Opinión

Cosme, Damián y el negro o catalanes y aragoneses

En una escena de Los olvidados, la panda de adolescentes suburbiales que protagoniza dicho filme de Luis Buñuel arrebata a un hombre sin piernas la caja con ruedas en la que se desplaza, ayudado por dos piedras que apoya en el suelo impulsándose con las manos. Así, el elemental vehículo consigue avanzar a duras penas aunque difícilmente lo haría cuesta arriba. Tras la atroz gamberrada, el impedido queda varado y maldiciendo en medio de la calle.

En una escena de “Los olvidados”, la panda de adolescentes suburbiales que protagoniza dicho filme de Luis Buñuel arrebata a un hombre sin piernas la caja con ruedas en la que se desplaza, ayudado por dos piedras que apoya en el suelo impulsándose con las manos. Así, el elemental vehículo consigue avanzar a duras penas aunque difícilmente lo haría cuesta arriba. Tras la atroz gamberrada, el impedido queda varado y maldiciendo en medio de la calle.

Son acciones, como la de robar a un ciego o despojar de sus muletas a un cojo, que a la mayoría de los humanos nos resultan repugnantes. Sin embargo, los santos Cosme y Damián, médicos romanos y patrones de la profesión, perpetraron el milagro de trasplantar la pierna de un negro a un legionario que la tenía gangrenada a resultas de las heridas en combate. Hoy día se suele contar que el etíope había muerto pero sobran los ejemplos iconográficos en imágenes y retablos en la que vemos al blanco muy satisfecho con sus piernas bicolor y al pobre negro en el suelo retorciéndose y lamentándose de su suerte. Aparte de la corrección política, el cambio puede tener justificaciones prácticas pues, al oír contar la historia a un guía del Museo del Prado, una estudiante afroamericana la emprendió a paraguazos con el cuadro aunque sólo lograra dañar el marco. Otras representaciones son aún más espeluznantes, pues nos muestran al negro con la pierna blanca gangrenada, que los santos han tenido a bien sustituirle.

Me recuerda estas cosas el concurrido expolio de los ricos hacia los pobres, que tiene en Cataluña y Aragón una de sus más evidentes parábolas, aunque aquí ni siquiera nos hayan donado la pierna gangrenada. Se acompaña la rapiña de insultos y vejámenes porque los pobres no sabemos cuidar la pierna, la tenemos en malas condiciones y no dijimos nada cuando nos la arrebataron porque a veces somos nosotros mismos quienes nos la cortamos. Y, tal como algunos utilizan el adjetivo “negro” en sentido vejatorio, me cuentan que, con la misma intención, los leridanos utilizaron el adjetivo “aragonés” para infamar, vilipendiar y zaherir a periodistas y técnicos que fueron a recoger algunas de las piezas almacenadas en su museo.

En otros textos he explicado cómo, hace nada, “aragonés” implicaba en toda España exactamente lo contrario: nobleza, dignidad, fiabilidad, valentía… Y muchas jotas lo recogen tan orgullosa como ingenuamente. Pero no me hagan caso a mí: lean a Marisancho Menjón que, en soledad y con tanto rigor como conocimiento de causa, lleva años documentando, sacando la luz y exponiendo las vicisitudes de este expolio. El negro utilizado por Cosme y Damián para su experimento, que, por cierto, terminaron decapitados por Diocleciano, hubiera necesitado un abogado como la docta y combativa investigadora taustana.