Opinión

Diciembre

Los días apuntan a finales ya, de este año número diecisiete del tercer milenio, según marca el cómputo temporal en nuestro calendario. Casi como en un suspiro se nos va, el que hace nada era tan recién llegado. Pero antes de alcanzar las postrimerías, el Silvestre del último día, aún nos queda algo de tiempo.

Los días apuntan a finales ya, de este año número diecisiete del tercer milenio, según marca el cómputo temporal en nuestro calendario. Casi como en un suspiro se nos va, el que hace nada era tan recién llegado. Pero antes de alcanzar las postrimerías, el Silvestre del último día, aún nos queda algo de tiempo.

Para disfrutar, en estos comienzos constitucionales de puentes inmaculados, del encanto ambiental con el que se nutren nuestras ciudades, en la antesala navideña, y que nos acompañará hasta pasada la visita de los magos. Un encanto que en ciudades europeas constituye más que un reclamo, y al que, por aquí, aunque un tanto a oscuras por los efectos de la crisis durante los últimos años, parece que nos hemos apuntado.

También para celebrar distintas comidas o cenas, de empresa, de grupos de trabajo, de amigos, de compañeros de fatigas, e incluso de familia. Que para todos llega, en esta época, la excusa de ser un poco más sensibles, o de rendirnos al dulce sentimiento que nos remite al sueño del amor fraterno como proyecto universal. Y que vuelve siempre por estas fechas, como nos recuerda un conocido spot.

Claro que, para sueño, ése para el que albergamos la consabida ración posible, según nuestros bolsillos, de números o boletos loteros. Siempre insuficiente, la verdad, porque alguno se nos olvida o nos falla, pero siempre resignada, porque es lo que toca, oiga. O puede tocar, quién sabe.

Pero el tiempo era y es lo que nos queda, como Paris en Casablanca. No sabemos si mucho o si poco. Al fin y al cabo, quién lo sabe. Por eso mismo, tal vez sea nuestra mayor riqueza, como fuente de posibilidades. Y por ello también el mejor estímulo para invertirlo de la mejor manera, en aquello que nos hace más felices.

Tiene su aquél este mes postrero, que además encierra su particular certeza: que cuando termine, irremediablemente, vendrá enero.