Opinión

Abril

Ahora que el invierno ya es historia, y la primavera se va asentando en el decurso de los días; ahora que la tierra, aún seca por ciertos lares, siente anhelos de vida en sus entrañas, llega este mes que le fue robado al poeta y cantautor de lo cotidiano y lo eterno, que se llama Joaquín Sabina.

Ahora que el invierno ya es historia, y la primavera se va asentando en el decurso de los días; ahora que la tierra, aún seca por ciertos lares, siente anhelos de vida en sus entrañas, llega este mes que le fue robado al poeta y cantautor de lo cotidiano y lo eterno, que se llama Joaquín Sabina.

Con el color de la esperanza por bandera, verde intenso si está preñado de humedad, este tiempo nos sitúa, testigos de excepción, ante la renovación que se produce en la naturaleza, y a nuestro alrededor. Es el misterio de la vida que nace, crece, muere, y se renueva de forma increíble.

Los días pugnan a la caza y captura de más luz, como si de una competición con la noche se tratara, para dejarla pequeña, mínimamente significante. Y en esta lucha imperceptible por escondida, pero in crescendo, el concurso del agua, como reclama el dicho popular del aguas mil, vuelve a ser especialmente decisivo en este mes.

Es el agua de la vida, que la genera a borbotones. Sin duda, uno de los elementos básicos para que la sinfonía natural y coral de nuestro entorno alcance su plenitud. El deshielo de la nieve en las montañas, de la abundante caída en los últimos meses, hace crecer nuestros embalses y pantanos, repara y calma los desajustes que genera la sequía, y también, por qué no decirlo, el uso inadecuado de un recurso del que nos reclamamos dueños, al más puro estilo de nuevos ricos.

Pero el líquido elemento, como toda fuerza vital, se nos escurre entre las manos y pierde su virtualidad, cuando no somos capaces de comprender su esencia o valor. Y qué lástima cuando se producen fugas, porque de energía desaprovechada hablamos, al no reparar en los boquetes o en las filtraciones por donde tanto se pierde.

O también cuando nos conformamos, plácidos, en la abundancia, y no somos capaces de prever tiempos de escasez. En este sentido, un vistazo en nuestro derredor debería servir, sencillamente, para el reconocimiento de todos aquellos que fueron capaces de pensar un mundo en clave de futuro.

Tal vez fueran más conscientes de sus limitaciones, tal vez más sabios porque saborearan más las cosas auténticas. O, simplemente, entendieron que la vida es un don y una tarea. Como don es algo gratuito, como tarea supone empeño. Y este mes, ciertamente, muy apropiado se me antoja para agradecer la vida, pero también para dotarla de sentido.