Opinión

Organizaciones humanitarias

Periódicamente aparecen noticias sobre irregularidades en las organizaciones humanitarias no gubernamentales, conocidas popularmente por sus siglas ONG. Hasta ahora predominaban los temas económicos, por cuanto se habían descubierto fraudes o malas prácticas administrativas, cosa siempre lamentable, pero que parece no afectar al núcleo íntimo de las personas. En las últimas semanas se han dado a conocer públicamente asuntos más espinosos, más escabrosos, relativos a los abusos de índole sexual por parte de algunos cooperantes, e incluso directivos, de los que han sido víctimas mujeres en situación de especial vulnerabilidad.

Periódicamente aparecen noticias sobre irregularidades en las organizaciones humanitarias no gubernamentales, conocidas popularmente por sus siglas ONG. Hasta ahora predominaban los temas económicos, por cuanto se habían descubierto fraudes o malas prácticas administrativas, cosa siempre lamentable, pero que parece no afectar al núcleo íntimo de las personas. En las últimas semanas se han dado a conocer públicamente asuntos más espinosos, más escabrosos, relativos a los abusos de índole sexual por parte de algunos cooperantes, e incluso directivos, de los que han sido víctimas mujeres en situación de especial vulnerabilidad. 

Lo primero que hemos de advertir es que la existencia de las ONG es en sí misma una irregularidad dentro de lo que consideraríamos un orden mundial regido por la justicia. Siempre habrá catástrofes, guerras, conflictos o emergencias naturales que coloquen a personas y colectivos en situaciones precarias. Pero esas circunstancias negativas debieran ser atendidas por los propios Estados y sus gobiernos, recabando ayuda de otros cuando fuere necesario. Los mayores defensores de las ONG son precisamente los mandamases de los países pobres donde trabajan los voluntarios. Realizan funciones que sus gobiernos desatienden, y que en algunos casos dedican cuantiosos fondos a causas nefastas, como los negocios armamentísticos, el tráfico de joyas y otros disparates. Esto cuando no se descubren desfalcos y escandalosos gastos suntuarios por parte de los dirigentes de los citados países. 

Ante esta situación, las ONG, pensadas en sus inicios para cubrir esos huecos asistenciales, canalizan los gestos de solidaridad de las personas sensibles en los países más desarrollados, aunque siempre quede un trasfondo de sentimiento de culpa y como de escapatoria frente a una problemática de la que somos colectivamente responsables. La mayor parte de los países donde trabajan las ONG sufrieron un proceso de colonización por parte de las grandes potencias, guiado por la codicia y no por la solidaridad, en los siglos XIX y comienzos del XX. Pero la situación es la que es y, sin la labor de las ONG, la desgracia de los nativos depauperados sería aún mayor. 

Lo lamentable es que en una organización con fines altruistas se hayan infiltrado sujetos de la peor calaña que aprovechan su superioridad económica y cultural, y una cierta inmunidad, para perpetrar delitos que en sus países de origen serían castigados severamente. El dicho popular de ‘A río revuelto ganancia de pescadores’, se aplica a estos sujetos deleznables que ensucian toda una filosofía filantrópica y extienden un sentimiento de duda sobre la eficacia de las ayudas que las buenas gentes y algunos gobiernos de los países desarrollados destinan a esa causa noble. 

El abuso de cualquier tipo, siempre lamentable, parece ser consustancial a la naturaleza humana. Así, lo único que puede hacerse es afinar los controles y vigilar por parte de los responsables para que no se den estas situaciones. Lo más grave es cuando ellos son los delincuentes, porque entonces, ¿quién vigila al vigilante?