Opinión

¡Salvemos Teruel!

El próximo 16 de agosto se cumplirán 40 años de la primera manifestación colectiva para reclamar inversiones para una provincia que había quedado en el cajón del olvido durante los largos años de posguerra.

El próximo 16 de agosto se cumplirán 40 años – ¡cómo pasa el tiempo! – de la primera manifestación colectiva para reclamar inversiones para una provincia que había quedado en el cajón del olvido durante los largos años de posguerra. La concentración, a la que asistieron más de dos mil personas, tuvo lugar en Miravete de la Sierra, un pueblo emblemático de la provincia, el pueblo donde "nunca pasa nada", un lugar pintoresco en el que se respira silencio, un locus amoenus del siglo XXI. La respuesta a la convocatoria fue un éxito, aunque los objetivos que perseguía no se hayan cumplido todavía. Sin embargo, lo más importante de ese caluroso martes de agosto es que esa iniciativa fue como el embrión de otras que surgirían más tarde, motivadas por el desarrollo de la autonomía para Aragón e impulsadas por diversos movimientos ciudadanos.


 Así nació en noviembre de 1999 la coordinadora ciudadana "Teruel existe", fruto de la unión de varias plataformas. Se cumplen casi veinte años de este movimiento reivindicativo y, desgraciadamente, podemos comprobar los que conocemos bien esta provincia que han sido muy pocos los logros y muchas las promesas incumplidas.  Tanto es así que el pasado 1 de abril tuvo lugar una manifestación multitudinaria para reclamar una mejora en la línea férrea Zaragoza-Teruel-Valencia y evitar esa “eutanasia” pasiva que amenaza el futuro de una provincia castigada durante décadas por el fantasma de la despoblación.


 Es curioso comprobar, sin embargo, cómo durante estas semanas del mes de agosto es cuando los pueblos cambian sorprendentemente de fisonomía y se transforman en lugares habitables y acogedores. Las calles vuelven a estar llenas de gente y los parques infantiles repletos de niños y niñas nos llenan de recuerdos y de nostalgia. Pero esa imagen es sólo aparente y efímera, pues a finales de agosto volverá el silencio, el vacío y la soledad. Es tan difícil reconducir esta situación y es casi utópico recuperar las escuelas, los comercios, los centros de salud y todo aquello que daba vida a estos pueblos turolenses antes del éxodo brutal de los años sesenta. Por mucho que nuestros dirigentes políticos lo estén intentando, sólo con la creación de un importante tejido industrial se salvarían del vacío total algunas zonas más o menos bien comunicadas.


 Porque al hablar de Salvemos Teruel o de Teruel Existe no podemos dejar de lado la problemática de la central térmica de Andorra, cuyo cierre está previsto para dentro de dos años, si no cambia la situación. Tampoco podemos olvidar el problema de los agricultores, especialmente los de la comarca del Jiloca, castigados duramente por cuatro años consecutivos de sequía. Y, por supuesto, no podemos dejar de lado el goteo de jóvenes que emigran desde el mundo rural a la capital para continuar sus estudios o para trabajar. Todo ello conforma un cóctel difícil de digerir. Por eso es importante que, cuarenta años después, no quede en el olvido ese aliento reivindicativo que resonó en todos los rincones de Aragón y despertó de su letargo a muchos ciudadanos.