Opinión

Tirarse al paso de cebra

Es un hecho innegable. Los peatones de siglo XXI ya no cruzan los pasos de cebra. Se tiran a ellos con total impunidad entusiasta. Lejos han quedado los años en los que permanecían quietos en el borde de la acera, avisando de su intención a los conductores. Ahora se tiran, literalmente.

Es un hecho innegable. Los peatones de siglo XXI ya no cruzan los pasos de cebra. Se tiran a ellos con total impunidad entusiasta. Lejos han quedado los años en los que permanecían quietos en el borde de la acera, avisando de su intención a los conductores. Ahora se tiran, literalmente.

Los que cruzan de espaldas, mirando antes de soslayo... Los que van a paso relajado y al ver que un vehículo llega antes que ellos comienzan a correr hasta alcanzar con satisfacción una de las protectoras rayas blancas... Los especialistas en giros de noventa grados, que caminan tranquilamente y en cuestión de segundos cambian bruscamente su rumbo para cruzar.

No me olvido de los parsimoniosos, que se deleitan en alcanzar su destino a cámara lenta. Ni de algún profesional en busca de ingresos extra. Los conversadores, los que llevan su mirada pegada al móvil...

Y los que en gesto de extremada educación, te permiten pasar primero, indicándolo con un ligero movimiento de mano y una sonrisa fingida que dice: te dejo pasar porque quiero, que lo sepas...

Hay infinidad de modalidades que, curiosamente, adoptan todos los conductores tras aparcar su coche. Tanta coincidencia no puede deberse a una distracción global, ni a una saturación de problemas personales. Tras una exhaustiva investigación, el que suscribe ha llegado a una conclusión aplastante.

Permítanme que la exponga brevemente:

Los pasos de cebra son unos de los pocos espacios que no solo ofrecen un uso gratuito, sino en los que se regala una propiedad compartida, multipropiedad o como queramos llamarla. Y la tomamos como nuestra, exclusiva y con el derecho de prioridad, del que estamos privados en cualquier otro ámbito social.

Quedan descartados de este análisis los pasos que se acompañan con semáforos a ambos lados. Estos mandan sobre nosotros y miden nuestro tiempo limitando el privilegio comentado. Los otros no. Ahí radica su atractivo.

Un lujo de derecho, y encima gratuito, se aprovecha al máximo. Y así lo hacemos. Que aunque parezcamos algo despistados en numerosos temas de actualidad -que con acierto hoy dejamos para otra ocasión-, no tenemos un pelo de tontos. Queda demostrado.