Opinión

¡Ojo con "poner en valor" "delante mío" estos "argumentos"!

¿Cuántas veces tendré que escuchar tales sandeces entrecomilladas, antes de caer, preso de una apoplejía, en manos del gremio matasanos o acudir al psiquiátrico para desesperados de la gramática o al penal, por agresión a un mentecato?

¿Cuántas veces tendré que escuchar tales sandeces entrecomilladas, antes de caer, preso de una apoplejía, en manos del gremio matasanos o acudir al psiquiátrico para desesperados de la gramática o al penal, por agresión a un mentecato?

Ya sé que hay cientos de disparates lingüísticos más y que la tele es su mejor difusora; y que no faltan maestros, bachilleres y doctores que los difunden en sus respectivas áreas académicas con la sobrada suficiencia  de quien tiene la sartén por el mango. También sé que este tipo de admoniciones queda “como antigua” y hay quienes piensan –digo mal, no piensan sino que pontifican- que es un atentado a la libertad quejarse de que quienes debieran dar ejemplo empeoren la fraseología de los gañanes. Sé también que no estamos libres de errores pero la cansina repetición de estos barbarismos arrojados al exterior por parte de sus emisores con la convicción de que, en vez de excremental detritus, surgen de su boca almíbares y tiernos aromas de moderno verbo, reclama huestes justicieras. ¡Cuánta falta nos haría otro Lázaro Carreter, lanzando sus dardos contra tal gentío!

Porque ¡qué escasa la reacción contra tales desmanes! ¡Qué ausencia de educación cívica! ¡Cómo puede aceptarse que, además de la perfidia oratoria de sus locutores, las televisiones enseñen esas bandas con los mensajes tuiteros de sus espectadores en los que no se perdona hache, be, uve o tilde colocada o descolocada con ensañamiento ortográfico!

Como haría un buen profesor, ningún mensaje con errores ortográficos debería ser admitido; es decir, expuesto en pantalla.

Pero cuando los disparates son propiciados desde el propio parlamento de la nación, convirtiendo los nombres propios castellanos en cualquier cosa, ¿qué puede esperarse de los telecincos, los teleautonómicos, de los teledeportivos o de los telecualquier cosa?

Dejo ya mi predicación pero quiero acudir a firmas prestigiosas de cuando, hace más de un siglo, estas cuestiones ocupaban los afanes de periodistas y escritores, entonces dedicados a cuidar el lenguaje en vez de mandarlo al infierno, como se manda a la sartén un huevo frito estrellado. Veamos como don Antonio de Valbuena en su “Corrección fraterna” (p. 94) amonesta a Unamuno tras la publicación de unos versos del soberbio y campanudo vizcaíno:

Mire usted, hombre, o Rector, si usted quiere, ya que también lo quiso un gobierno atolondrado; mire usted, si toda la rima fuera como la de usted, y todos los sonetos como el suyo, habría que renegar de los sonetos y de la rima, porque, a la verdad, el soneto de usted es cosa tonta y desagradable; pero amigo, hay rimas muy dulces y sonetos muy hermosos, a los cuales no se parece el de usted sino como el áspero guarrear de un cuervo al dulce canto de un ruiseñor, o como el gruñir de un animalejo de la vista baja a una sinfonía de Beethoven. De manera que de su soneto lo que se puede sacar en consecuencia no es que la forma poética deba desaparecer ni que los sonetos sean cosa despreciable, sino que usted es un desdichado intruso a quien no le llama Dios por ese camino.

Esto es, que se vuelva a la cocina del presupuesto a comerse tranquilamente su nómina y deje en paz la poesía, para la que su prosaica rudeza nativa le hace del todo refractario.

“Cuando salí de su casa iba por paseo ‘delante mío’…”

No se dice así, grandísimo… Rector. ‘Delante de mí’ es como se dice. ‘Delante mío’ es un disparate.

Aplíquense el cuento quienes, sin ser Unamuno, no dejan de convencernos de que “delante mío” no tienen la gramática ni el diccionario y que “detrás suyo” debería correr el dómine con su férula.