Opinión

Bandera blanca

El uso de la bandera se pierde en la noche de los tiempos; según los expertos, las primeras "oficiales" aparecieron hace casi tres milenios. Remontándonos en su origen, sin duda muy anterior, puede decirse que servía para identificar tribus, hordas, conjuntos de guerreros, grupos sociales y otros colectivos, además de para señalar la presencia de autoridades civiles o religiosas.

El uso de la bandera se pierde en la noche de los tiempos; según los expertos, las primeras "oficiales" aparecieron hace casi tres milenios. Remontándonos en su origen, sin duda muy anterior, puede decirse que servía para identificar tribus, hordas, conjuntos de guerreros, grupos sociales y otros colectivos, además de para señalar la presencia de autoridades civiles o religiosas.

En los tiempos modernos se ha convertido en símbolo de la patria, estandarte significativo de un club, manifestación de una opinión generalizada o enseña de un movimiento social de cualquier signo, tanto académico, como político, sindical, militar, religioso, étnico, profesional, deportivo o simplemente para designar una entidad amistosa.

El significado plural de la bandera le concede papeles diversos en las circunstancias de la vida personal y colectiva. Pero hay un punto en la utilización de estas insignias que las define como agresivas. Es el momento en el que tras ellas se amparan posturas confrontadas sobre una situación social o un conflicto territorial.

En los actuales momentos de confusión en España, a partir de la cuestión catalana, las banderas se esgrimen de una y otra parte como elementos identificadores de ideologías, posturas y propósitos. Han desbordado su significado amplio de representación territorial, para albergar particularidades espurias. Las banderas se han convertido en patrimonio de las banderías. Su uso es conflictivo en territorio contrario, donde representa criterios que se oponen al sentir mayoritario de la población, al menos de la que se expresa con violencia. En términos generales, las banderas simbolizan y transmiten un conflicto.

Sin embargo, hay una que universalmente se considera como expresión de la paz, como un intento de concordia. Es la bandera blanca. En lo más agrio de un conflicto, el exhibir una insignia de ese color (o ausencia de colores), aunque sea de pequeño tamaño o esté desprovista de solemnidad, evidencia una voluntad de entendimiento, un propósito de finalizar las hostilidades con el contrincante. No es necesariamente un signo de rendición, sino una voluntad de diálogo y una propuesta de solución. Al menos así debiera ser.

En los conflictos internacionales o nacionales la bandera blanca ilustrada con una cruz o con una media luna de colores vivos, manifiesta la presencia de elementos, vehículos o grupos humanos destinados a remediar los males ocasionados por un conflicto armado o una catástrofe natural.

Cuando un país se debate dolosamente entre facciones contrarias por la incompetencia de unos, la intransigencia de otros y la falta conjunta de capacidad de diálogo, tal vez fuera una magnífica solución que en lugar de exhibir en las calles y en los balcones banderas que representan la enemistad, se sustituyeran por otras blancas, sin señal alguna, testimonio indudable de la voluntad de concordia y de la propuesta de paz de quienes las airean o las portan.

Ciertamente es un deseo utópico, una propuesta ingenua en un momento en el que las pasiones han desbordado a los razonamientos. Pero hay que recurrir a la variación moderna del antiguo dicho de ‘si quieres la paz prepara la guerra’ en el sentido de ‘si quieres la paz prepara la paz’. Y sin duda la bandera blanca es universalmente reconocida como una propuesta de concordia, como un símbolo de entendimiento, como una voluntad de paz.