Opinión

Rebeliones catalanas (I)

Cicerón escribió en el siglo I antes de Cristo que la Historia es la maestra de la vida. De ella extraemos las enseñanzas que, basadas en la experiencia del relato histórico, nos pueden ayudar a evitar los errores pasados e impulsar los logros del futuro. Yo me atrevería a sugerir desde una óptica cuasi biológica que las enseñanzas de la Historia son nuestro código genético como personas y como sociedades.

Cicerón escribió en el siglo I antes de Cristo que la Historia es la maestra de la vida. De ella extraemos las enseñanzas que, basadas en la experiencia del relato histórico, nos pueden ayudar a evitar los errores pasados e impulsar los logros del futuro. Yo me atrevería a sugerir desde una óptica cuasi biológica que las enseñanzas de la Historia son nuestro código genético como personas y como sociedades. Pareciera que, incluso desconociendo los detalles o buena parte del relato del relato de nuestro devenir ancestral, éste condiciona nuestras actitudes presentes como si se preprogramasen reacciones instintivas, reflejas y automáticas que vendrían determinadas por ciertos cromosomas de nuestro ser colectivo.

Como apasionado de la Historia y, muy especialmente, de la de Aragón, desde esta posición de vecindad territorial y vinculación histórica común que tenemos aragoneses y catalanes, siempre me ha fascinado esa especie de recurrente pulsión rupturista que, de siglo en siglo, toma posesión de las mentes y voluntades de nuestros vecinos y parientes del Este. Cada pueblo tiene su idiosincracia, sus tics, sus fijaciones, sus desvelos y sus descuidos. El sino de Cataluña pareciera ser el de debatirse, por un lado, entre la búsqueda de la estabilidad y seguridad que le permite aprovechar los activos de su geografía y de su civilización para su prosperidad y lucro y, por otro, la de la autosuficiencia que le libere de pagar la servidumbre de supeditarse a cualquier interés de sus socios o vecinos (y no digamos dominadores) que no coincida con el suyo propio.

En esa diatriba vive desde sus orígenes, cuando comenzó a fraguarse lo que acabaría siendo Cataluña en los tiempos de la Marca Hispánica, en los siglos VIII a X. En ese momento fundacional, a diferencia de pamploneses y aragoneses, los condes catalanes fracasaron en sus intentos de desembarazarse del dominio de los reyes francos, el cual ni les libró de las terribles razzias musulmanas ni les permitió progresar en su propia empresa de reconquista como sí lo hicieron leoneses, castellanos, navarros y aragoneses. La reconquista catalana no avanzó ni un palmo de terreno durante tres siglos. Ni siquiera a pesar del temprano florecimiento económico de la vieja Marca en un contexto de creciente predominio de los condes de Barcelona sobre los demás condados. No fue hasta la unión de Aragón y Barcelona en el siglo XII (que, recordémoslo, se concibió como una fusión mutuamente buscada para asegurar la futura supervivencia de ambos) cuando Cataluña comenzó a ganar territorio a los musulmanes hasta alcanzar sus actuales límites. Cataluña, a partir de ese momento y sin perjuicio de la ratificación posterior de esa situación de hecho efectuada por el tratado de Corbeil (1258), formalizó su adscripción a una noción geopolítica de su identidad claramente hispánica, rompiendo sus lazos básicamente nominales con el mundo franco.

Las consecuencias de tal decisión no pudieron ser más afortunadas pues durante los dos siglos siguientes Cataluña fue impulsora y beneficiaria principal de la expansión mediterránea de la Corona de Aragón. Toda una “Edad de Oro” catalana idealizada siglos después por la Renaixença que, a través de un nutrido repertorio de gestas y héroes (a menudo un tanto “engordado” con referencias no estrictamente propias) conforman el panteón de las “glorias catalanas” de cuyas nostalgias tan profundamente se ha alimentado el imaginario identitario, cultural y político de la sociedad catalana.

Sin embargo, Cataluña entró en una profunda crisis económica y social desde mediados del siglo XIV, con un comercio mediterráneo cada vez más disputado por nuevas potencias rivales y un creciente desasosiego en amplios sectores tanto urbanos como rurales. Aragón, afectado de forma indirecta a causa de su subsidiariedad económica con respecto al comercio catalán pero también en contacto más directo con Castilla y ese mundo atlántico que comenzaba a arrebatarle la primacía económica al Mare Nostrum, encontró en la debilidad política de Cataluña una oportunidad para resolver varios problemas a un tiempo cuando se desató la crisis dinástica provocada por la muerte sin descendencia de Martín el Humano (1410). Así, en el Compromiso de Caspe Aragón favoreció claramente la entronización de una dinastía castellana al conseguir con ello varios objetivos accesorios al principal de recuperar la estabilidad política pero de vital importancia: (1) desplazar el centro político de la Corona de Aragón de Barcelona a Zaragoza; (2) tratar de controlar a su favor la política castellana; (3) arrebatarle a Francia -la eterna enemiga de la Corona de Aragón- su potente aliado castellano para reemplazar así a Inglaterra, socio habitual de los aragoneses frente al rey francés (por aquel entonces Inglaterra ya había perdido Aquitania y estaba siendo derrotada en la guerra de los Cien Años); (4) conseguir un mejor acceso a nuevos mercados en Castilla y hacia los puertos cantábricos, hecho que también aprovecharon numerosos mercaderes catalanes que se instalaron en suelo aragonés al calor de ese nuevo flujo de tráfico mercantil.

Si la apuesta que suponía este viraje resultó a la postre solo parcialmente satisfactorio para Aragón, en Cataluña sin embargo, la situación no hizo sino empeorar y volvería a activar el anhelo de buena parte de la sociedad catalana por buscar por su cuenta y de forma desvinculada de la Corona de Aragón la solución a sus problemas. La crisis política entre Juan II de Aragón y el príncipe Carlos de Viana con las banderías que suscitó a su alrededor supuso la chispa que acabaría desembocando en el segundo gran hito independentista en el marco de la guerra civil catalana de 1462-1472. En el transcurso de la misma se ofreció el título de conde de Barcelona y, por ende, señor de toda Cataluña, sucesivamente a Enrique IV de Castilla, Pedro de Portugal (condestable de Portugal y nieto del conde Jaime de Urgel, el gran perdedor del Compromiso de Caspe) y Renato de Anjou. Diferentes avatares y el enorme esfuerzo militar que recabó el rey de Aragón de sus súbditos a lo largo de una larga guerra acabaron malogrando las pretensiones del secesionismo. Nótese que, en todo momento, la necesaria conciencia de vulnerabilidad de una “Cataluña sola” descartaba la independencia como resultado final: integrarse en otra corona seguía siendo la mejor garantía para mantener la propia personalidad del país.

Un fallo de cálculo en el difícil juego de alianzas matrimoniales desarrollado primero por Juan II y después por su hijo Fernando II determinó el advenimiento de la dinastía Habsburgo al trono de Aragón en el siglo XVI. La Corona de Aragón, que había pugnado a lo largo de toda la Edad Media por no ser absorbida por la Corona de Francia o por la de Castilla cayó tras la muerte nada más nacer de Juan, hijo de Fernando el Católico y Germana de Foix, bajo la órbita de un nuevo poder de alcance europeo que en la península ibérica tenía como verdadera plataforma a una Corona de Castilla, políticamente sometida tras el aplastamiento de la rebelión de los Comuneros (1520-1522). La tensión producida por la incompatibilidad entre el sistema político aragonés (pactista, garantista y parlamentarista) y la visión absolutista que mantenían los nuevos césares de la época iban a hacer de todo el siglo XVI un tiempo de conflictos y pleitos de hondo calado entre Aragón y la corte de Madrid, que culminaría en la invasión de 1591, el asesinato del Justicia Juan de Lanuza V y las cortes de Tarazona de 1592, celebradas bajo coacción armada. Conviene advertir que se trató de una rebelión de carácter constitucional (dicho esto en términos actuales), en la que se oponían los fueros y libertades de los aragoneses a la voluntad arbitraria de un monarca (aunque la pugna ya comenzó con su predecesor) que se empeñó de forma regular en pasar violentamente por encima de una legalidad a la que había jurado someterse y defender para ser reconocido por los aragoneses como su rey (“y si non, non”, según defendían quienes compartían las ideas inspiradas por la leyenda de los Fueros de Sobrarbe). Otra nota al margen: una Cataluña entonces débil, particularista y apática se abstuvo de unirse en aquella ocasión a la rebelión aragonesa, tal vez no lo suficientemente consciente de cuánto se jugaba también en estos sucesos, como los hechos futuros acabarían demostrando.

(CONTINUARÁ)

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Rebelions catalanas (I)

Zizerón escribió en o sieglo I antis de Cristo que a Historia ye a mayestra d’a vida. D’ella replegamos as amostranzas que, alazetatas en a esperenzia d’o relato istorico, nos pueden ayudar a privar as errors pasatas y empentar os logros d’o futuro. Yo gosareba socherir dende una optica cuasi biolochica que as amostranzas d’a Historia son o nuestro codigo chenetico como presonas y como soziedaz. Parixereba que, mesmo esconoxendo ros detallos u buena cosa d’o recontallo d’o nuestro esdevenir anzestral, íste condiziona as nuestras autituz presens como si se preprogramasen reyazions instintivas, reflexas y automaticas que vendreban determinatas por bels cromosomas d’o nuestro seyer coleutivo.

Como apasionau d’a Istoria y, muito espezialmén, d’a d’Aragón, dende ista posizión de vizindat territorial y vinculazión istorica común que tenemos aragoneses y catalans, sempre m’ha faszinata ixa mena de tornadiza empenta rupturista que, de sieglo en sieglo, s’empara d’os esmos y voluntaz d’os nuestros vizins d’o Este. Cada pueblo tiene o suyo caráuter, os suyos rebatos, as suyas basemias, os suyos cudiatos y as suyas zaforosidaz. O sino de Cataluña parixereba estar o azogue d’o dandalo d’estar, d’un costau, á ra usma d’a estabilidat y seguranza que li premite aproveitar os autivos d’a suya cheografía y d’a suya zevilizazion ta ra suya prosperidat y lucro y, d’atro, a de l’autosufizienzia que lescuse de bosar a servidumbre de fer-se á pachas con cualsiquier intrés d’os suyos sozios u vizins (y no digamos dominadors) que no s’acople á o suyo propio.

En ixa baruca vive dende os suyos orichens, cuan enzetó á forgar-se o que esdevenireba Cataluña en os tiempos d’a Marca Ispanica, en os sieglos VIII á X. En ixe tiempo fundazional, á esferenzia de pamploneses y aragoneses, os condes catalans fracasoron en as suyas esfugadas por secutir-sen-ne o dominio d’es reis francos, o que no lis presguardó d’as terribles algaratas musulmanas ni lis premitió progresar en a suya propia interpresa de reconquista como sí en fizioron leoneses, castellanos, navarros y aragoneses. A reconquista catalana no avanzó ni un palmo de terreno en tres sieglos. Ni sisquiera a penar d’o temprano floreximiento economico d’a viella Marca en un contesto de crexién predominio d’os condes de Barzelona sobre os atros condaus. Nomás estió á partir da unión d’Aragón y Barzelona en o sieglo XII (que, remeremos-lo, se atrazó como una fusión mutuamén quiesta ta asegurar a futura pervivenzia d’amos) cuan Cataluña escomenzó á ganar territorio a os musulmans dica alcanzar as suyas uegas autuals. Cataluña, á partir d’ixe momento y fueras d’a emologazión posterior d’ixa situazión de feito estatuezita por o tratau de Corbeil (1258), formalizó a suya ascrizión á una nozión cheopolitica d’a suya identidat claramén ispanica, crebando ros suyos ligallos más que más nominals con o mundo franco.

As consecuenzias d’ixa dezisiòn no podioron estar más enfortunatas pues en os dos sieglos siguiens Cataluña estió taute y benefiziata prenzipal d’a espansión mediterránia d’a Corona d’Aragón. Toda una “Edat d’Oro” catalana ideyalizata sieglos dimpués por a Renaixença que, á traviés d’un gran repertorio de chestas y eroes (asobén bella cosa empapuzato con referenzias no astritamén propias) farchan o panteón d’as ”glorias catalanas” de cualos recosiros s’ha alimentato ro esmachinario identitario, cultural y politico d’a soziedat catalana.

Sin dembargo, Cataluña dentró en una funda crisis economica y sozial dende meyaus d’o sieglo XIV, con un comerzio mediterránio cada begata más disputato por nuevas potenzias rivals y un crexién desasusiego en amplos seutors igual urbanos como rurals. Aragón, afeutato de traza indireuta á causa d’a suya susidiariedat economica con respeuto á o comerzio catalán pero tamién en contauto más direuto con Castiella e ixe mundo atlantico que escomenzipiaba á furtar-li a primazía economica á o Mare Nostrum, trobó en la debilidat politica de Cataluña una oportunidat ta resolver varios problemas de vez cuan se desató la crisis dinastica prevocata por a muerte sin eszendenzia de Martín l’Umano (1410). Asinas, en o Compromís de Caspe Aragón afavorexió claramén a entronizazión d’una dinastía castellana en alcanzando con ixo varios oxetivos azesorios á o prenzipal de recuperar la estabilidat politica pero de vital importanzia: (1) esplazar o zentro politico d’a Corona d’Aragón de Barzelona ta Zaragoza; (2) tratar de controlar á ra suya favor a politica castellana; (3) sacar-li á Franzia -a eterna enemiga d’a Corona d’Aragón- o suyo potente aliato castellano ta reemplazar asinas á Anglaterra, sozio abitual d’os aragoneses fren á o rei franzés (por aquers tiempos Anglaterra ya eba perdito Aquitania y yera estando redotata en a guerra d’os Zien Años); (4) aconsiguir un millor azeso á nuevos mercaus en Castiella y enta os puertos cantabricos, feito que tamién aproveitoron lumerosos mercaders catalans que s’establioron en suelo aragonés á ra usma d’ixe nuevo fluxo de navegos mercantils.

Si l’apuesta que senificaba iste chiro resultó á ra fin solo parzialmén satisfadera ta Aragón en Cataluña, manimenos, a situazión nomás fazió que empiorar y tornareba á autivar l’angluzia de buena cosa d’a soziedat catalana por buscar por a suya cuenta y de traza esligata d’a Corona d’Aragón a soluzión á os suyos problemas. A crisis politica entre Chuan II d’Aragón y o prenzipe Carlos de Viana con las banderías que enzurizó estió a purna que acabareba recutindo ta ra segunda gran fita independentista  en a bastida d’a guerra zivil catalana de 1462-1472. En o navesar d’a mesma s’ufrió ro títol de conde de Barzelona y, por tanto, siñor de toda Cataluña, suzesivamén á Enrique IV de Castiella, Pietro de Portugal (condestable de Portugal y nieto d’o conde Chaime d’Urchel, o gran perdedor d’o Compromís de Caspe) y Renato d’Anjou. Diferens azars y o granizo esfuerzo melitar que replegó ro rei d’Aragón d’os suyos soxetos á ro largo d’una larga guerra acaboron malmetiendo as pretensions d’o sezesionismo. Pare-se cuenta de que, en tot momento, a nezesaria conzenzia de vulnerabilidat d’una “Cataluña sola” escartaba ra independenzia como resultato final: entegrar-se en atra corona siguiba estando a millor guarenzia ta mantener a propia presonalidat d’o país.

Un fallo de carculo en o difízil chuego d’alianzas matrimonials desarrollato primero por Chuan II y dimpués por o suyo fillo Ferrando II determinó l’advenimiento d’a dinastía Habsburgo á o trono d’Aragón en o sieglo XVI. A Corona de Aragón, que eba pugnato á ro largo de toda ra Edat Meya por no estar absorbita por a Corona de Franzia u por a de Castiella cayó dimpués d’a muerte nomás naxer de Chuan, fillo de Ferrando ro Catolico y Chermana de Foix, baxo a orbita d’un nuevo poder d’alcance europeyo que en a peninsula iberica teneba como verdadera plataforma a una Corona de Castiella, políticamén sozmesa dimpués d’o esmicazamiento d’a rebelión d’os Comuners (1520-1522). A tensión produzita por a incompatibilidat entre o sistema politico aragonés (pautista, garantista y parlamentarista) y a visión asolutista que manteneban os nuevos zésars d’a epoca iban a fer de tot ro sieglo XVI un tiempo de conflitos y pleitos de fundo calau entre Aragón y a corte de Madrid, que eba de tener a suya fuga en a invasión de 1591, l’asasinato d’o Chustizia Chuan de Lanuza V y as cortes de Tarazona de 1592, zelebratas baxo coazión armata. Conviene alvertir que se trató d’una rebelión de carácter constituzional (dito isto en terminos autuals), en la que s’oposaban os fueros y libertaz d’os aragoneses á ra voluntat albitraria d’un monarca (anque a pugna ya enzetó con o suyo predezesor) que s’enzenegó de traza terne en pasar violentamén por denzima d’una legalidat á ra que eba churato sozmeter-se y esfender ta estar reconoxito por os aragoneses como o suyo rei (“y si non, non”, seguntes susteneban os que compartiban as ideyas inspiratas por a leyenda d’os Fueros de Sobrarbe). Atra nota á ra marguin: una Cataluña alabez débil, particularista y marcolfa s’astenió d’achuntar-se en aquera ocasión á ra rebelión aragonesa, talmén no guaire conszién de quiénto se chugaba tamién en ixos suzesos, como os feitos futuros acabareban contrimostrando

(CONTINARÁ)