Opinión

150 aniversario de Ricardo Royo Villanova, prócer zaragozano

El "Royo Villanova", al que hasta hace unos lustros todo el mundo llamaba "El Cascajo", es el nombre de uno de los grandes hospitales zaragozanos, pero ya pocos se acuerdan de quién fue el personaje al que debe su denominación. Conviene recordarlo, ya que fue una de las grandes figuras aragonesas de la primera mitad del siglo XX y en 2018 se cumplen los 150 años de su nacimiento; es decir, el sesquicentenario, otra palabra que se está olvidando, casi tanto como el propio don Ricardo, perteneciente a una muy arraigada familia aragonesa.

El “Royo Villanova”, al que hasta hace unos lustros todo el mundo llamaba “El Cascajo”,  es el nombre de uno de los grandes hospitales zaragozanos, pero ya pocos se acuerdan de quién fue el personaje al que debe su denominación. Conviene recordarlo, ya que fue una de las grandes figuras aragonesas de la primera mitad del siglo XX y en 2018 se cumplen los 150 años de su nacimiento; es decir, el sesquicentenario, otra palabra que se está olvidando, casi tanto como el propio don Ricardo, perteneciente a una muy arraigada familia aragonesa, que dio otras figuras, como su padre, Mariano Royo Urieta y sus hermanos, Antonio, gran jurista, y Luis, escritor y periodista muerto en plena juventud a resultas de una operación quirúrgica, cuando ya estaba cimentando su prestigio en la capital del reino.

Volviendo a Ricardo Royo Villanova (1868-1943), ya durante su época de estudiante, participó muy activamente en la vida cultural zaragozana y dio a la luz poesías y obras teatrales, además de fundar la revista El Cocinero (1888), empresa en la que participaron, entre otros, sus hermanos y escritores zaragozanos tan prestigiosos como Mariano de Cavia, Eusebio Blasco y Jerónimo Vicén. Años después, colaboró en la Revista Aragonesa (1907-1908) y en Aragón (1912-1917).

En 1890 se doctoró en Medicina e impartió docencia en la Universidad zaragozana, donde obtuvo la cátedra de Patología Médica en 1894 y fue nombrado rector en 1913, cargo que ejerció hasta 1928, cuando sus problemas con la dictadura primorriverista se tornaron insolubles, con lo que fue destituido y desterrado a Almuñécar. Ya en 1923, año en que el dictador asumió la presidencia del gobierno, había dejado el escaño de senador que ostentaba desde 1914.

Hombre rígido, pero muy querido por su gran solvencia moral, tuvo problemas, con la monarquía, con la Dictadura y con la República. Pero sobre todo, -cómo no- con la envidia y mala índole de algunos de sus conciudadanos. Para defender su buen nombre no tuvo mejor ocurrencia que escribir una curiosísima obra de kilométrico título, El caso del doctor Royo Villanova, por su médico de cabecera. Viva... la Pepa y muera la libertad. Al servicio de la Pravda, donde, en tercera persona, repasa con beligerancia su trayectoria profesional y resulta un excelente documento de la vida político-cultural zaragozana en las primeras décadas del pasado siglo.

Como hombre de gran protagonismo público, muchos otros fueron sus méritos y actividades: presidente del Ateneo de Zaragoza desde 1913 hasta su muerte, perteneció a varias academias y obtuvo un gran número de condecoraciones y honores. Tuvo tiempo para dar a la imprenta una biografía de Servet y otras obras de variada índole pero, especialmente, sobre su especialidad, en la que fue una figura respetada en Europa. Su sentido social le llevó a impulsar con especial dedicación la lucha antituberculosa en España, enfermedad hoy casi olvidada, pero que durante muchos años segó la vida de tanta gente joven y valiosa. Él mismo llegó a fundar y sostener económicamente una clínica especializada. No fue casual que, cuando en 1956, en los terrenos del barrio de San Gregorio denominados El Cascajo por su abundancia de piedras, se inauguró el sanatorio, dedicado por entonces al tratamiento de pacientes afectados por la tuberculosis, se acudiese a titularlo con el nombre del gran médico zaragozano.