El despertar de la Fuerza” (2015).

Pero también es interesante observar que la trama de esta nueva entrega profundiza en aspectos como la renuncia a cuotas importantes de nuestra esfera de independencia o libertad o cómo, a medida que envejecemos, vamos llenando los huecos que dejan los que se van con nuevos afectos. Enlazando con lo que decía al principio, estas moralejas o lecciones que nos dejan las películas de la saga “Toy Story” están íntimamente ligadas al desarrollo de unos personajes que nos emocionan y nos divierten. Un desarrollo que consigue que el dibujo animado de un juguete puede expresar emociones humanas incluso sin mover un músculo (lógicamente, carecen de ellos) de la cara. Incluso el villano de turno no es tan malvado como pudiera parecer. Como ocurre con el resto de personajes, comprendes y entiendes sus motivaciones, y de esa manera empiezas a quererle. Hay cierta ambigüedad moral en su comportamiento.

Mención aparte para la partitura de Randy Newman, que recuperando temas de las versiones anteriores, sabe ponerle a esta nueva aventura el colorido musical preciso para que no echemos de menos nada de las entregas anteriores.

Como reflexión final, me queda la duda de si “Toy Story 4”, como el resto de películas de la saga, está pensada y realizada para que los niños vayan al cine o es una excusa para que sus padres les lleven a verlas y poder disfrutar ellos de estas historias, que provocan un fuerte sentimiento de nostalgia hacia su infancia, mediante el recuerdo de aquellos juguetes con los que disfrutaron en su niñez. Resulta curioso que un producto cien por cien digital despierte la añoranza por esa infancia analógica.

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LO MEJOR: La escena del reencuentro entre Woody y Bo-Peep. Es difícil reflejar una emoción y sentimientos tan sinceros con menos expresividad facial.

LO PEOR: Dejarse el alma de niño a la puerta del cine y no disfrutar de la propuesta.

VALORACIÓN:

Animación: 10

Banda Sonora: 8

Personajes: 9

Dirección: 8

Guión: 8

Satisfacción: 9

NOTA FINAL: 8,66