Opinión

Linceci: vergüenza y farsa

La estafa es una forma ilegal de conseguir dinero a través de “engaño bastante” en terminología legal. El delito de estafa es muy antiguo e incluso en algunos casos viene precedida de un cierto tono social benevolente, ya que atribuyen, sin duda, erróneamente al estafador la inteligencia y sagacidad de la que carece el estafado.

Hay estafas que incluso han tenido hasta cierta comprensión social, sobre todo cuando el estafado lo que pretendía era “abusar” de la supuesta y extrema candidez del estafado, como ocurría con el llamado “tocomocho”.

Estafar es siempre ilegal e inmoral. Pero hacerlo además utilizando como excusa a niños enfermos de cáncer es soez. Y eso es lo que ha pasado en Aragón, donde una organización, Linceci (Liga Nacional Contra el Cáncer Infantil), se ha estado lucrando con una coartada infame y despreciable: luchar contra el cáncer infantil.

La realidad ha sido muy distinta según nos dice el Fiscal Jefe de Huesca, Juan Baratech. Según la autoridad fiscal, detrás de ese pomposo nombre Linceci parece que lo que hay no es otra cosa que unos estafadores y una organización criminal.

El buscar la fibra sensible que todos tenemos no es nuevo en las estafas. Es más, es muy frecuente que el estafador utilice esa parte emocional y sentimental del ser humano para conseguir sus criminales propósitos. ¿Quién va a dudar de una organización que se presenta como un adalid de la lucha contra el cáncer entre los más indefensos: los niños?

Y, precisamente por eso, como no dudamos, caemos en su trampa y damos dinero, no para luchar contra el cáncer, sino para que unos delincuentes (presuntos) se llenen los bolsillos de forma rápida, se den la vida padre y hagan que cada vez desconfiemos más de este tipo de iniciativas que, aunque la mayoría sean honestas y positivas, estos casos, querámoslo o no, siembran la desconfianza y el recelo entre la ciudadanía.

Ni será la primera ni la última vez que este tipo de delitos se produzcan. Es inevitable que el engaño y la mentira se usen para conseguir beneficios criminales. Pero a mí, personalmente, me duele de forma especial y me hace sentir náuseas, cuando el delincuente se ampara en la enfermedad de los más débiles y de esta forma consigue conmover a la víctima y “ablandar” sus defensas.