Opinión

Inteligencia y diversidad

Haciendo un recorrido virtual por el mundo contemporáneo, nos encontramos con países en los que la diversidad entre sus gentes es notoria. Basta pensar en los Estados Unidos de América, para comenzar, y calcular las diferencias y singularidades que existen entre un habitante de Arizona y otro de Maine, o entre uno de Montana y otro de Florida.

Dando un pasito hacia el sur, llegando a México, hay bastante diversidad entre un habitante de Sonora y otro de Oaxaca, lo mismo que hay una enorme diferencia, incluso de idiomas vernáculos, entre los moradores de Chihuahua y los de Campeche. Tirando al extremo sur del continente, Chile, la diversidad entre los habitantes de Tarapacá y los de Aisén o Araucania, con su idioma propio, son también importantes. En todos estos casos, que podrían multiplicarse, la inteligencia de los implicados ha llegado a la conclusión de que su diversidad no es obstáculo para pretender un objetivo común y esforzarse por conseguirlo.
 
Ahora podemos dar un salto a Europa y constatar que entre la antigua República Federal alemana y la también antigua República Democrática alemana había grandes diferencias que han sido suturadas por la inteligencia de sus moradores. Descendiendo de nuevo hacia el sur, advertimos la diversidad existente entre un habitante de Alsacia y otro de la Provenza, en la fraterna Francia. Vamos ahora al sureste. En un país tan querido como Italia, las diferencias entre los moradores de Lombardía y los de Calabria son igualmente llamativas, pero lo mismo que en Alemania y Francia, la inteligencia de sus moradores ha llegado a la conclusión de que son más los puntos de unión que los de distancia, por lo que refuerzan sus vínculos manteniendo sus singularidades, incluso idiomáticas o dialectales; no digamos nada en cuanto a tradiciones, costumbres, gastronomía, folklore, etc.

Y ahora desembocamos en España. Entre un minero asturiano (lamentamos la situación en la que están quedando estos profesionales, tanto en Asturias como en Teruel o León) y un pescador gaditano hay una enorme diversidad, pero estos dos esforzados sujetos comprenden que lo que les une vale más que lo que les separa y, guiados por la solidaridad, mantienen el criterio de que la unión hace la fuerza. Incluso si el pescador gaditano acude a una taberna de Mieres donde los parroquianos hablan en asturiano, todos pasarán al castellano sin nadie pedírselo con tal de que el visitante pueda intervenir en la conversación sin trabas.

Algo semejante podríamos encontrar entre un labriego zamorano y un artesano de Alcoy, y así podríamos seguir dando múltiples ejemplos en los que la inteligencia consigue que los implicados decidan mantener la unidad en lo fundamental, cultivando sus diferencias en lo accidental. Y claro que ni el zamorano ni el alcoyano se sentirán en tierra extraña ni serán mirados con recelo por parte de la población cuando estén de viaje por allí.

Ese es el horizonte de futuro en un mundo cada vez más globalizado, para bien, si sabemos aplicarle a esa realidad inevitable la inteligencia necesaria.