Opinión

Primarias socialistas: más allá del partido

Recién atravesado el ecuador de la legislatura, el partido mayoritario del Gobierno afronta un proceso de primarias para elegir a su secretario general. El apoyo de los demás grupos de la izquierda aragonesa ha permitido al Partido Socialista liderar un gobierno progresista con apenas 18 diputados.

Recién atravesado el ecuador de la legislatura, el partido mayoritario del Gobierno afronta un proceso de primarias para elegir a su secretario general. El apoyo de los demás grupos de la izquierda aragonesa ha permitido al Partido Socialista liderar un gobierno progresista con apenas 18 diputados. Los logros de estos poco más de dos años y los recientes anuncios efectuados por el presidente revelan una agenda política marcada por dos prioridades: la restauración de los niveles de igualdad y bienestar social en los servicios públicos de educación, sanidad y dependencia; y el desarrollo de un conjunto de leyes en materia de derechos civiles y sociales, transparencia y calidad democrática. 

La recuperación de la economía y del empleo es un hecho común en casi toda España, pero es innegable también el renovado protagonismo del Gobierno de Aragón en el reforzamiento de la capacidad fiscal de la Comunidad, y en el impulso de nuevas actividades productivas, captación de inversiones y desarrollo de un clima de diálogo social que en el pasado proporcionó indudables réditos económicos. Dígase, por tanto, que los socialistas que están en el Gobierno y en el Parlamento lo están haciendo bien, desarrollando un programa político inequívocamente de izquierdas, pero con el realismo que exige gobernar en una sociedad compleja en el siglo XXI. 

Pero ahora toca primarias. Al elegir al secretario general de los socialistas aragoneses, no se puede obviar que lo que se está decidiendo es un liderazgo que se extiende más allá de los muros del partido. Porque la capacidad de los partidos para responder a las demandas sociales se demuestra principalmente gobernando y los gobiernos se identifican por quienes los lideran. Durante los gobiernos de Marcelino Iglesias, su círculo más cercano nunca permitió el más mínimo rasguño político proveniente de posibles descontentos orgánicos. La lealtad de Lambán y de los demás dirigentes socialistas fue ejemplar.  Y estuvo bien aquello. Marcelino Iglesias fue un gran presidente, gracias también a que quienes estaban en otras instituciones hicieron con él compromiso de lealtad y, cuando fue necesario, de renuncia. El partido fue capaz de cohesionar posturas divergentes y de favorecer un ecosistema de convivencia para proteger su principal activo: el gobierno y su presidente. 

Javier Lambán está en camino de ser también un gran presidente. Su “más difícil todavía” gestión, con muchos menos apoyos parlamentarios y escasa de recursos presupuestarios, le hace acreedor a esa confianza. El Partido Socialista en Aragón tiene en la mano una oportunidad inmejorable para seguir demostrando su valía.  Porque está gobernando. Y eso, en tiempos de retroceso electoral, es la mejor manera de empezar a recuperar el terreno perdido.  Lo contrario, promover el cambio de liderazgo, sería –me recuerdan los militantes con mejor memoria- una deslealtad inmerecida hacia quien supo interpretar en otros tiempos la partitura que entre todos había que compartir. Sin embargo, la lealtad es un concepto que cada uno puede juzgar de manera diferente y esto no es principalmente un juego de lealtades. Lo peor es que, en estos momentos, cuando se valora desde dentro del partido con práctica unanimidad el acierto de la acción de gobierno, auspiciar un cambio de liderazgo es una falta de inteligencia política y un gravísimo error como partido; más aún, una irresponsabilidad colectiva como partido de gobierno, de la que los ciudadanos tomarían buena nota. Por eso no acierto a comprender a algunos compañeros que tanto cuidaron la unidad en torno al presidente y ahora socavan esa unidad con otro presidente, tan socialista al menos como el anterior.