"Star Wars: Los últimos Jedi": Golpe de timón en la galaxia

Tradicionalmente la estructura narrativa de cualquier relato cinematográfico o literario se reduce a tres fases, planteamiento, nudo y desenlace, con variantes que introduce el autor para dejar su impronta personal. Con independencia del medio a través del cual el narrador cuenta su historia, lo fundamental es que ésta pase por esos tres estadios. Por eso no nos puede extrañar que cuando se trata de una saga como “Star Wars”, con las connotaciones épicas e intergeneracionales que arrastra desde hace cuatro décadas, esa disposición interna de los hechos narrados en cualquiera de las películas se extienda a cada uno de los elementos de la saga agrupados en trilogías. Así, la primera de éstas, la llamada “trilogía original o clásica”, la que inició en 1977 todo el fenómeno socio-cultural que hoy en día conocemos, estaba integrada por tres películas que en esencia contaban los hechos que conducían al derrocamiento del malvado Imperio Galáctico: en la primera nos presentaban a los personajes protagonistas y los problemas a los que se enfrentaban, mientras que en la segunda las relaciones entre aquéllos y sus aventuras se complicaban, alcanzando un punto álgido que marcó a toda una generación, para en la última entrega llegar a un final que dejaba cerrados todos los caminos argumentales abiertos. O eso parecía. Casi veinte años después George Lucas, el genio que creó e inspiró el universo de “Star Wars”, acometió la labor de explicar en una nueva trilogía de películas el origen de esta dinastía familiar, los Skywalker. De nuevo las tres entregas respondieron a ese esquema del que hablábamos al inicio, cerrando de manera correcta el espacio temporal existente entre la última película de esta trilogía y la primera que fue estrenada. Y cuando parecía que la fiesta había acabado llegaron los estudios Disney y le compraron al señor Lucas todos los derechos de la propiedad intelectual e industrial de la saga. Rápidamente pusieron en marcha los trabajos para rodar otra nueva trilogía que nos contaría el devenir de la Nueva República décadas después de los hechos narrados en la “trilogía original o clásica”.

Toda esta larga introducción viene al hilo de las sensaciones que experimenté al ver “Los últimos Jedi”, el episodio VIII de la ya legendaria saga. Y la sensación principal es la de estar asistiendo al final de un mito, y al mismo tiempo, al nacimiento de otra historia épica, distinta a la que hemos disfrutado hasta ahora. A Rian Johnson, guionista y director de la película, no le ha temblado ni un ápice la mano en el proceso de escritura del guión, e incluso durante el rodaje, para cortar amarras con todo el pasado que podía lastrar la creación de una nueva epopeya galáctica. Y no sólo me refiero a la desaparición cinematográfica (y extra cinematográfica) de los protagonistas fundamentales hasta ahora de la saga, personajes tradicionales y queridos por millones de fans en todo el mundo, sino a un auténtico cambio de rumbo en la travesía de la nave “starwarsiana”. Determinados elementos que tienen cabida en la trama de “Los últimos Jedi” modifican sustancialmente la concepción que Lucas tenía de la historia que diseñó en su día. Así por ejemplo, Johnson introduce en el argumento cuestiones o problemas como el tráfico de armas o el respeto por el medio ambiente, que reducen el nivel de infantilismo que la saga había alcanzado en manos del director de “THX 1138” (1971). Por supuesto que nos quedan los “porg” para aquéllos que necesitan un “Jar Jar Binks” o un “Ewok” contra el que despotricar, pero el paso adelante para un trato serio con el espectador se ha dado. Paralelamente a la introducción de una temática más adulta se produce el efecto contrario con esos golpes de humor adolescente proveniente del mundo del comic y que tiene como referencia a la Marvel, en general con sus historias de los Vengadores y de manera más específica, de “Guardianes de la Galaxia”.

En su cuaderno de bitácora el Capitán Johnson tiene anotado unas cuestiones clave en ese cambio de derrotero que toma la saga. Por un lado hay que hacer crecer emocionalmente a los protagonistas, ayudarles a madurar y convertirles en seres de carne y hueso, aún a riesgo de conocer sus debilidades. En este sentido es magnífica y reveladora la escena en la que la técnico de mantenimiento Rose, un nuevo personaje, significativo de esa política de integración racial que incluye a negros y latinos, que descubre que su héroe Finn tiene más madera de antihéroe que de lo primero. En esta línea, la apuesta del guionista y director por dar mayor protagonismo a los personajes femeninos es clara, y se manifiesta en algunas de las escenas más emotivas de la película, aquéllas que tienen lugar entre mujeres fuertes y valerosas.

Por otro lado, “Los últimos Jedi” juega de alguna manera a desprender ese aura religiosa que rodeaba a la Fuerza como motor del universo, como una energía deiforme, a partir de la leyenda creada por George Lucas de un “elegido” y de una la herencia familiar de la sangre que encontraba su acomodo en la concepción de la Antigua Orden de los Jedi como guardianes de la paz. En la película de Johnson la Fuerza se asemeja más a un poder guerrero que a las cualidades místicas que hasta ahora tenía, aunque conserva su esencia inmaterial.

En el “debe” del guión escrito por el director de “Looper” (2012) hay que anotar la repetición de esquemas argumentales que, si bien no llegan al nivel del Episodio VII que propició la visión de éste como un remake encubierto del Episodio IV, puede llevarnos a pensar en ocasiones que está fusionando “El imperio contraataca” (1980) y “El retorno del Jedi” (1983), acrecentando de esta manera esa sensación de que podría “cerrarse” con esta película un nuevo capítulo de la saga. Estas repeticiones, que a veces se extienden a algunas líneas de diálogo, son soslayadas con maestría por giros sorprendentes que no permiten que el espectador reflexione sobre la sobreexposición de la trama a clichés ya conocidos.

Rian Johnson filma muy bien, con soluciones visuales y de montaje muy certeras, y no permite que el ritmo decaiga en ningún momento de las más de dos horas y media de película, que transcurren a la velocidad del hiperespacio. A ello contribuye, sin duda, la banda sonora de John Williams, muy efectiva, con muchas reminiscencias como todo buen aficionado a la saga de “Star Wars” demanda.

No se puede predecir el futuro y no sabemos si este cambio de rumbo llegará a buen puerto, si trazará un paralelismo con un episodio de amotinamiento de la propia película, pero el sólo hecho de arriesgarse a desafiar las reglas establecidas y los convencionalismos de una saga tan longeva como exitosa merece, cuando menos, un voto de confianza y acudir al cine con la mente lo más abierta posible. Sólo así disfrutaremos del espectáculo que nos ofrece Rian Johnson construido, no lo olvidemos, a partir de la herencia legada por George Lucas.

Texto: Alberto Garrido.

LO MEJOR: El riesgo que toma Johnson en muchos momentos de la película y el sentido del espectáculo que tiene este director.

LO PEOR: El humor desplegado en los primeros minutos puede desorientar algo. No hay que tenérselo en cuenta.

VALORACION:

Fotografía: 7

Banda Sonora: 8

Guión: 7

Interpretación: 8

Dirección: 8

Satisfacción personal: 7

NOTA FINAL: 7,5