Opinión

La dictadura moral y las urgencias veraniegas

Me cuesta escribir. Lo intento y a veces no puedo. Se me agolpan las ideas, y la autocensura, ese reflejo de inhibición de lo políticamente correcto, que inmanentemente nos afecta a todos, lastra la verbalización fluida del pensamiento. No es para menos, cuando uno vive en los albores de una dictadura moral, donde, bajo la existencia de un sistema democrático formal, se permiten atentados injustificables contra la libertad de expresión.

Me cuesta escribir. Lo intento y a veces no puedo. Se me agolpan las ideas, y la autocensura, ese reflejo de inhibición de lo políticamente correcto, que inmanentemente nos afecta a todos, lastra la verbalización fluida del pensamiento. No es para menos, cuando uno vive en los albores de una dictadura moral, donde, bajo la existencia de un sistema democrático formal, se permiten atentados injustificables contra la libertad de expresión. Son países, como el nuestro, donde los discursos discrepantes con la doctrina socialmente mayoritaria pueden poner a uno en la picota, hasta el punto de instrumentalizar los mecanismos punitivos del Estado con el fin de aplacar tal disidencia intelectual en temas controvertidos.

Un país en el que, en una parte sustancial de su territorio nacional, una persona normal siente recelo de la policía autonómica por si le ve quitar un lazo de plástico amarillo colocado en una barandilla, porque va a ser retenida –esto es, limitada temporalmente en sus movimientos, aun por lapso breve-, identificada, y eventualmente sancionada, no se sabe muy bien por qué norma (porque ni la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, tan cacareada, puede dar cobertura a ese dislate), eso, queridos lectores, está más cerca de una dictadura de lo que nos imaginamos– y ya no solo en el concepto moral, sino en el más estricto-.

El supremacismo nacionalista catalán, arraigado en el Govern, sigue cruzando las fronteras de la democracia, siempre en nombre del pueblo catalán (mantra favorito, el pueblo, de todos los totalitarismos), y como guardianes de ese “Santo Grial”, se consideran en una posición de superioridad moral que les autoriza a saltarse la Ley ajena e incluso la propia, en atención al superior fin que les ha sido encomendado…

El buen nacionalista catalán, para ello, no duda en usar de todos los mecanismos clásicos. La ridiculización y “animalización” del “enemigo”, por ejemplo. Como muestra, el abyecto tuit del alcalde Gaseni contra el periodista Arcadi Espada, por su acto de valentía cívica y pacífica frente al totalitarismo, consistente en “tunear” un lazo amarillo. Otra muestra, la repugnante carta de un infame restaurante de Lleida, con “manitas de Magistrados y Fiscales del Tribunal Constitucional”, cobardemente ahora renombradas, ante el revuelo. La valentía no suele ser patrimonio de los mezquinos.

Paradójicamente, en este país, la máxima urgencia legislativa es sacar a un cadáver momificado del Valle de los Caídos, vía Decreto-Ley. Eso sí es sentido de la oportunidad… La forma, de dudosa constitucionalidad. El fondo, un absurdo extemporáneo, a mi juicio. El carácter de víctima no es hereditario, por mucho que les pese a quienes lo esgrimen. Como magistralmente señala Giglioli, sobre aquel concepto, en su rotundo ensayo “Crítica de la Víctima”, cito textualmente, por ser difícilmente mejorable (vid. p. 39), “se vuelve más chantajista a medida que desaparecen sus titulares efectivos(…) ¿Cómo se puede heredar un dolor? Es natural que sufran los hijos, y por extensión los nietos; pero, ¿todavía después?  (…) Tragedias por procuración, resentimiento por subcontrato”.

Dicho lo anterior, ¿cuándo empezaremos a tratar cuestiones de calado?; es decir, ¿qué hacemos una vez Franco esté enterrado en otro lugar? Es necesario preguntarse qué solución tiene Sánchez al problema de que exista una parte importante de España donde se está abusando sistemáticamente del Derecho, donde se instrumentaliza a un cuerpo policial para fines puramente serviles al nacionalismo. Sobre todo, atendiendo a que está soportado su Gobierno en los mismos nacionalistas a los que debería cortar las alas.

En Cataluña no triunfó la andanada de la República Catalana, esencialmente, por la cobardía de los propios promotores. No fue tan mérito del Estado como inoperancia, por falta de agallas de los golpistas, afortunadamente. Aquel sainete sí permitió patentizar el adoctrinamiento de millones de adeptos (que no de ciudadanos, puesto que ello implica un nivel mínimo de autocrítica que no se observa en las filas nacionalistas), que interpretan la realidad de una forma casi delirante. Así, su líder huido, un perfecto cobarde, pasa por ser un “exiliado político”.  Las múltiples negativas de los responsables del Procés, que juraron y perjuraron que aquella proclamación era algo  “simbólico”, se han silenciado. A Forcadell solo le faltó unirse a Marta Sánchez con el himno para intentar convencer a Llarena. 

Todo ello, en buena medida, es debido a una aplicación incompleta e inoperante del artículo 155 de la Constitución –muy al estilo Rajoy, dicho sea, y también, por un apoyo de Sánchez más que tibio en lo privado, según parece- que, lejos de desarticular el golpe, lo ha fraccionado y pospuesto, pero no lo ha inocuizado en absoluto. Líderes huidos riéndose de la Justicia española desde el extranjero, un Magistrado del Tribunal Supremo denunciado en Bélgica por hacer su trabajo, y secuaces de Puigdemont sentados a negociar con el actual presidente del Gobierno, para marcarle la hoja de ruta, con la amenaza de retirarle su imprescindible apoyo si quiere seguir viajando en el Falcon oficial a los conciertos, en vez de en su Peugeot 307. Qué otoño nos espera…