Opinión

De Gorbachov a Putin: el impacto global de una elección

La elección presidencial en Rusia centra la atención internacional. El elegido para llevar el timón del gigante euroasiático dejará también su impronta en un mundo tenso y desconcertado. El reciente discurso ante las dos cámaras del Parlamento del presidente-candidato, Vladimir Putin, desafía al mundo con su poder nuclear, y sugiere el impacto que puede tener el resultado en el equilibrio mundial.

La elección presidencial en Rusia centra la atención internacional. El elegido para llevar el timón del gigante euroasiático dejará también su impronta en un mundo tenso y desconcertado. El reciente discurso ante las dos cámaras del Parlamento del presidente-candidato, Vladimir Putin, desafía al mundo con su poder nuclear, y sugiere el impacto que puede tener el resultado en el equilibrio mundial.

Hace treinta y tres años, en marzo de 1985, el relevo en la cúpula del poder también situó a Moscú en el foco informativo. La muerte del secretario general del Partido Comunista soviético (PCUS) abrió un período de incertidumbre. Desde la Revolución de 1917, Lenin, Stalin, Jrushchov y Brezhniev se habían sucedido en el poder durante 68 años. Los nombramientos de Andrópov (1982) y Chernienko (1984) no hicieron más que ahondar en la imagen de parálisis y liderazgo envejecido. Esa percepción situó al joven miembro del politburó Mijail Gorbachov, de 54 años y estilo "occidental", como candidato idóneo. La perspectiva del tiempo muestra el profundo impacto de su nombramiento al frente del poder soviético el 11 de marzo de 1985: contribuyó al fin de la guerra fría, permitió la unificación de Europa y llevó a la desaparición de la URSS. En el umbral de una nueva elección al frente de los destinos de Rusia, volver la mirada hacia el que fuera último presidente de la URSS y premio Nobel de la paz (1990) subraya la impronta que puede tener la inminente elección presidencial.

Con el paso de los años, la memoria colectiva tiende a olvidar el papel de Gorbachov en unos acontecimientos que, con aciertos y errores, fueron posibles gracias a su liderazgo, aunque terminaron por desbordarle. A mediados de los ochenta, la cúpula del poder era consciente del punto muerto en el que se encontraba la URSS. El cambio estructural pasaba por un radical cambio de caras, y Gorbachov aprovechó el XXVII Congreso del PCUS (1986) para aplicar su estrategia. Incluyó la promoción de Boris Yeltsin, aliado fiel en los primeros compases del cambio, férreo opositor en poco tiempo, y principal valedor del actual presidente Putin.

El primer periodo de la era Gorbachov se caracterizó por el cambio estructural (Perestroika) y el impulso de la transparencia (Glasnost), toda una novedad en la URSS. De modo simultáneo, la estrategia internacional tuvo su prueba de fuego en Ginebra, dos meses después de su nombramiento: la cumbre con el presidente de los EEUU, Ronald Reagan, dejando atrás años de tensión. Los encuentros se repetirían en años sucesivos, inaugurando una nueva era en las relaciones internacionales. El nuevo pensamiento político de Gorbachov abriría la puerta a las revoluciones democráticas de 1989 en Europa Central y Oriental. Supo reconocer los tiempos de libertad, y evitó frenar la historia con el uso de la fuerza, como había sucedido en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968). La caída del muro de Berlín el 9 de noviembre marca el cenit de un año extraordinario.

Mientras que en la acción exterior se mostró decidido, cosechando el reconocimiento de los líderes mundiales, en el ámbito interior el balance fue bien distinto. A medida que avanzaba su mandato, aumentaron las dudas sobre el papel del Estado y su capacidad para mejorar la economía y mantener la paz social. Tuvo dudas sobre el modo de lidiar con las tensiones nacionales, y falló el juego de equilibrios que trató de establecer, incitando la libertad nacional al tiempo que procuraba mantener la situación bajo control. Las reformas democráticas, aplicadas con diferente convicción según los tiempos, acabaron pasándole factura. A partir de 1990, la situación social y política continuó empeorando, hasta que el golpe de Estado de agosto 1991 confirmó el declive. Tras la constitución de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) por Rusia, Bielorrusia y Ucrania el 8 de diciembre de 1991, el punto final llegaría el día 25: por una paradoja de la historia, la bandera roja con la hoz y el martillo de la URSS sería definitivamente arriada del Kremlin el día de Navidad, sustituida por la enseña blanca, azul y roja de la Federación Rusa.

A diferencia del Zar Nicolás II, a quien en 1917 una delegación de jefes militares pidió que abdicase por el bien de Rusia, en 1991 nadie solicitó a Gorbachov que se fuera. Con la desaparición de la URSS quedó expulsado sin más de su país. El impacto global que tuvo su elección otorga al último líder soviético un lugar entre quienes forjaron la Historia del siglo XX.