Opinión

Firmar para protestar

Siempre hubo, hay y habrá descontentos. Unos lo manifiestan y otros no. Recomiendan los psicólogos hacer lo primero. Además de la comunicación privada, hay una vía para hacer público el desacuerdo. Hasta épocas recientes, eran las llamadas a las cadenas radiofónicas abiertas al público, o las secciones de cartas al director en los medios escritos, los vehículos para manifestar la disidencia. Hoy día, aun manteniendo su vigencia los anteriores métodos, hay otro que por su propia naturaleza consigue un mayor alcance al manifestar la discrepancia.

Siempre hubo, hay y habrá descontentos. Unos lo manifiestan y otros no. Recomiendan los psicólogos hacer lo primero. Además de la comunicación privada, hay una vía para hacer público el desacuerdo. Hasta épocas recientes, eran las llamadas a las cadenas radiofónicas abiertas al público, o las secciones de cartas al director en los medios escritos, los vehículos para manifestar la disidencia. Hoy día, aun manteniendo su vigencia los anteriores métodos, hay otro que por su propia naturaleza consigue un mayor alcance al manifestar la discrepancia. 

Son las redes sociales. Así como antes la llamada telefónica a la radio o la carta al director alcanzaba a un número limitado de oyentes o lectores, a través de la redes sociales el efecto es multiplicador. Lo que uno diga puede llegar en segundos al último extremo del planeta. Los receptores eran anteriormente unos miles de personas, muchas veces conocidas, dependiendo del alcance territorial del emisor. Hoy los destinatarios son anónimos e incalculables. 

Siendo esta una gran novedad, no es la mayor: existen organismos, organizaciones y colectivos que se caracterizan por ser los catalizadores de las protestas. De todos los usuarios de Internet son conocidas entidades como Change.org, WeMove, Greenpeace y otras similares que diariamente nos envían propuestas para abrirlas, leerlas y firmarlas en son de protesta. En general enfocan problemas colectivos, aunque a veces sus mensajes tienen cierto carácter individual de repercusión pública.

En ocasiones añaden anexos con propuestas recaudadoras aludiendo a los gastos que origina la difusión de sus comunicados. A nadie obligan, pero los argumentos son a veces contundentes. El bombardeo es constante, como constantes, permanentes y crecientes son los desafueros y los disparates que aparecen sobre la faz de la tierra, de algunos de los cuales tenemos conocimiento inmediato; de otros no. Los que llegan a través de estas organizaciones suelen estar bien documentados, y casi todos mueven la razón y el sentimiento de los receptores para adherirse a la protesta. 

Son muchas las personas que responden favorablemente. La fórmula es sencilla: firmar el manifiesto, añadiendo facultativamente alguna consideración personal. Días o semanas después, puede reaparecer el tema comunicando la acogida de la iniciativa y el número de firmantes. También, a veces, se informa de que tal gobierno, tal organismo, tal empresa, etcétera, se ha hecho eco del listado de firmas y está considerando revisar sus decisiones, o sus protocolos de actuación. 

Con frecuencia, la historia termina ahí. Pero no siempre. Por las ocasiones en las que la protesta es atendida, merece la pena apoyarla, si uno la considera justa. En todo caso, quienes no desean ser molestados con problemas ajenos –¿realmente hay problemas ajenos en un mundo cada vez más globalizado?–  pueden desentenderse de los envíos con un simple clic en el teclado de su ordenador. Siempre habrá quien prefiera meter la cabeza bajo el ala, o taparse la cara para que la realidad se desvanezca.