Opinión

Cifuentes y el vídeo que todos tenemos

Como decía el dramaturgo Terencio: “Soy un hombre; nada de lo humano me es ajeno”. Esta idea, una genialidad, resuena en mi cabeza como mantra cuando veo o me enfrento a lo ilícito. Yo mismo me la aplico muchas veces, en ese juicio íntimo e implacable con la verdad desnuda de la conciencia, a la que la buena gente –y a veces, también la mala- nos sometemos. Nada me es humanamente ajeno a la conducta de Cifuentes. No es una extraterrestre. Y a ustedes, mal que les pese, tampoco.

Como decía el dramaturgo Terencio: “Soy un hombre; nada de lo humano me es ajeno”. Esta idea, una genialidad, resuena en mi cabeza como mantra cuando veo o me enfrento a lo ilícito. Yo mismo me la aplico muchas veces, en ese juicio íntimo e implacable con la verdad desnuda de la conciencia, a la que la buena gente –y a veces, también la mala- nos sometemos. Nada me es humanamente ajeno a la conducta de Cifuentes. No es una extraterrestre. Y a ustedes, mal que les pese, tampoco.

Ahora bien, siempre estará el fariseo, el neoprogre de moral plegable impermeable, de ideología de diseño, que disfrutará del banquete ofrecido por los medios, en esta necrofagia moral que se ha convertido la carrera política, donde lejos de alimentar una necesaria concordia entre los actores, se vive en una extenuante trinchera, donde los peores tiros vienen de tu propia retaguardia. En efecto, los enemigos son los propios; los otros, meros rivales. A más de diez años vista, cuando el árbol de la presidenta de la Comunidad de Madrid estaba cayendo por cuestiones académicas, aparece, a modo de envilecedor descabello, un vídeo que sepulta cualquier opción para esta persona en la vida política –al menos, en un tiempo nada predecible-.

¿Es el máster lo más relevante, o los puñeteros botes de crema? ¿O es que Cifuentes estaba tocando lo que no debía, y saltó una invisible frontera, cuando mandó la semana pasada a Fiscalía, desde la Comunidad de Madrid, ciertos elementos de la gestión de su predecesora?

Todos tenemos un “vídeo” de nuestra vida, con imágenes vergonzosas y vergonzantes, cada uno en su debilidad humana o en su momento de flaqueza, de embriaguez, intemperancia o de simple error. Esa micción –o peores venturas- en lugar improcedente, ese discurso que no conviene y que se dice “en confianza”, ese hurto del “bollycao” en la tienda de la esquina o ese móvil encontrado y no devuelto… Y quien diga que no, además de ser un hipócrita en público, si se lo cree de verdad, es un mentiroso patológico en privado.

Si ese negativo fotográfico común al ser humano corriente no sale a la luz es porque, por lo común, no tenemos interés mediático, es decir, que nuestras miserias tienen una irrelevancia colectiva que las oculta, lo que no significa que las subsane -ni que las sepulte eternamente, mucho menos-. Así, todos tenemos esa potencial espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

Cierto es que cuando uno se postula a un cargo público asume, al menos en apariencia, ser patrón de buenos hábitos (aquello de la mujer del César…). Eso es lógico, pero infantiloide si se lleva a un extremo desmedido. Tanto, como que dos botes de crema no me indican que esta señora sea peor o mejor política, sino que me hablan de una debilidad humana, que habría que valorar seguro con datos que no conocemos, pero que se intuyen para cualquier buen entendedor. Si es eso que ustedes y yo estamos pensando, tirar por aquel camino, es tan mezquino como peligroso, especialmente para sus autores, en tanto que en ciertos ambientes, quien no tiene un cajón oscuro, tiene un armario de tres cuerpos. A ver quién soporta una lupa de 300 aumentos de su vida privada.

El máster que le ofrecieron como regalo, y cuya responsabilidad está purgando ahora Cifuentes con su salida del Gobierno, no ha conducido a los autores intelectuales y verdaderos culpables aún a la palestra –ya veremos si tal día llega-. Siguen en la penumbra, escondidos debajo de sus birretes académicos, llevando al descrédito mayor posible a la institución. Seguramente se están frotando las manos con la misma crema que Cristina, aquel aciago día, “olvidó” en su bolso.

Cuando ocurrió el caso de Cifuentes y la Rey Juan Carlos, me pregunté honestamente, como máster que soy en dos universidades públicas (en Zaragoza y UNED), y después de pasar por el trance del TFM, del Tribunal y de las horas de clase vespertinas con la comida en la boca aún, ¿quién no hubiera aceptado ese presente? ¿Cómo decir que no a un adorno para el curriculum tan lisonjero y con tanta facilidad, cuando en mi caso, por ejemplo, me abriría la puerta de empezar el doctorado lo antes posible e incluso ganar una beca de manera más sencilla? ¿Quién tiene mayor culpa, el que no resiste la tentación de la vanidad, o el que comercia con la Universidad como un cortijo?

En mi calidad de penalista, mi materia prima es, en parte, la persona víctima del delito. En otra, el responsable penalmente de conductas ilícitas que necesita que le defiendan. En ambos casos, nada me es ajeno humanamente. No puedo dejar de sentir una íntima –y creo que sana- compasión con el delincuente. Ese delincuente potencial que se halla dentro del ser humano.

No se piensa, cuando se habla del malhechor arquetipo, en la vecina que denuncia -porque las amigas se lo aconsejan así- que le han robado el móvil, en vez de que lo extravió, para cobrar del seguro del hogar. O ese “parte” del coche para repintarlo. Es más, recuerden esa reunión, donde muchos han estado, previa a firmar escrituras para comprar la casa, en la propia notaría, cuando el Notario se ausentaba unos instantes para que “habléis de lo vuestro”, es decir, para sacar el taco gordo, como dicen los sevillanos, el “B” (cuanto cinismo esnobista esconde llamar “B” al dinero negro), mientras el fedatario fingía hacer algo importante, cuando no, se quedaba en su despacho leyendo.

Concluyo con el mismo autor que comencé, cuando señala “ Porque la experiencia me ha enseñado que al hombre no hay cosa que le esté mejor que la benignidad y la clemencia”. Por eso hoy, cuando la corriente mueve azote de viento contra la ya ex gobernante de Madrid, a mí, sinceramente, me entristece ver el punto al que se puede llegar en el derribo a la persona para que, 10 años después, un hecho tan menor –como reprobable en su día, sí, no una década después- haya sido la “gota malaya”. Y pienso cuando me llegará mi vídeo; o el suyo, querido lector. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal…