Opinión

Una reflexión histórica

Con frecuencia consideramos la Historia como una disciplina poco útil e, incluso, pasada de moda. Y esto no es así. Nos lo demuestra una vez más la exposición inaugurada recientemente en el Palacio de Sástago de Zaragoza. En ella se nos propone “pensar históricamente”, tal como dice su comisario, el historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza Alberto Sabio. Con el lema labordetiano “Dicen que hay tierras al Este”, la muestra nos recuerda las estrechas relaciones entre Aragón y Cataluña desde el siglo XVIII hasta finales del siglo XX.

Con frecuencia consideramos la Historia como una disciplina poco útil e, incluso, pasada de moda. Y esto no es así. Nos lo demuestra una vez más la exposición inaugurada recientemente en el Palacio de Sástago de Zaragoza. En ella se nos propone “pensar históricamente”, tal como dice su comisario, el historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza Alberto Sabio. Con el lema labordetiano “Dicen que hay tierras al Este”, la muestra nos recuerda las estrechas relaciones entre Aragón y Cataluña desde el siglo XVIII hasta finales del siglo XX.

Y es que en estos tiempos de zozobra y de inquietudes políticas, en estos meses en los que muchos catalanes hablan de desconexión entre Cataluña y el resto de España, la visión retrospectiva de los tres últimos siglos puede servirnos como toque de atención para reflexionar sobre la existencia de unos intercambios económicos y culturales entre estas dos autonomías.  Porque los vínculos entre estas dos comunidades están reforzados por esta frontera inexistente de casi trescientos kilómetros. Una frontera que algunos, inconscientemente, quieren imponer en contra del criterio de la mayoría y del sentido común.

Como se puede comprobar en la exposición, los aragoneses comenzaron a emigrar a Cataluña, especialmente a la Ciudad Condal, a principios del siglo XX. Este éxodo se fue incrementando hasta alcanzar su punto culminante en los años sesenta del pasado siglo. Tanto es así que, a fecha de hoy, el número de aragoneses que viven en Barcelona ronda los doscientos mil. Pero la muestra histórica va mucho más allá de los datos y de las estadísticas. Se nos muestran una serie de ámbitos, perfectamente ilustrados y documentados, en los que se hace hincapié en las comunicaciones entre Aragón y Cataluña, tanto fluviales como por ferrocarril o mediante la infraestructura común que es el Canal de Aragón y Cataluña; se destaca también la conciencia aragonesista en Cataluña, con figuras relevantes como Julio Calvo Alfaro o Gaspar Torrente; por no hablar del importante intercambio cultural tanto de profesores – los Blecua, Fabián Estapé – como de escritores – Javier Tomeo, Martínez de Pisón – , artistas como Pablo Gargallo o Ramón Acín, cantautores como José Antonio Labordeta o cineastas como la directora Paula Ortiz. En este ámbito cultural, la muestra destaca el papel del escritor de Mequinenza Jesús Moncada, máximo exponente de esa dualidad catalano-aragonesa.

Porque está claro que, a lo largo de estos siglos, los límites administrativos entre estas dos comunidades se han ido diluyendo y no coinciden con los lingüísticos, económicos, eclesiásticos o naturales. Basta acercarse a localidades aragonesas como Maella, Valderrobles, Fraga o Benabarre o  a la catalana Pont de Suert para comprobar cómo el futuro se perfila sin ningún tipo de frontera, limitación o ruptura entre unos pueblos y otros.  Unas fronteras que, al parecer, quieren imponer los partidarios de la segregación de Cataluña situándose al margen de la Historia y nadando a contracorriente.

Como afirmó Alberto Sabio en la presentación de la muestra, “la perspectiva histórica ayuda a conocernos mejor, a tender puentes y a crear espacios compartidos”. Una buena reflexión en estos tiempos de zozobra, de engañosos nacionalismos y de regreso a los mismos errores del pasado.