Vivir y morir en Cuba

Las primeras imágenes de esta interesante película muestran una Habana, no decadente, (lo que implicaría cierto encanto o atractivo), sino directamente moribunda. La cámara del director se pasea por la cocina de un restaurante mugriento, las calles abarrotadas transitadas por vehículos de mas de 50 años que ya han perdido su glamour, edificios donde la gente vive de puertas afuera, casas que se caen a pedazos, que en cualquier ciudad constituirían material de derribo. Los vecinos hacen fila en la fuente porque no hay agua corriente…verdaderamente el director, Fernando Pérez parece recrearse en los detalles sin animo de dignificar el entorno que muestra. Cuantas películas ha habido ya con el nombre de “Habana” en su titulo y que han mostrado esa eterna decadencia de la ciudad y de un país por extensión.

Uno se teme lo peor al contemplar este patetismo en los primeros minutos del film. ¿Como se va a redimir la película? Pues esta claro, con sus personajes. Ellos dan la vida. Nos encontramos ante dos hombres que viven juntos y que se encuentran en proceso de abandono del país. Miguel no tiene otro sueño, otra ambición, que emigrar a los Estados Unidos; descontento con la revolución, emplea la mitad de su tiempo en trabajar para recaudar dinero y esperar a que le llegue el visado. La otra mitad la ocupa en cuidar de Diego, enfermo de Sida, que encara la muerte manteniendo intactas las ganas de vivir aunque plenamente consciente de su deterioro físico. Ambos conforman una extraña pareja, de la que llegaremos a conocer los orígenes y las razones de su relación. Entre ellos hay una perfecta simbiosis, teñida de un aparente permanente estado de enfado.

La primera parte muestra la rutina de la vida de estos hombres. Es curioso que el día a día de Miguel, a pesar de su salud, parece mucho mas triste que el de su compañero, que no abandona las cuatros paredes de su habitación ni la cama en la que esta postrado. El semblante de Miguel es serio, apenas esboza una sonrisa salvo en un momento del film. Tampoco tiene motivos para sonreír Diego pero su locuacidad enmascara el dolor de la enfermedad. Poco a poco empiezan a aparecer nuevos personajes que se “colaran” en el fortín que Miguel parece haber construido alrededor de Diego. Y eso permite que el film abandone progresivamente la tristeza inicial hacia un retrato social y tangencialmente político promovido por la fauna de seres humanos que vemos pasar por el pequeño apartamento.

Se habla de la revolución no con mucha alegría pero se defiende por delante de la situación que había con Batista, según un personaje. Se habla también de las pequeñas cosas que dan alegría a una vida llena de penurias: un disco de La Lupe, la discusión sobre si Ronaldo es mejor que Messi, un postre ofrecido por una vecina…pero el patetismo sigue presente como lo demuestra la escena en la que varias personas comparten un taxi bajo una lluvia torrencial, conducido por un minusvalido, y cuyas puertas solo se pueden abrir desde afuera.

El director Fernando Pérez, que ya sorprendió hace unos años con “Suite Habana”, demuestra que aun se pueden contar historias que calen sobre la ciudad y sus gentes. Con su cámara atiende al detalle de la calles, los negocios, las paredes con grafitis y los rostros de sus personajes. El cine cubano es siempre muy critico con el sistema, dentro de un orden obviamente, y muestra la realidad sin edulcorantes. El inminente estreno de Fast and Furious 8 y sus primeras imágenes de La Habana de postal marcan la diferencia entre un cine social y autentico y uno de evasión y superficial, dentro de un mismo escenario.

La película es muy coral y destacaremos la labor de la pareja protagonista con extensión a una tercera. Patricio Wood es Miguel, sus lineas de diálogo son pocas y el grueso de su actuación se centra en su mirada, como destaca una dependienta de su supermercado al final de la película; he de decir que no me convenció su trabajo en el momento en que recita sus diálogos, me parece una entonación excesivamente plana. Jorge Martínez como Diego tiene un papel mas agradecido, el homosexual amanerado, locuaz, picante, reflexivo, sin pelos en la lengua, un clásico. Mencionar entre los secundarios a Gabriela Ramos, ganadora del premio a mejor actriz secundaria en el Festival de Málaga por su divertida creación de Yusisleidis, sobrina de Diego, cuya principal virtud y defecto es su sinceridad, aparte de su descaro, juventud, inexperiencia e inocencia. A ella se debe la frase final de la película y que resume la situación actual de Cuba ( y de muchos partes del mundo): “No tengo miedo a morir, lo que me da miedo es seguir viviendo y que todo siga igual”.

La fotografía de Raúl Pérez Ureta recoge con realismo el paisaje urbano de la Habana y la decrepitud de su urbanismo. La banda sonora es incidental, llena de canciones locales y temas de música clásica. La verdadera banda sonora la pone el sonido de la ciudad, de los coches, de la vecindad, de la lluvia…

La Habana sigue en decadencia y eso permite que la producción cinematográfica siga generando y aportando nuevas visiones a la permanente incógnita sobre el futuro de los cubanos. Últimos días en la Habana aúna tristeza y esperanza, la de algunos en seguir sobreviviendo en su país, la de otros de salir de él, y drama y humor se dan la mano en este estupendo melodrama, ganador del Premio a la Mejor Película Iberoamericana en el mencionado Festival del Málaga.

Texto: Luis Arrechea.

Lo mejor: La conversación de Diego con Trespes. El demoledor plano final.

Lo peor: La dificultad para entender algunos diálogos.

Valoración:

Banda sonora: 7

Fotografía: 7

Interpretación: 8

Dirección: 8

Guion: 8

Satisfacción: 7,5

NOTA FINAL: 7,6