Zaragoza, ciudad de puentes

Alrededor de nueve kilómetros de Ebro bañan los cimientos de Zaragoza, siendo su caudaloso trazo el responsable de segmentarla en dos márgenes. Juntando las cuencas del Gállego y el Huerva, son 20 puentes los que adornan su panorámica. Obras hidráulicas que rebosan cultura, arte e historia, y que constituyen el ADN de la ciudad.

Zaragoza.- "Y pasa el río bajo los nuevos puentes cantando con la historia palabras puras que llenarán la tierra".

Así hablaba de ellos Neruda en su poemario. Los puentes: viaductos de historia, pasarelas de vida. Baluartes arquitectónicos del correr del tiempo. Dádivas visuales. Desconocemos su origen, pero llevan con nosotros desde la era primigenia. Se dice que quizá el primer puente del mundo fuera un árbol de grueso tronco, empleado por miembros de alguna tribu neardenthal para cruzar un río. Más tarde, la necesidad se tornó en arte, y las civilizaciones fueron plasmando estilos propios, ofrendando una impronta para el resto de los tiempos.

Zaragoza es ciudad de puentes. De diez, nada menos, anotando los más representativos. Resulta lógico, pues unos nueve kilómetros de Ebro bañan los cimientos de la capital de provincia, siendo su caudaloso trazo el responsable de segmentarla en dos márgenes geográficas. Hasta la entrada del nuevo milenio, sobre las aguas del río más caudaloso de España, cuya raíz semántica bautiza a la propia Península Ibérica, se erigían cinco majestuosas estructuras-pasadera. Pero fue para la exposición internacional que acogió Zaragoza en 2008 cuando se alzaron de gope otros cuatro solemnes y vanguardistas puentes; se agregaban al espontáneo construido en 2002, como homenaje a Manuel Jiménez Abad, víctima de la organización terrorista ETA.

Así, sin sumar los edificados sobre el cauce que transcurre por el área metropolitana, se contabilizan nuestros doce emblemas hídricos actuales: Puente de Piedra (1336), Puente de Hierro (1895), Puente de Santiago (1967), Puente de La Almozara (1980), Puente de la Unión (1989), Puente Manuel Jiménez Abad (2002), Pabellón Puente (2008), Puente del Tercer Milenio (2008), Puente del Voluntariado (2008), y la Pasarela Azud (2008), Puente del Ave (2003), Puente de la Z-40 (2008). Pero es que contando con los ríos Huerva y Gállego, aumenta el número a 17: Puente de los Gitanos (1933), Puente de Santa Isabel (1930), Puente de los Cantautores (1929), Puente de San José (1923), Pasarela del Huerva (2008), Ojo del Canal (2008) y Viaducto del Ave (2003). Si basamos el cómputo bajo parámetros arquitectónicos, la cifra escala hasta situarse en 20, pues el Puente de Hierro se divide en tres estructuras (dos carreteras y una peatonal), y algo similar ocurre con el de Santa Isabel.

Piedra, hierro, plástico, metal o el moderno hormigón blanco revisten hoy las obras hidráulicas. Foto: Javier Gimeno
Piedra, hierro, plástico, metal o el moderno hormigón blanco revisten hoy las obras hidráulicas. Foto: Javier Gimeno

Piedra, hierro, plástico, metal o el moderno hormigón blanco revisten hoy las obras hidráulicas de esta bilenaria urbe, que ha compartido tan distintas denominaciones durante más de 2.000 años. Salduie, Caesaraugusta, Saraqusta, Medina Albaida o Çaragoça, la "siempre heroica e inmortal" capital del reino de Aragón. Es precisamente por esa coexistencia multicultural que Zaragoza fue, es y será una ciudad de contrastes. Un territorio por el que tantos sintieron un incontrolable flechazo, convirtiéndola en núcleo de la interacción social y comercial. Y para ese intercambio, el Ebro y los puentes han tenido mucho que ver.

