Más cerca de la globalización que de los populismos

Pedro García

Hace unos días leía a Salvador Bernal: “La primacía de la persona, núcleo de la doctrina social de la Iglesia, no comporta ningún individualismo, porque afirma a la vez el carácter social y solidario de la condición humana. Forma parte de su naturaleza, tal como se deduce del acto creador divino, al reconocer, según la clásica expresión del Génesis, que ‘no es bueno que el hombre esté solo’”. Y es que efectivamente existe una sociabilidad natural, frente a las tesis del pacto implícito para evitar la guerra de todos contra todos inscrita en el homo homini lupus de Hobbes: en el fondo, tanto éste como Bodino, venían a justificar la monarquía absoluta moderna; visto ahora con perspectiva histórica, suponía en parte un retroceso frente al denostado oscurantismo medieval, más respetuoso con lo que hoy llamaríamos sociedad civil.

Me impresionaron de joven algunos textos universitarios de Álvaro D’Ors. Los ejércitos de la edad moderna, con el uso creciente de la artillería, arrumbaron el feudalismo a favor del monarca. De modo semejante, el armamento nuclear de las grandes potencias haría imposible la pervivencia de la soberanía nacional entendida en términos absolutos. Lógicamente, los procesos culturales que afectan al núcleo de una civilización se extienden a lo largo del tiempo. Pero puede decirse que la tendencia a la globalización ‑aparte de su aspecto bélico- no es un fenómeno sólo económico, sino que responde a la creciente aproximación de los seres humanos, facilitada en gran medida por las nuevas tecnologías de la información.