Opinión

Agosto

Ahora que la canícula muestra bien a las claras quién manda en el firmamento, cambiamos la hoja del calendario, suspirando por el cumplimiento de la previsión de ese frío en el rostro, con que se asocia a éste que nos ocupa.

Ahora que la canícula muestra bien a las claras quién manda en el firmamento, cambiamos la hoja del calendario, suspirando por el cumplimiento de la previsión de ese frío en el rostro, con que se asocia a éste que nos ocupa.

Pero aún es pronto, tal vez ese fresco llegue cumplida su primera quincena, pasadas las fiestas de la Virgen, tan mayoritariamente celebradas en tantos pueblos y localidades de nuestro territorio aragonés.

Antes, este mes, prácticamente desde su inicio, desprende aroma de albahaca, y se viste de blanco y verde en honor al diácono Lorenzo, mártir en una parrilla y conocido también por sus lágrimas, las perseidas, que llegan puntuales a la cita en recuerdo de quien dio su vida en Roma.

Acostumbrados a mantener, tal vez demasiado, la mirada muy en horizontal, cuando no hacia abajo, estas noches de lluvia de estrellas alimentan un cierto deseo de alzar la vista, y de buscar óptimos emplazamientos de avistamiento, aunque nada más sea para percibir de modo fugaz las luminarias que caen del cielo.

Es lo que guarda esa vertiente que llaman trascendente del ser humano, que siempre está ahí esperando a ser respondida, a no ser que la inmanencia, la propia o la del ambiente, invada o selle los recovecos de la mente y del cuerpo. Y aún así, siempre busca salir cual inquietud.

Y un poco por ahí, entiendo, va el sentido de la fiesta, tan protagonista estos días. Y lo que ésta incluye por excelencia, que no es otra cosa que subrayar lo extraordinario, en todo aquello que nos hace reconocernos desde lo más profundo de nuestro ser.

Quizás, en medio de una sociedad que ha banalizado también la fiesta y su porqué, hasta convertirla en una vía de escape que nos hace vivir en estado de ausencia, un mes así de augusto tenga algo de evocación a nuevo punto de inflexión, el que nos podría conducir a una existencia renovada.

"Ya, pero eso era antes", pensará más de uno, cuando era un tiempo de "cerrado por vacaciones". Entonces, las ciudades pintaban, en sus avenidas, escenas inertes porque faltaban los protagonistas del día a día, que habían huido a la búsqueda de un descanso reparador, o bien eran prófugos del insoportable calor.

Ahora escasea el descanso por decreto, pero siempre nos quedará el recuerdo de esos días en el pueblo, para recuperar, tal vez, aquello que nunca debimos perder.