Varias épocas a golpe de vista

Si nos perdiéramos por una tiendecita de souvenirs del casco viejo, la imagen-postal más abundante es la que presenta a una majestuosa basílica del Pilar, alzándose sobre el Ebro, casi ejerciendo este de peana, mientras le acompaña tangente el escultural Puente de Piedra. Podría considerársele el tatara-abuelo de los puentes, pues sus cimientos han soportado el transcurrir de gran parte de la historia de Zaragoza y que, a día de hoy, enlaza sus barrios más antiguos.

Aunque existen referencias de una posible estructura romana anterior (año 830), el formato del monumento actual data del siglo XV y combina el estilo gótico con una controvertida luminaria de la década de los 2000. Durante largo tiempo, no solo fue un puente; ejerció de puerta de entrada a la morada del territorio zaragozano, además de ser la única plataforma que atravesaba el Ebro en los casi 1.000 km de trayecto que separaban su lugar de nacimiento de la desembocadura (Deltebre, Tarragona). Hasta hace poco, su origen se localizaba en Fontibre (Cantabria), pero, tras la prueba de vertido de fluoresceína en las aguas, se pudo dictaminar que los primigenios regueros de Ebro surgían unos cuantos cientos de metros más arriba, en Pico Tres Mares: mezclum acuático con el H2O del río Híjar.

No obstante, la habitual estampa del acuáticamente acaudalado Ebro sorprendería a los mismísimos Velázquez y Anton van der Wyngaerde, cuyas obras inmortalizaron "las vistas de Zaragoza" que dejaron las grandes riadas a mediados del siglo XVII. En 2017, el vistazo que presenta el río se asemeja más al de un desértico riachuelo, sobre el que incluso se ha podido ver a gente pasear. Una imagen insólita, que viene asociada a la reducción del 50% de la pluviometría a lo largo de los últimos 15 años.

Pero ya sea con agua o no, los puentes se mantienen estáticos en la panorámica de Zaragoza y la lectura que puede hacerse de cada uno vierte la explicación de muchas fortalezas que hoy en día poseemos. Es el caso de la logística. El actual Puente de La Almozara, que se remodeló en los 80 para habilitar el tráfico rodado y peatonal, sostuvo antaño en su base modernista y patrona de "la arquitectura del hierro" al ferrocarril que vehiculaba el flujo de mercancías por Aragón. Este se posicionaba como punto estratégico de comunicaciones entre el centro, norte y este de España. Hoy, su boulevard une las márgenes izquierda y derecha, y acaba de incluirse un carril bici para ciclistas. Y corren las épocas.

Hacia un lado y hacia otro del río, Zaragoza rebosa historia y el diseño de las edificaciones ha sido envuelto por el paso del tiempo. El Pabellón Puente desborda progreso. Es la insignia de la vanguardia, del futuro. Una vez más, como ya lo hizo el de piedra en su momento, un puente-puerta da la bienvenida a la ciudad. En esta ocasión, a la de la Expo 2008. Su obra es una de las más complejas de los manuales de ingeniería civil, pues la base se levantó en tierra para después trasladarlo a su localización real. La iraquí Zaha Hadid logró una estructura de casi 270 metros de largo x 70 de profundidad (máxima cifra nacional), con un esqueleto de hormigón reforzado con fibras de vidrio. Todo un monumento estético, que simboliza un gladiolo tendido sobre el Ebro, la flor del recuerdo.

Y de recuerdos se constituyen las sociedades, ciudades y civilizaciones. Los puentes y su memoria fabrican el ADN de Zaragoza. Un ADN que energiza la evolución de la metrópolis y eterniza la inmortalidad que un día la hizo famosa. Zaragoza se expande. Se pierde cada vez más en el horizonte. Río abajo, Zaragoza cerca a más cuenca de su Ebro. Zaragoza, ciudad de puentes, si sigues así…. ¿Cuántos más albergarás?